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Planeta Criança



Poesia & Contos Infantis

 

 

 


Esplendor Secret / Nora Roberts
Esplendor Secret / Nora Roberts

 

 

Biblioteca Virtual do Poeta Sem Limites

 

 

Esplendor Secret

 

  La chica del retrato tenía un rostro capaz de dejar a un hombre sin aliento y turbar sus sueños. Era, posiblemente, lo más cercano a la perfección que podía alcanzar la naturaleza. Sus ojos azul láser susurraban sensualmente y sonreían, sagaces, bajo las densas pestañas negras. Las cejas describían un arco perfecto, y un leve y coqueto lunar punteaba el extremo inferior de la izquierda. La tez era tersa como porcelana y bajo ella se advertía un leve atisbo de cálido rosa, lo bastante cálido como para que uno fantaseara con que aquel ardor prendiera sólo para él. La nariz era recta y finamente esculpida. La boca, una boca difícil de olvidar, se curvaba seductoramente, suave como un almohadón y, sin embargo, de formas fuertes. Una roja tentación tan atrayente como el canto de una sirena.

  Enmarcando aquel rostro turbador, una salvaje cascada de pelo negro como el ébano se precipitaba sobre los hombros desnudos y blancos. Reluciente, abundante, hermosísimo. Una melena de ésas en las que hasta un hombre de carácter podía perderse, hundiendo las manos en aquella negra seda, mientras su boca se sumía más y más adentro en aquellos labios sonrientes y tersos.

Grace Fontaine, pensó Seth, la efigie misma de la belleza femenina.

Lástima que estuviera muerta.

Se apartó del retrato, molesto por la atracción que ejercía sobre su mirada y su psique. Había querido pasar un rato a solas en la escena del crimen después de que acabara el equipo forense, una vez el juez hubo ordenado el levantamiento del cadáver, cuyo rastro permanecía aún allí como una fea silueta de forma humana, manchando el pulimentado suelo de nogal.

  Era bastante fácil adivinar cómo había muerto. Una terrible caída desde el piso de arriba, a través de la sinuosa barandilla, ahora rota y afilada, hacia abajo, con la linda cara primero, sobre la mesa de cristal del tamaño de un lago.

  La muerte le había arrebatado su belleza, pensó Seth, y eso también era una lástima.

  Era también fácil de adivinar que alguien la había ayudado en su fatal salto al vacío.

  La casa, pensó Seth mirando a su alrededor, era magnífica. Los altos techos acrecentaban el espacio, y media docena de generosas claraboyas dejaban entrar la luz rosada y esperanzadora de los últimos rayos de sol. Todo se curvaba: la escalera, las puertas, las ventanas. Muy femenino, supuso Seth. La madera relucía, el cristal brillaba, los muebles eran, saltaba a la vista, antigüedades selectas. Alguien iba a pasar un mal rato quitando las manchas de sangre de la tapicería gris paloma del sofá.

  Intentó imaginarse cómo era la casa antes de que quien hubiera ayudado a Grace Fontaine a saltar invadiera aquellas habitaciones. No habría figuritas rotas, ni cojines rajados. Las flores estarían meticulosamente ordenadas en sus jarrones, en lugar de aplastadas sobre las intrincadas cenefas de las alfombras orientales. Y, desde luego, no habría sangre, cristales rotos, ni capas del polvillo que los equipos forenses utilizaban para encontrar las huellas digitales.

  Aquella chica vivía bien, pensó Seth. Desde luego podía permitírselo. Se había convertido en una rica heredera al cumplir veintiún años. La privilegiada, mimada huérfana, la díscola muchacha del imperio Fontaine. Una educación excelente, club de campo, y quebraderos de cabeza, imaginaba Seth, de la rancia y conservadora familia Fontaine, de los famosos grandes almacenes Fontaine.

  Rara era la semana que no aparecía una mención a Grace Fontalne en las páginas de ecos sociales del Washington Post, o una foto de un paparazzi en las revistas del corazón.Y, normalmente, no por sus buenas acciones.

  La prensa pondría el grito en el cielo en cuanto trascendiera la noticia de la postrera aventura de la vida y milagros de Grace Fontaine. No faltarían tampoco las alusiones a sus muchos lances. Posar desnuda a los diecinueve años para el póster central de una revista, sus tórridos y notorios amoríos con un casadísimo lord inglés, sus devaneos con un galán de Hollywood.

  Seth recordaba que en su elegante y sofisticado cinturón había otras muescas. Un senador de los Estados Unidos, un escritor de best-sellers, el artista que había pintado su retrato, la estrella de rock que, según se rumoreaba, había intentado quitarse la vida al plantarlo ella.

Su vida había sido corta, pero intensa en amores.

Grace Fontaine había muerto a los veintiséis años.

El trabajo de Seth consistía en esclarecer no sólo el cómo, sino también el quién.Y el porqué.

Del porqué, ya tenía cierta idea: las tres Estrellas de Mitra, ulios diamantes azules que valían una fortuna, el acto desesperado e impulsivo de una amiga, y la avaricia.

Seth frunció el ceño mientras recorría la casa vacía, catalogando los acontecimientos que lo habían llevado a aquel lugar, a aquel punto. Debido a su interés por la mitología, interés que cultivaba desde niño, sabía algo acerca de las tres Estrellas. Eran éstas materia de leyenda, y en otro tiempo habían estado agrupadas en un triángulo de oro que sostenía en sus manos una estatua del dios Mitra. Una piedra para el amor, recordó, repasando los pormenores del caso mientras subía las curvadas escaleras que llevaban al primer piso. Una para el conocimiento, y la última para la generosidad. Mitológicamente hablando, aquél que poseyera las Estrellas obtendría el poder del dios. Y la inmortalidad. Lo cual era, naturalmente, una memez. Sin embargo, ¿no era extraño, pensó Seth, que últimamente hubiera soñado con refulgentes piedras azules, con un tétrico castillo envuelto el bruma, con una habitación dorada? Había también un hombre de Ojos tan pálidos como la muerte, pensó, intentando aclarar los detalles confusos del sueño. Y una mujer con el rostro de una diosa.

Y su propia y violenta muerte.

Seth se sacudió la inquietante sensación que acompañaba el recuerdo de los jirones de aquel sueño. Lo que necesitaba eran datos, datos lógicos y elementales. Y el hecho era que aquellos tres diamantes, cada uno de los cuales pesaba más de cien quilates, valían el rescate de seis reyes. Y alguien los ambicionaba, y no le importaba matar para poseerlos.

Los cuerpos se le amontonaban como leña, pensó pasándose una mano por el pelo negro. Por orden de fallecimiento, el primero había sido Thomas Salvini, socio de la casa Salvini, expertos en gemas contratados por el Instituto Smithsonian para autentificar y tasar las tres piedras. Todas las pruebas indicaban que Thomas Salvini o su gemelo, Timothy, no se habían conformado con autentificarlas y tasarlas. Más de un millón de dólares en efectivo evidenciaban que tenían otros planes... y un cliente que quería las Estrellas de Mitra para sí mismo.

  Aparte de eso, había que tener en cuenta la declaración de una tal Bailey james, hermanastra de los Salvini y testigo ocular del fratricidio. james, gemóloga de impecable prestigio, decía haber descubierto los planes de sus hermanastros para falsificar las piedras, vender los originales y dejar el país con los beneficios. Ella había acudido a ver a sus hermanos a solas, pensó Seth sacudiendo la cabeza. Sin contactar con la policía. Y había decidido enfrentarse a ellos después de enviar dos de los diamantes a sus dos mejores amigas, separándolos con intención de protegerlos. Seth dejó escapar un leve suspiro al pensar en las misteriosas mentes de los civiles.

  En fin, Bailey james había pagado muy caro su impulso, pensó. Se había visto implicada en un espantoso crimen, había conseguido a duras penas escapar con vida... y con el recuerdo de aquel incidente y de todo lo anterior bloqueado durante días.

  Seth entró en el dormitorio de Grace. Sus ojos de tonos dorados y pesados párpados recorrieron fríamente la habitación, que alguien había registrado brutalmente.

  ¿Y había acudido entonces Bailey James a la policía? No, había elegido a un investigador privado en el listín telefónico. Los labios de Seth se afinaron, llevados por la irritación. Sentía muy poco respeto y aún menos admiración por los investigadores privados. Por pura suerte, james se había topado con uno bastante decente, reconoció Seth. Cade Parris no era tan malo como la mayoría, y había logrado, también por pura suerte, Seth estaba seguro, olfatear un rastro. Y, de paso, había estado a punto de lograr que lo mataran.

  Lo cual condujo a Seth al cadáver número dos. Timothy Salvini estaba ahora tan muerto como su hermano. Seth no podía reprocharle a Parris que se hubiera defendido de un hombre armado con un cuchillo, pero cargarse al segundo Salvini los había llevado a una vía muerta.

  Y, durante aquel fin de semana del Cuatro de julio tan movidito, la otra amiga de Bailey james se había escapado con un cazarrecompensas. En una extraña muestra de emoción aparente, Seth se frotó los ojos y se apoyó contra el quicio de la puerta.

  MJ O'Leary. Seth había estado interrogándola personalmente. Y era él quien debía decirle, al igual que a Bailey James, que su amiga Grace había muerto. Su sentido del deber incluía ambas tareas.

  O'Leary tenía la segunda Estrella y había permanecido huida con el cazarrecompensas Jack Dakota desde el sábado por la tarde. Aunque sólo era lunes por la tarde, M.J. y su compañero habían conseguido acumular cierto número de tantos: incluyendo tres cuerpos más.

  Seth meditó sobre el estúpido y despreciable prestamista que no sólo le había tendido a Dakota una trampa encargándole la falsa tarea de atrapar a M.J., sino que además se dedicaba al chantaje. Los asesinos a sueldo que habían perseguido a M.J. formaban probablemente parte de sus tejen-ianejes, y habían acabado con su vida. Luego habían tenido muy mala suerte en una carretera mojada por la lluvia.

Lo cual lo llevaba a otro callejón sin salida.

Grace Fontaine era posiblemente otro más. Seth ignoraba qué podía deducir de su casa vacía, de sus desordenadas pertenencias. Aun así, lo inspeccionaría todo pulgada a pulgada, paso a paso. Ése era su estilo.

  Sería minucioso, preciso, y daría con las respuestas. Creía en el orden, y en la ley. Creía, irreductiblemente, en la justicia.

  Seth Buchanan era un policía de tercera generación que había ascendido hasta el rango de teniente gracias a su innata destreza para el trabajo policial, una paciencia casi aterradora y una afiladísima objetividad. Sus subordinados lo respetaban. Algunos, en secreto, lo temían. Seth era muy consciente de que a menudo se referían a el como La Máquina, y no se ofendía. Las emociones, la ira, el dolor y la culpabilidad que los civiles podían permitirse no tenían cabida en su trabajo. Se tomaba como un cumplido que lo considerasen distante, incluso frío y cerebral.

  Permaneció un instante más en la puerta. El espejo de marco de caoba del otro lado de la habitación reflejaba su imagen. Era un hombre alto y bien proporcionado, con músculos de hierro bajo la negra americana. Se había aflojado la corbata porque estaba solo, y el paso de sus dedos le había desordenado ligeramente el cabello, que era negro y abundante, un tanto ondulado, y que solía apartarse del semblante serio, de cuadrada mandíbula y piel tostada.

  La nariz, que se había roto hacía años, cuando todavía iba de uniforme, le confería a su rostro cierta rudeza. Su boca era firme, dura, y poco dada a la sonrisa. Sus ojos, del dorado oscuro de las pinturas antiguas, permanecían fríos bajo las rectas cejas oscuras.

  En una mano, de ancha palma, llevaba un anillo que había pertenecido a su padre. En la parte interior del oro macizo se leían las palabras «Servir» y «Proteger». Seth se tomaba muy a pecho ambos deberes.

  Inclinándose, recogió una prenda de seda roja tirada sobre el amontonamiento de ropa que se alzaba sobre la alfombra Aubusson. Las puntas encallecidas de sus dedos la rozaron suavemente. El camisón de seda roja iba a juego con la bata corta que llevaba la víctima, pensó.

  Quería pensar en ella únicamente como en la víctima, no como la mujer del retrato, y ciertamente tampoco como la que aparecía en los sueños inquietantes que perturbaban su descanso últimamente. Le irritaba que su pensamiento volara una y otra vez hacia aquel rostro asombroso: hacia la mujer que se escondía tras él. Aquella cualidad era, o, mejor dicho, había sido, parte de su poder. Aquella habilidad para infiltrarse en la psique de los hombres hasta convertirse en una obsesión. Debía de haber sido irresistible, pensó, sujetando todavía el jirón de seda. Inolvidable. Y peligrosa.

  ¿Se habría enfundado aquel exiguo torbellino de seda para un hombre?, se preguntaba. ¿Acaso esperaba compañía, una noche de pasión? ¿Y dónde estaba la tercera Estrella? ¿La había encontrado el visitante inesperado y se la había llevado? La caja fuerte de la biblioteca, en el piso de abajo, había sido reventada y vaciada. Parecía lógico pensar que ella hubiera guardado allí algo tan valioso. Sin embargo, ella había caído desde allá arriba. ¿Había huido? ¿La había perseguido él? ¿Por qué le había dejado entrar en la casa? Las sólidas cerraduras de las puertas no habían sido forzadas. ¿Había sido ella tan imprudente, tan descuidada, como para abrirle la puerta a un desconocido, llevando únicamente una fina bata de seda? ¿0 acaso conocía a aquel hombre?

  Tal vez hubiera alardeado del diamante, quizás incluso se lo hubiera enseñado. ¿Habría tomado la avaricia el lugar de la pasión? Una discusión, luego una pelea. Un forcejeo, una caída. Después, el destrozo de la casa como tapadera.

  Era una hipótesis de partida, se dijo Seth. La gruesa agenda de la chica estaba abajo. La revisaría nombre por nombre, del mismo modo que él y el equipo que había destinado al caso revisarían la casa vacía de Potomac, Maryland, pulgada a pulgada.

  Pero ahora tenía que ir a ver a ciertas personas. Diseminar la noticia de la tragedia, atar los cabos sueltos. Tendría que pedirle a alguna de las amigas de Grace Fontaine, o a un miembro de su familia, que fuera a identificar oficialmente el cuerpo. Lamentaba más de lo que quería que alguien que la hubiera querido tuviera que ver su rostro destrozado.

Dejó caer el camisón de seda, echó un último vistazo a la habitación, con su enorme cama, sus flores pisoteadas y, sus bonitos frascos antiguos tirados por el suelo, que relucían como piedras preciosas. Sabía va que aquel per-fume lo perseguiría al igual que el rostro, bellamente pintado al óleo, del salón de abajo.

 

Era de noche cuando regresó. No era raro en él dedicarse a un caso hasta bien entrada la noche. Seth carecía de vida más allá de su trabajo. Nunca había pretendido forjarse una. Elegía cuidadosamente, incluso con minucioso cálculo, a las mujeres con las que se veía. Casi todas aguantaban a duras penas las exigencias de su trabajo, y rara vez trababa con ellas una auténtica relación. Sabía lo difíciles de aceptar que eran aquellas exigencias de tiempo, energías y dedicación para los que esperaban, de modo que se había acostumbrado a esperar las quejas, los reproches, incluso las acusaciones, de las mujeres que se sentían desatendidas. Por eso nunca hacía promesas. Y vivía solo.

  Sabía que había poco que pudiera hacer en la escena del crimen, Debería haber estado en su despacho, o, al menos, pensó, haberse ido a casa para despejarse un poco. Pero se había sentido arrastrado de nuevo hacia la casa. No, hacia aquella mujer, admitir. No era aquella casa de dos plantas de madera y cristal lo que lo atraía, por muy bonita que fue-a. Era el rostro del retrato.

  Había dejado el coche en lo alto de la rampa de entrada y fue caminando hasta la casa, cobijada por enormes árboles añosos y arbustos recortados, reverdecidos por el verano. Había entrado y pulsado el interruptor que encendía la luz deslumbrante del vestíbulo.

  Sus hombres habían emprendido ya el tedioso interrogatorio puerta a puerta por el vecindario, confiando, que alguien, en una de aquellas casas enormes y exquisitas, hubiera oído o visto alguna cosa. El forense trabajaba despacio, lo cual era comprensible, se dijo Seth. Era fiesta, y el personal de servicio había quedado reducido al mínimo. Los informes oficiales tardarían un poco más.

Pero no eran los informes o la falta de ellos lo que lo inquietaba mientras se acercaba inevitablemente al retrato colocado sobre la chimenea de azulejos esmaltados. Grace Fontaine habla sido amada. Seth había subestimado la hondura que podía alcanzar la amistad. Había visto, sin embargo, aquella hondura, y aquel dolor asombrado y devastador en los semblantes de las dos mujeres, de las que acababa de despedirse.

Entre Bailey James, M.J. O'Leary y Grace Fotitaine existía un vínculo más fuerte del que había podido imaginar. Lamentaba, y él rara vez tenía remordimientos haber tenido que darles la noticia de manera tan abrupta.

«Lamentaba su pérdida». Palabras que los polis decían para disfrazar con eufemismos la muerte con la que convivían cotidiatiamente, a menudo violenta, siempre inesperada. Él había pronunciado aquellas palabras como muchas otras veces en el pasado, y había visto derrumbarse a la delicada rubia y a la pelirroja de ojos de gato. Aferradas la una a la otra, se habían derrumbado, sencillamente.

No había hecho falta que los dos hombres que se habían convertido en los paladines de aquellas chicas le dijeran que las dejara a solas con su pena. Esa noche no habría preguntas, ni declaraciones, ni respuestas. Nada que él pudiera hacer o decir lograría traspasar aquella gruesa cortina de dolor.

  Grace Fontaine había sido amada, pensó de nuevo, mirando aquellos bellísimos ojos azules. No sólo deseada por los hombres, sino querida por dos mujeres. ¿Qué había detrás de aquellos Ojos, detrás de aquella cara, que merecía esa clase de afecto incondicional?

  -¿Quién demonios eras? -murmuró, y fue respondido por aquella sonrisa tentadora y audaz-. Demasiado bella para ser real. Demasiado consciente de tu belleza para ser dócil -su voz profunda, enronquecida por el cansancio, resonó en la casa vacía. Deslizó las manos en los bolsillos y se balanceó sobre los talones-. Demasiado muerta para que me importe.

  Y, a pesar de que se apartó del retrato, tuvo la inquietante sensación de que lo estaba observando. Calibrándolo.

  Aún tenía que hablar con sus parientes más cercanos, unos tíos de Virginia que la habían criado tras la muerte de sus padres. La tía estaba veraneando en una villa, en Italia, y esa noche no podría ponerse en contacto con ella. Villas en Italia, pensó, diamantes azules, retratos al óleo sobre chimeneas de azulejos azul zafiro. Aquél era un mundo demasiado alejado de su sólido origen de clase media y de la vida que había abrazado con su oficio. Sabía, sin embargo, que la violencia no hacía distingos.

  Al final se iría a casa, a su diminuta casa en un terreno del tamaño de un sello de correos, apretujada entre docenas de casitas igualmente pequeñas. Estaría vacía, pues nunca había encontrado una mujer que despertara en él el deseo de compartir siquiera aquel reducido espacio privado. Pero estaría allí, aguardándolo.

  Y aquella otra casa, pese a su tarima pulimentada y sus grandes extensiones de reluciente cristal, su ondulada pradera de césped, su centelleante piscina y sus arbustos recortados, no había salvado a su dueña.

  Seth rodeó la silueta marcada en el suelo y comenzó a subir las escaleras otra vez. Estaba inquieto, reconoció. Y el mejor modo de calmarse era seguir trabajando. Tenía la impresión de que una mujer como Grace Fontaine, con una vida tan agitada, tal vez hubiera anotado los acontecimientos de su existencia, y sus sentimientos al respecto, en un diario.

  Inspeccionó minuciosamente el dormitorio, en silencio, con la aguda sensación de hallarse atrapado en el intenso perfume que ella había dejado tras de sí. Se había quitado la corbata y la llevaba guardada en el bolsillo. El peso del arma, metida en la sobaquera, formaba hasta tal punto parte de él que ni siquiera lo notaba.

  Revisó los cajones sin remordimientos, a pesar de que estaban ya casi vacíos, pues su contenido yacía disperso por la habitación. Buscó bajo ellos, tras ellos y debajo del colchón. Pensó vagamente que aquella mujer tenía suficiente ropa como para vestir a una compañía entera de modelos, y que tenía predilección por los tejidos suaves: sedas, cachemiras, rasos, angorinas... Colores atrevidos. Colores de piedras preciosas, con cierta inclinación hacia el azul. Con aquellos ojos, pensó al recordarlos, ¿por qué no?

  Se sorprendió preguntándose cómo habría sido el timbre de su voz. ¿Encajaría con aquel rostro provocativo, sería áspera y baja, como un ronroneo tentador? Se la imaginaba así, una voz tan oscura y sensual como el perfume suspendido en el aire.

  Su cuerpo no desmerecía de aquel rostro, ni de aquel perfume, se dijo mientras entraba en un enorme vestidor. En eso, naturalmente, se había visto favorecida por la naturaleza. Se preguntaba por qué algunas mujeres se sentían impelidas a añadir silicona a sus cuerpos para atraer a los hombres. Y qué hombres con cerebro de guisante preferían eso a un cuerpo sin trampa ni cartón.

  A él le gustaban las mujeres francas. Insistía en ello. Lo cual, suponía, era una de las razones por las que seguía viviendo solo.

  P,ecorrió con la mirada, sacudiendo la cabeza, la ropa que seguía colgada. Por lo visto, hasta al asesino se le había agotado la paciencia. Las perchas estaban corridas, de tal modo que las prendas se apretujaban a un lado, pero el asesino no se había molestado en sacarlas. Seth calculó que el número de zapatos ascendía en total a más de doscientos, y las estanterías de una pared estaban evidentemente diseñadas para guardar bolsos de mano. Bolsos que, en todas las formas, colores y tamaños imaginables, habían sido extraídos de su lugar, abiertos y registrados.

  En otro armarlo había más cosas: jerséis, bufandas, bisutería. Imaginó que ella tendría también gran cantidad de joyas auténticas. Estaba seguro de que algunas habrían estado guardadas en la caja fuerte del piso de abajo. Y era posible que también tuviera una caja de seguridad en algún banco. Eso lo comprobaría a primera hora de la mañana.

  A ella le gustaba la música, pensó, observando los altavoces inalámbricos. Había visto altavoces en todas las habitaciones de la casa, y había discos compactos, cintas y hasta discos viejos tirados por el cuarto de estar del piso de abajo. Sus gustos eran eclécticos. De todo, desde Bach a los B-52.

¿Solía pasar las noches sola?, se preguntaba Seth. ¿Con música puesta en toda la casa? ¿Se acurrucaba alguna vez delante de la elegante chimenea con uno de los centenares de libros que cubrían las paredes de la biblioteca?

  Tumbada en el sofá, pensó Seth, con aquel camisoncito rojo y sus bellas piernas flexionadas. Una copa de brandy, la música baja, la luz de las estrellas filtrándose por las claraboyas. Seth se lo imaginaba muy bien. La veía alzar la mirada, apartarse la mata de pelo de aquel rostro asombroso, curvar los labios al sorprenderlo observándola. Dejar a un lado el libro, extender una mano invitadora, emitir aquel leve y áspero ronroneo de su risa mientras él se sentaba a su lado.

Casi podía saborearlo.

  Masculló una maldición, procuró dominar la repentina aceleración de su corazón. Viva o muerta, pensó, aquella mujer era una hechicera. Y las malditas piedras, por muy absurdo que fuera, sólo parecían acrecentar su poder.

  Y él estaba perdiendo el tiempo. Perdiéndolo por completo, se dijo al levantarse. Avanzaría más si seguía el procedimiento habitual, la rutina de siempre. Tenía que marcharse, meterle prisa al forense, presionarle para que le diera la hora aproximada de la muerte. Debía empezar a llamar a los números de la agenda de la víctima.

  Necesitaba salir de aquella casa que tanto olía a Grace Fontaine. Allí parecía respirarla. Y mantenerse alejado de ella, decidió, hasta que estuviera seguro de que podía dominar sus extraños delirios.

  Irritado consigo mismo, enfadado por haberse apartado del procedimiento habitual, cruzó de nuevo el dormitorio. Acababa de empezar a bajar la curva de la escalera cuando un movimiento llamó su atención. Echó mano al arma. Pero era ya demasiado tarde.

  Bajó muy despacio la mano, se quedó donde estaba y miró hacia abajo. No era la pistola automática que apuntaba hacia su corazón lo que lo había dejado paralizado. Era el hecho de que quien la sostenía con firmeza era una mujer muerta.

  -Vaya -dijo la difunta, entrando en el halo de luz de la lámpara del vestíbulo-. Como ladrón eres un auténtico chapucero. Y, además, estúpido -aquellos ojos extrañamente azules se alzaron hacia él-. ¿Por qué no me das una buena razón para que no te meta una bala en la cabeza antes de llamar a la policía?

  Para ser un fantasma, era clavada a la imagen que Seth se había hecho de ella. Su voz era ronroneante, cálida, áspera y asombrosamente viva. Y, para estar muerta, tenía un rubor de ira muy cálido en las mejillas. Seth no solía quedarse en blanco. Pero eso era precisamente lo que le había ocurrido al ver a aquella mujer vestida de seda blanca, con un destello de gemas en los oídos y una centelleante pistola plateada en la mano. Se rehizo bruscamente, a pesar de que ni el asombro ni el esfuerzo se hicieron aparentes cuando respondió a su pregunta sin sonreír.

-Yo soy la policía.

Los labios de ella se curvaron: un generoso arco de sarcasmo.

  -Desde luego que sí, guapo. ¿Quién iba a estar merodeando por una casa cerrada y vacía si no un patrullero abrumado por el trabajo?

  -Hace bastante tiempo que no patrullo. Me llamo Buchanan. Teniente Seth Buchanan. Si apunta ese arma un poco a la izquierda de mi corazón, le enseñaré mi placa.

  -Me encantaría verla -ella movió lentamente el cañón de la pistola sin dejar de mirar a Seth. El corazón le golpeaba como un martillo, con una mezcla de cólera y miedo, pero dio otro paso adelante cuando él se metió dos dedos en el bolsillo. La placa parecía auténtica, pensó. Al menos, lo que alcanzaba a ver del escudo dorado de la solapa que él sostenía alzada.

  De pronto, tuvo un mal presentimiento. Un hundimiento del estómago peor aún que el que había experimentado al detenerse en la rampa y ver aquel coche extraño y las luces de la casa encendidas. Apartó los ojos de la insignia y los alzó de nuevo hacia él. Sí, parecía mucho más un poli que un ladrón, pensó. Muy atractivo, con aquel aspecto pulcro y formal. El cuerpo recio, los hombros anchos y las caderas estrechas.

  Unos Ojos así, de un marrón claro, casi dorado, y fríos, que parecían verlo todo al mismo tiempo, pertenecían o bien a un policía o bien a un criminal. En Cualquier caso, imaginó Grace, pertenecían a un hombre peligroso.

  Los hombres peligrosos solían atraerla. Pero, en aquel momento, mientras intentaba asumir la extrañeza de Aquella situación, no se hallaba de un humor receptivo.

  -Está bien, Buchanan, teniente Seth, ¿por qué no me dice qué está haciendo en mi casa? -pensó en lo que llevaba en el bolso, en lo que Bailey le había mandado unos días antes, y sintió que aquel inquietante hormigueo en el estómago se acrecentaba.

  «¿En qué lío nos hemos metido?», se preguntó. «¿Y cómo voy a salir de él con un policía observándome?».

  -¿La placa va acompañada de una orden de registro? -preguntó ásperamente.

  -No -él se habría sentido mejor, mucho mejor, si ella hubiera bajado el arma de una vez. Pero parecía gustarle empunarla, aunque apuntaba un poco más abajo. Sin embargo, Seth había recuperado su aplomo. Manteniendo los ojos fijos en ella, bajó el resto de las escaleras y se quedó parado en el vestíbulo, frente a ella-. Usted es Grace Fontalne.

  Ella vio que se guardaba la placa en el bolsillo "entras aquellos inescrutables ojos de policía escudriñaban su rostro. Estaba memorizando sus rasgos, pensó ella, irritada. Tomando nota de cualquier peculiaridad que pudiera distinguirla. ¿Qué demonios estaba pasando?

  -Sí, soy Grace Fontaine. Y ésta es mi casa. Y, dado que está usted en ella sin una orden de registro, está cometiendo allanamiento de morada. Como llamar a la policía parece superfluo, puede que me limite a llamar a mi abogado.

  Él ladeó la cabeza y sin querer captó un jirón de aquel olor de sirena. Tal vez fuera eso, y el efecto inmediato que produjo en su cuerpo, lo que le hizo hablar sin pararse a pensar lo que decía.

  -Bueno, señorita Fontaine, para estar muerta, no tiene usted mal aspecto.

 

  Ella respondió entornando los ojos y arqueando una ceja.

  -Si eso es un chiste de polis, me temo que tendrá que explicármelo.

  A Seth le irritó haber hecho aquel comentario. Era una falta de profesionalidad. Cauteloso, alzó lentamente una mano y apartó el cañón de la pistola hacia la izquierda.

  -¿Le importa? -dijo, y, luego, rápidamente, antes de que ella pudiera oponerse, se lo quitó limpiamente de la mano y le sacó el cargador. No era momento de preguntar si tenía licencia para llevar armas, de modo que se limitó a devolverle la pistola vacía y se guardó el cargador en el bolsillo.

-Conviene sujetar el arma con las dos manos -dijo

despreocupadamente, y con tal aplomo que Grace sospechó que se estaba burlando de ella-.Y, si quiere conservarla, procure no perderla de vista.

-Muchas gracias por la lección de defensa personal -irritada, abrió su bolso y metió dentro la pistola-. Pero aún no ha contestado a in¡ pregunta, teniente. ¿Qué está haciendo en in¡ casa?

-Ha sufrido usted un percance, señorita Fontaine.

  -¿Un percance? ¿Más jerga de policías? -ella dejó escapar un soplido-. ¿Ha entrado alguien en mi casa? -preguntó, y por primera vez desvió la atención del hombre y miró más allá de él, hacia el interior del vestíbulo-. ¿Me han robado? -añadió, y entonces vio una silla volcada y algunas piezas de porcelana rotas bajo el arco del cuarto de estar. Maldiciendo, hizo amago de apartar a Seth, pero él la agarró del brazo y la detuvo.

-Señorita Fontaine...

  -Quíteme las manos de encima -replicó ásperamente, interrumpiéndolo-. Ésta es mi casa.

Él siguió sujetándola con firmeza.

  -Me doy cuenta de ello. ¿Cuándo fue exactamente la última vez que estuvo usted aquí?

  -Haré una jodida declaración en cuanto compruebe qué falta -logró dar otros dos pasos y comprobó por el estado en que estaba el cuarto de estar que no había sido un robo limpio y meticuloso-. Vaya, menuda chapuza han hecho, ¿eh? A mi servicio de limpieza no va a hacerle ninguna gracia -bajó la mirada hacia el lugar donde los dedos de Seth seguían ciñendo su brazo-. ¿Está usted probando mis bíceps, teniente? A mí me gusta pensar que son firmes.

  -Su musculatura está bien -por lo que dejaban entrever sus ligeros pantalones de color marfil, estaba mejor que bien-. Quisiera que contestara usted a unas preguntas, señorita Fontaine. ¿Cuándo estuvo en casa por última vez?

  -¿Aquí? -ella suspiró y encogió un hombro elegante. Su mente revoloteaba alrededor de los tediosos pormenores que rodeaban un robo. Llamar a su agente de seguros, rellenar una solicitud, hacer declaraciones-. El miércoles por la tarde. He estado fuera de la ciudad unos días -le preocupaba más de lo que se atrevía a admitir que su casa hubiera sido saqueada en su ausencia. Sus cosas en manos de extraños. Pero le lanzó a Seth una mirada sonriente por debajo de las pestañas-. ¿No va tomar notas?

-Lo estoy haciendo, en realidad. Brevemente. ¿Quién quedó en la casa durante su ausencia?

-Nadie. No me gusta tener gente en casa cuando estoy fuera. Ahora, si me disculpa... -se desasió de un tirón, lanzó el vestíbulo y pasó bajo el arco-. Cielo santo -sintió rabia primero, una rabia intensa y fulminante. Deseó darle una patada a algo, aunque estuviera ya roto y arruinado-. ¿Tenían que romper lo que no se llevaron? -masculló. Alzó la mirada, vio la barandilla rota y lanzó otra maldición-. ¿Y qué demonios hicieron ahí arriba? ¿De qué sirve el sistema de alarma si cualquiera puede ... ? -de pronto se detuvo en seco y su voz se apagó al ver la silueta dibujada sobre el suelo de nogal. Mientras la miraba, incapaz de apartar los ojos de ella, la sangre abandono su rostro, dejándolo dolorosamente frío y rígido.

Apoyando una mano sobre el respaldo del sofa manchado para mantener el equilibrio, siguió mirando la silueta, los relucientes fragmentos de cristal de lo que había sido su mesa de café, y la sangre que se había secado formando un oscuro charco.

-¿Por qué no vamos al comedor? -dijo él suavemente.

Ella echó los hombros hacia atrás de un tirón, a pesar de que él no la había tocado. La boca de su estómago se había helado, y los destellos de calor que atravesaban su cuerpo no conseguían derretirla.

  -¿A quién han matado? -preguntó-. ¿Quién ha muerto?

-Hasta hace cinco minutos, se suponía que a usted.

  Ella cerró los ojos, vagamente consciente de que los márgenes de su visión empezaban a emborronarse.

  -Discúlpeme -dijo con claridad, y cruzó la habitación con las piernas entumecidas. Recogió una botella de brandy que yacía de lado en el suelo y abrió atropelladamente una vitrina en busca de un vaso.Y se sirvió copiosamente.

  Tomó el primer trago como si fuera una medicina. Seth lo notó en el modo en que lo tragaba y se estremecía repetidamente, con fuerza. La bebida no devolvió el color a su cara, pero Seth supuso que al menos puso en marcha de nuevo su cuerpo.

  -Señorita Fontaine, creo que sería mejor que habláramos en otra habitación.

  -Estoy bien -pero su voz era áspera. Bebió de nuevo antes de volverse hacia él-. ¿Por qué creían que era yo?

  -La víctima estaba en su casa, vestida con una bata. Coincidía con su descripción, más o menos. Su cara estaba... dañada por la caída. Era aproximadamente de su altura y, de su peso, de su misma edad, y tenía el mismo color de pelo.

  Su mismo color de pelo, pensó Grace sintiendo una oleada de alivio que la hizo tambalearse. Entonces, no eran ni Bailey ni M.J.

  -No he tenido ningún invitado en mi ausencia -respiró hondo, sabiendo que la calma estaba ahí; sólo necesitaba alcanzarla-. No tengo ni idea de quién era la mujer que ha muerto, a menos que fuera una ladrona. ¿Cómo ... ? -Grace alzó la mirada de nuevo hacia la barandilla rota-. Supongo que la empujaron.

-Eso está aún por determinar.

  -Estoy segura de que así será. No puedo ayudarlo respecto a quién era esa mujer, teniente. Dado que no tengo una hermana gemela, sólo puedo... -se interrumpió, y palideció de nuevo. Su mano libre se crispó y se apretó contra su estómago-. Oh, no. Oh, Dios...

Él no vaciló.

-¿Quién era?

  -Yo... Podría ser... Había estado aquí otras veces cuando yo estaba de viaje. Por eso ya no dejaba una llave fuera. Pero puede que hiciera una copia. No le habría importado lo más mínimo -apartando su mirada de la silueta, atravesó de nuevo aquel desorden y se sentó en el brazo del sofa-. Una prima -bebió otro sorbo de brandy, dejando que su calor se difundiera por su cuerpo-. Melissa Bennington... No, creo que recuperó el apellido Fontaine hace unos meses, después de su divorcio. No estoy segura -se pasó una mano por el pelo-. No me interesaba lo bastante como para averiguar esa clase de detalles.

-¿Se parece a usted?

Ella le ofreció una débil y triste sonrisa.

  -Melissa está empeñada en parecerse a mí. Yo pasé de considerarlo levemente halagador a considerarlo levemente irritante. En los últimos años, me parecía patético. Supongo que hay un leve parecido. Aunque ella se encargó de aumentarlo. Se dejó crecer el pelo, se lo tiñó de mi color. Había ciertas diferencias de complexión, pero ella... también se aumentó eso. Compra en las mismas tiendas que yo, va a los mismos salones de belleza. Elige los mismos hombres. Crecimos juntas, más o menos. Ella siempre tuvo la sensación de que yo había salido mejor parada a todos los niveles -miró hacia atrás, hacia abajo, y sintió una oleada de pena y lástima-.Y, al parecer, esta vez ha sido así.

  -Si alguien no la conociera a usted bien, ¿podría haberla confundido con ella?

  -Mirando de pasada, sí, supongo. Quizás algún conocido casual. Nadie que... -se interrumpió de nuevo y se puso en pie-. ¿Cree que alguien la mató creyendo que era yo? ¿Que me confundieron con ella, como hizo usted? Eso es absurdo. Fue un allanamiento, un robo. Un terrible accidente.

  -Es posible -al final, Seth había sacado su libreta para anotar el nombre de la prima de Grace. Alzó la mirada y se encontró con sus ojos-. Pero es más probable que alguien entrara aquí, la confundiera con usted y supusiera que tenía la tercera Estrella -era buena, pensó. Sus ojos apenas brillaron antes de que mintiera.

-No sé de qué me está hablando.

  -Sí, claro que lo sabe. Y, si no ha estado en casa desde el miércoles, todavía la tendrá -miró el bolso que ella continuaba sujetando.

  -No suelo llevar estrellas en el bolso -le lanzó una sonrisa de márgenes temblorosos-. Pero suena encantador, casi poético. Ahora, estoy muy cansada...

  -Señorita Fontaine -su voz sonó crispada y fría-, esa mujer es el sexto cuerpo con el que me encuentro hoy cuya pista conduce a esos tres diamantes azules.

Ella alzó una mano y lo agarró del brazo.

-¿Y Bailey y M.J.?

  -Sus amigas están bien -sintió que su mano se aflojaba-. Ha sido un fin de semana lleno de acontecimientos, todo lo cual podría haberse evitado si sus amigas se hubieran puesto en contacto con la policía y hubieran cooperado con nosotros. Y es cooperación lo que espero obtener de usted, de un modo u otro.

Ella echó el pelo hacia atrás.

  -¿Dónde están? ¿Qué ha hecho, encerrarlas? Mi abogado las sacará y le hará la vida imposible en menos de lo que tarda usted en recitar los derechos a un detenido se acercó al teléfono, pero vio que no estaba sobre la mesa de estilo reina Ana.

  -No, no las hemos encerrado -lo sorprendió lo pronto que se había puesto en marcha-. Supongo que a estas horas están preparando su funeral.

  -¿Preparando mi ... ? -sus bellísimos ojos se abrieron de par en par, angustiados-. Oh, Dios mío, ¿les ha dicho que estaba muerta? ¿Creen que estoy muerta? ¿Dónde están? ¿Dónde está el teléfono? Tengo que llamarlas -se agachó y empezó a rebuscar entre los fragmentos, empujando a Seth cuando éste la agarró del brazo otra vez.

-No están en casa.

-Ha dicho que no las habían encerrado.

  -Y así es -se daba cuenta de que no obtendría nada de ella hasta que se hubiera quedado satisfecha-. La llevaré con ellas. Luego aclararemos esto, señorita Fontaine. Se lo prorneto.

 

Grace no dijo nada mientras Seth la llevaba hacia los pulcros barrios residenciales que bordeaban Washington. Le había asegurado que Bailey y M.J. estaban bien, y su intuición le decía que el teniente Seth Buchanan nunca mentía. A fin de cuentas, lo suyo eran los datos fehacientes, pensó. Sin embargo, siguió retorciéndose las manos hasta que empezaron a dolerle los nudillos. Tenía que verlas, tocarlas.

  La culpa empezaba a pesarle, culpa porque estuvieran llorando su muerte, cuando en realidad se había pasado los últimos días satisfaciendo su necesidad de estar sola, de alejarse de todo. De estar en otra parte.

  ¿Qué les había pasado a sus amigas durante el largo fin de semana? ¿Habían intentado ponerse en contacto con ella mientras estaba fuera? Resultaba penosamente obvio que los tres diamantes azules que Bailey había estado autentificando para el museo estaban en el fondo de todo aquello.

  Mientras la impresión de la silueta marcada en el suelo de nogal destellaba en su cabeza, Grace se estremeció de nuevo. Melissa, pobre y patética Melissa. Pero ahora no podía pensar en eso. No podía pensar más que en sus amigas.

-¿No estarán heridas? -logró preguntar.

  -No -Seth no dijo nada más mientras atravesaba el mar de faros y luces callejeras. El olor de Grace se extendía sutilmente por el coche, enervando sus sentidos. Seth abrió la ventana y dejó que la leve brisa húmeda lo disipara-. ¿Dónde ha estado estos últimos días, señorita Fontaine?

  -Lejos -cansada, ella echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos-. Es uno de mis lugares favoritos.

  Grace se incorporó de nuevo cuando Seth tomó una calle flanqueada de árboles y entró en la rampa de una casa de ladrillo. Vio un reluciente jaguar y después un coche decrépito y enorme como un buque. Pero ningún veloz MG, ni ningún práctico cochecito.

  -Sus coches no están aquí -comenzó, lanzándole una mirada de reproche.

-Pero ellas sí.

  Grace salió y, haciendo caso omiso de Seth, corrió hacia la puerta. Llamó con fuerza, firmemente, a pesar de que su puño temblaba. La puerta se abrió y un hombre al que no conocía se quedó mirándola. Sus fríos ojos verdes brillaron de asombro, y luego se entibiaron lentamente. Su sonrisa era deslumbrante. Extendió el brazo y apoyó suavemente una mano sobre su mejilla.

-Tú eres Grace.

-Sí, yo...

  -Es absolutamcnte maravilloso verte -aquel hombre la tomó en sus brazos, uno de los cuales estaba vendado, con tanto ímpetu que Grace no tuvo ocasión de sentirse sorprendida-. Yo soy Cade -murmuró, mirando a Seth por encima de la cabeza de Grace-. Cade Parris. Pasad.

-¿Y Bailey y M.J.?

-Están ahí dentro. Se pondrán bien en cuarito te vean -la tomó del brazo y sintió que temblaba levemente.

  Ella se detuvo en la puerta del cuarto de estar y apoyó una mano sobre su brazo. Dentro estaban Bailey y M.J., mirando hacia otro lado, con las manos unidas. Hablaban en susurros, con la voz sacudida por las lágrimas. Un poco más lejos había mi hombre de pie, con las manos metidas en los bolsillos y una expresión impotente en el rostro amoratado. Al verla, sus ojos, del color de nubes de tormenta, se achicaron y empezaron a centellear. Luego sonrió.

  Grace respiró hondo, estremecida, y exhaló lentamente.

  -Bueno -dijo con voz clara y firme-, es un alivio saber que alguien llorará mi muerte.

  Las dos mujeres se giraron a la vez. Por un instante, se miraron las tres con los Ojos como platos. A Seth le pareció que se movían las tres al unísono, como si fueran una, de tal modo que su carrera saltarina a través de la habitación para abrazarse contenía una gracia innegablemente femenina. Luego se fundieron, mezclando voces y lágrimas.

  Un triángulo, pensó Seth, frunciendo el ceiío. Con tres vértices que formaban un todo. Como el triángulo de oro que sostenía los tres poderosos diamantes de incalculable valor.

-Creo que será mejor que las dejemos solas -dijo

Cade suavemente, y le hizo un gesto al otro hombre-. ;Teniente? -les indicó el pasillo, alzando las cejas al ver que Seth vacilaba-. No creo que vayan a ir a ninguna parte.

  Seth se encogió levemente de hombros y retrocedió. Podía concederles veinte minutos.

-Tengo que usar su teléfono.

-Hay uno en la cocina. ¿Quieres una cerveza, Jack?

El otro hombre sonrió.

-Me has leído el pensamiento.

 

  -Amnesia... -dijo Grace un rato después. Bailey y ella estaban acurrucadas en el sofa, mientras M.J. permanecía sentada en el suelo, a sus pies-. ¿Te quedaste completamente en blanco?

  -Completamente -Bailey agarraba con fuerza la mano de Grace, temiendo romper el vínculo-. Me desperté en un hotel espantoso, sin memoria, con más de un millón de dólares en efectivo y el diamante. Saqué el nombre de Cade del listín telefónico. Él es quien me ha ayudado -el calor de su voz hizo que Grace intercambiara una rápida mirada con M.J. Aquello había que hablarlo con detalle más adelante-. Empecé a recordar poco a poco. M.J. y tú sólo erais destellos. Veía vuestras caras, incluso oía vuestras voces, pero nada encajaba. Cade fue quien averiguó lo de Salvini, y cuando llegarnos allí... entró.

-Poco antes de que llegáramos nosotros -dijo M.J.-. Jack se dio cuenta de que las cerraduras de la puerta de atrás habían sido forzadas.

  -Entramos -continuó Bailey, y sus Ojos arrasados por las lágrimas se pusieron vidriosos-, y entonces lo recordé todo. Que Thomas y Timothy estaban planeando robar las Piedras, falsificarlas; y que os había mandado una a cada una de vosotras para impedirlo. Qué estúpida fui.

  -No, nada de eso -Grace deslizó un brazo alrededor de los hombros de Bailey-. A mí me parece lógico. No tenías tiempo para otra cosa.

  -Debería haber llamado a la policía, pero estaba segura de que podía hacerles desistir. Iba a entrar en el despacho de Thomas para enfrentarme a él, para decirle que se había acabado. Y vi... -tembló de nuevo-. La pelea. Fue horrible. Los relámpagos iluminaban las ventanas, sus caras... Entonces Timothy agarró el abrecartas, el cuchillo. Se fue la luz, pero los relámpagos seguían centelleando, y pude ver lo que hacía..., lo que le hacía a Thomas. Toda esa sangre...

  -Déjalo -murmuró M.J., frotando la rodilla de Bailey para reconfortarla-. Intenta olvidarlo.

  -No -Bailey sacudió la cabeza-.Tengo que seguir. El me vio, Grace. Me habría matado. Fue detrás de mí. Yo había agarrado la bolsa con el dinero de la fianza, y corrí en la oscuridad. Y me escondí debajo de la escalera, en un hueco pequeño que hay debajo de los peldaños. Pero lo veía buscándome, con las manos manchadas de sangre. Todavía no recuerdo cómo salí de allí, cómo llegué a esa habitación.

  Grace no soportaba imaginárselo: su callada y apacible amiga perseguida por un asesino.

  -Lo importante es que saliste, y que estás a salvo -Grace miró a M.J.-. Todas lo estamos -esbozó una sonrisa irónica-. ¿Y tú cómo has pasado las vacaciones?

  -Huyendo con un cazarrecompensas, esposada a la cama de un motel de mala muerte, tiroteada por un par de capullos.... con una breve parada en tu casa de la montaña.

  Un cazarrecompensas, pensó Grace, intentando ponerse al día. Aquel tal Jack, suponía, el de la coleta rubia y los ojos grises como una tormenta. Y la sonrisa matadora. Esposas, moteles baratos y tiros. Llevándose los dedos a los Ojos, intentó aferrarse al detalle menos perturbador.

-¿Estuviste en n-li casa? ¿Cuándo?

  -Es una larga historia -M.J. resumió el relato del par de días transcurridos desde su primer encuentro con Jack, cuando había intentado llevársela creyendo que había violado la libertad condicional, y hasta cómo habían escapado de aquella trampa para abrirse paso hasta el incollo de aquel rompecabezas.

  -Hay alguien que maneja los hilos -concluyó M.J.-. Pero aún no sabemos quién es. El prestamista que le dio a Jack la documentación falsa acerca de mí, los dos tipos que nos persiguieron y los Salvini están todos muertos.

-Y Melissa -murmuró Grace.

  -¿Era Melissa? -Bailey se giró hacia Grace-. ¿La de tu casa?

  -Supongo que sí. Cuando llegué a casa, ese poli estaba allí. Todo estaba patas arriba, y la policía imaginaba que la muerta era yo -respiró hondo cuidadosamente y exhaló con firmeza antes de concluir-. Se había caído por la barandilla, o la habían empujado. Yo estaba a muchos kilómetros de distancia cuando ocurrió.

  -¿Dónde has ido? -preguntó M.J.-. Cuando Jack y yo llegamos a tu casa de campo, estaba cerrada a cal y canto. Pensé... Estaba segura de que acababas de pasar por allí. Aún olía a tu perfume.

  -Me fui ayer, a última hora de la mañana. Me apetecía estar cerca del mar, así que bajé por la carretera de la costa este y encontré un pequeño hotel. Compré algunas antigüedades, me codeé con los turistas, vi los fuegos artificiales... He vuelto hoy, a última hora. Estuve a punto de quedarme a pasar otra noche. Pero os llamé a las dos desde el hotel y me saltaron vuestros contestadores. Empecé a inquietarme y me vine para casa -cerró los ojos un momento-. Estaba aturdida, Bailey.justo antes de que me fuera al campo, perdimos a uno de los niños.

-Oh, Grace, lo siento.

  -Siempre pasa lo mimo. Nacen con sida, o adictos al crack, o con un agujero en el corazón. Algunos mueren. Pero no logro acostumbrarme a ello, y no podía quitármelo de la cabeza. Así que estaba aturdida. Cuando venía para acá, empecé a pensar. Y a preocuparme. Luego me encontré a ese policía en mi casa. Me preguntó por la piedra. No sabía qué querías que le dijera.

-Ya se lo hemos contado todo a la policía –suspiró Bailey-. A Jack y a Cade no parece caerles muy bien ese tal Buchanan, pero dicen que trabaja bien. Las dos piedras ya están a salvo, igual que nosotros.

  -Lamento que hayáis tenido que pasar por todo esto. Ojalá hubiera estado aquí.

-Habría dado lo mismo -dijo M.J.-. Estábamos dispersas, cada una por su lado, con los vez haya sido el destino.

-Ya estamos juntas –Grace las tomó de las manos-. ¿Qué va a pasar ahora?

  -Señoras -Seth entró en la habitación y posó su fría mirada sobre ellas. Luego la fijó en Grace-, señorita Fontaine, ¿y el diamante?

  Ella se levantó y recogió el bolso que había dejado tirado sobre el sofá. Abriéndolo, sacó un bolsito de terciopelo y deslizó la piedra en la palma de su mano.

-Precioso, ¿verdad? -murmuró, observando el destello de luz azul-. Se supone que los diamantes son fríos al tacto, ¿no, Bailey? Sin embargo éste tiene... calor -alzó los ojos hacia Seth mientras se acercaba a él-. Aún así, ¿cuantas vidas puede valer?

  Extendió la mano abierta. Cuando los dedos de Seth se cerraron sobre la piedra, Grace sintió un sobresalto: los dedos de Seth sobre su piel, el diamante azul entre sus manos. Algo encajó de manera casi inaudible.

  Se preguntó si él lo había sentido, lo había oído. ¿Por qué, si no, se entornaban aquellos enigmáticos ojos, se había detenido su mano? Grace se quedó sin aliento.

  -Impresionante, ¿verdad? -logró decir, y sintió una extraña oleada de emoción cuando él le quitó el diamante de la mano.

  A Seth no le gustó la sacudida que le recorrió el brazo, y dijo ásperamente:

  -Supongo que esto está incluso por encima de sus posibilidades, señorita Fontaine.

  Ella se limitó a sonreír. No, se dijo, él no había sentido nada... ni ella tampoco. Eran sólo Imaginaciones suyas. El estrés.

  -Yo prefiero adornar mi cuerpo con algo menos... obvio.

Bailey se levantó.

  -Las Estrellas están bajo mi responsabilidad, a no ser que el Smithsonian indique lo contrario -miró a Cade, que esperaba en la puerta-. Las pondremos a buen recaudo en la caja fuerte. Las tres .Y hablaré con el doctor Lindstrum por la mañana.

  Seth hizo girar la piedra sobre su mano. Imaginaba que podía confiscarla, al igual que las otras dos. A fin de cuentas, eran pruebas de varios casos de homicidio. Pero no le parecía sensato volver a la comisaría con una fortuna en el coche.

  Parris resultaba irritante, pensó. Pero al menos era honesto. Y, técnicamente, las piedras estaban bajo custodia de Bailey James hasta que el Smithsonian la liberara de aquella carga. Seth se preguntaba qué dirían las autoridades del museo cuando conocieran las peripecias de las tres Estrellas. Pero ése no era problema suyo.

  -Guárdenla -dijo, pasándole la piedra a Cade-. Yo también hablaré con el doctor Lindstrum por la mañana, señorita James.

Cade se apresuró a dar un paso adelante, amenazador. -Mire, Buchanan...

  -No -Bailey se interpuso entre ellos: una suave brisa entre dos tormentas en ciernes-. El teniente Buchanan tiene razón, Cade. Ahora es asunto suyo.

-Gracias por traer a Grace tan rápidamente, teniente.

  Seth miró la mano que Bailey le tendía. «Aquí tiene su sombrero», pensó. «Tendrá usted prisa».

  -Lamento haberla molestado, señorita james -su mirada se posó en M.J.-. Señorita O'Leary.. Procuren estar disponibles.

  -No vamos a ir a ninguna parte -M.J. ladeó la barbilla con un gesto desafiante mientras Jack se acercaba a ella-. Conduzca con cuidado, teniente.

  Él recibió aquel nuevo rechazo con un ligero asentimiento.

-Señorita Fontaine, yo la llevaré a casa.

  -No va a marcharse -M.J. saltó delante de Grace como una tigresa que defendiera a su cachorro-. No va a volver a esa casa esta noche. Se queda aquí, con nosotros.

-Puede que no quiera usted volver a casa, señorita

Fontaine -dijo Seth fríamente-. Tal vez prefiera usted contestar unas preguntas en mi despacho.

-No hablará en serio...

Él atajó las protestas de Bailey con una mirada.

-Tengo un cadáver en el depósito. Hablo muy en serio.

  -Es usted un fenómeno, Buchanan -dijo Jack, pero su voz sonaba baja y amenazadora-. ¿Por qué no vamos usted y yo a la otra habitación y.. vemos qué puede hacerse?

  -No pasa nada -Grace se -adelantó, componiendo una sonrisa verosímil-. ¿Jack, verdad?

  -Sí -él apartó su atención de Buchanan el tiempo justo para sonreírle-. Jack Dakota. Encantado de conocerte..., Miss Abril.

  -Oh, mi descarriada juventudd todavía colea -con una risita, Grace le besó la mejilla arañada-. Agradezco que te ofrezcas a moler a palos al teniente por mí, Jack, pero me parece que ya has tenido bastante por hoy.

  Sonriendo, él se pasó el pulgar por la mandíbula amoratada.

-Todavía me quedan fuerzas.

  -No lo dudo, pero, aunque sea triste decirlo, el poli tiene razón -se echó el pelo hacia atrás y volvió aquella sonrisa, varios grados más fría, hacia Seth-. Puede que lea poco delicado, pero tiene razón. Tiene que hacerme unas preguntas. Debo irme.

  -No vas a volver sola ,a tu casa -insistió Bailey-. Esta noche, no, Grace.

  -No me pasará nada. Pero, si no te importa, Cade, acabaré con esto, recogeré unas cuantas cosas y volveré -miró a Cade, que acababa de entrar en la habitación-. ¿Tienes una cama de sobra, querido?

  -Claro que sí. ¿Por qué no te acompaño, te ayudo a recoger y te traigo de vuelta?

  -Tú quédate aquí, con Bailey -le dio un beso, un roce espontáneo y ya afectuoso de los labios-. Estoy segura de que el teniente Buchanan y yo nos las apañaremos -recogió su bolso, dio media vuelta y abrazó a M.J. y a Bailey otra vez-. No os preocupéis por mí. A fin de cuentas, estoy en brazos de la ley -se apartó y le lanzó a Seth una de aquellas sonrisas luminosas-. ¿No es así, teniente?

  -En cierto modo -él retrocedió y aguardó a que ella cruzara la puerta delante de él.

  Grace esperó hasta que estuvieron en el coche y salieron de la rampa.

  -Necesito ver el cuerpo -no lo miró, pero alzó una mano para despedirse de sus cuatro amigos, que se habían apiñado en la puerta para verlos partir-. Tendrán que... Habrá que identificarla, ¿no?

  A él lo sorprendió que estuviera dispuesta a asumir esa responsabilidad.

-Sí.

  -Pues acabemos cuanto antes. Después de... Después, contestaré a sus preguntas. Preferiría que fuera en su oficina -añadió, utilizando de nuevo aquella sonrisa-. Mi casa está un poco desordenada.

-Está bien.

 

  Grace sabía que sería duro. Sabía que sería terrible. Se había preparado para ello... o eso había creído. Pero nada, comprendió mientras miraba lo que quedaba de la mujer en la morgue, podía haberla preparado para aquello.

  No era de extrañar que la hubiesen confundido con Melissa, cuya cara, de la que en vida se sentía tan orgullosa, estaba completamente destrozada. La muerte había sido cruel con ella, y, debido a su relación con el hospital, Grace sabía por experiencia que a menudo lo era.

  -Es Melissa -su voz resonó en la helada habitación blanca-. Mi prima, Melissa Fontaine.

-¿Está segura?

-Sí. íbamos al mismo gimnasio, entre otras cosas. Conozco su cuerpo casi tan bien como el mío. Tiene una marca de nacimiento en forma de hoz en el arranque de la espalda, justo a la izquierda del centro. Y una cicatriz en la planta del pie izquierdo, pequeña y en forma de luna creciente, de una vez que piso una concha rota en los Hamptoris, cuando tenía doce años.

  Seth se movió, buscó la cicatriz y le hizo una leve inclinación de cabeza al ayudante del forense.

-Lamento su pérdida.

  -Sí, estoy segura de ello -sintiendo que los músculos se le habían convertido en cristal, se dio la vuelta y pasó la "rada enturbiada sobre él-. Discúlpeme.

  Casi había llegado a la puerta cuando empezó a tambalearse. Mascullando una maldición, Seth la agarró, la sacó al pasillo y la sentó en una silla. Con una mano le colocó la cabeza entre las piernas.

  -No voy a desmayarme -ella cerró los ojos con fuerza, intentando contener las náuseas y el mareo.

-Cualquiera lo diría.

  -Soy demasiado sofisticada como para permitirme algo tan sentimental como un vahído -pero su voz se quebró, sus hombros temblaron, y por un instante mantuvo la cabeza agachada-. Oh, Dios, está muerta. Y todo porque me odiaba.

-¿Qué?

  -No importa. Está muerta -cruzó los brazos, se incorporó de nuevo y apoyó la cabeza contra la fría pared blanca. Sus mejillas estaban muy pálidas -tengo que llamar a mi tía. Su madre. Tengo que contarle lo que ha pasado.

  Él observó el rostro de aquella mujer, cuya asombrosa belleza no disminuía la palidez.

-Dígame su nombre. Yo me encargaré de eso.

-Se llama Helen Wilson Fontalne. Pero yo lo haré.

  Seth no se dio cuenta de que la había tomado de la mano hasta que ella apartó la suya. Él se replegó a todos los niveles, y se levantó.

  -No he podido contactar con Helen Wilson ni con su marido. Ella está en Europa.

  -Lo sé -Grace se echó el pelo hacia atrás, pero no intentó levantarse. Aún no-. Yo sé dónde encontrarla -la idea de hacer aquella llamada, de decir lo que había que decir, le constreñía la garganta-. ¿Podría tomar un poco de agua, teniente?

  Los tacones de Seth retumbaron sobre las baldosas mientras se alejaba. Luego se hizo el silencio: un silencio completo y repugnante que hablaba en susurros de los asuntos que se trataban en tales lugares. Allí había olores que se filtraban taimadamente bajo el potente hedor del antiséptico y los jabones industriales. Grace se alegró al oír de nuevo los pasos de Seth. Tomó con las dos manos el vaso de plástico que él le ofrecía y bebió lentamente, concentrándose en el simple hecho de tragar líquido.

-¿Por qué la odiaba?

-¿Qué?

-Su prima. Ha dicho que la odiaba. ¿Por qué?

-Cosas de familia -dijo ella escuetamente. Le dio el vasito vacío al levantarse-. Quisiera irme ya.

  Él la observó de nuevo. Aun no había recuperado el color, tenía las pupilas dilatadas, y sus iris azul eléctrico estaban vidriosos. Seth dudó de que aguantara una hora más.

-La llevaré a casa de Parris -decidió-. Puede recoger sus cosas por la mañana. Pásese por mi oficina para hacer la declaración.

-He dicho que lo haría esta noche.

  -Y yo le digo que lo hará por la mañana. Ahora no me servirá de nada.

Ella intentó una débil risita.

  -Vaya, teniente, creo que es usted el primer hombre que me dice eso. Estoy desolada.

  -No pierda el tiempo con tonterías -la agarró del brazo y la condujo hacia la puerta-. No tiene energías.

  Tenía razón. Grace se desasió cuando salieron de nuevo al aire denso de la noche.

-No me gusta usted.

  -No hace falta -él abrió la puerta del coche y aguardó-.Y tampoco hace falta que a mí me guste usted.

Ella se acercó a la puerta y lo miró a los ojos.

  -Pero la diferencia es que, si tuviera energías, o ganas, yo podría hacerle suplicar -entró en el coche, deslizando en su interior aquellas largas piernas y sedosas.

  No era probable, se dijo Seth mientras cerraba la puerta de golpe. Pero no las tenía todas consigo.

 

Se sentía como unaa cobarde, pero no volvió a casa. Necesitaba a sus amigas, no aquella casa vacía, con la silueta de mi cadáver dibujada en el suelo.

Jack fue a sacar sus cosas del coche y se las llevó. Le pareció que, por un día, era suficiente.

Dado que iba al volante para encontrarse con Seth, se había preparado cuidadosamente. Llevaba puesto un traje de verano que había comprado en la costa. La faldita corta y la chaqueta a la altura de la cintura, color amarillo jacinto, no tenían un aspecto muy formal. Pero no pretendía aparentar tranquilidad. Se había entretenido recogiéndose el pelo hacía atrás en una intrincada trenza francesa y se había maquillado con la minuciosidad y la determinación de un general aprestándose para una batalla decisiva.

  Encontrarse con Seth, en efecto, le parecía una batalla.

  La llamada a su tía le había producido dolor de estomago y mi intenso mareo. Había dormido mal, pero había dormido, acurrucada en una de las habitaciones de invitados de Cade, segura de que las personas que más le importaban estaban a su lado.

  Se enfrentaría más tarde a sus parientes, pensó mientras introducía el descapotable en el aparcamiento de la comisaría. Sería duro, pero se las arreglaría. De momento, tenía que poner las cosas en claro consigo misma. Y con Seth Buchanan.

  Si alguien la hubiera visto salir del coche y cruzar el aparcamiento, habría asistido a una metamorfosis. Sutil y gradualmente, sus ojos pasaron de cansados a seductores. Su paso se hizo más desenvuelto, convirtiéndose en mi indolente contoneo ideado para dejar estupefactos a los hombres. Su boca se alzó levemente por las comisuras en una sonrisa femenina y sagaz.

No era, en realidad, una máscara, sino otra cara de ella. Innata y habitual, era una imagen que podía conjurar a voluntad. Lo hizo al lanzarle una lenta y maliciosa sonrisa al agente con el que coincidió en la puerta. Él se sonrojó, retrocedió y estuvo a punto de arrancar la puerta en su afán por abrírsela.

-Vaya, gracias, agente.

  El sofoco cubrió el cuello y la cara del policía, y la sonrisa de Grace se hizo más amplia. Estaba en plenas facultades. Esa mañana, Seth Buchanan no se encontraría con una pálida y temblorosa mujer. Se encontraría con la verdadera Grace Fontaine.

  Se acercó al sargento de guardia del mostrador y pasó mi dedo por el borde de éste.

-Disculpe...

-Sí, señora -su nuez subió y bajó tres veces mientras tragaba saliva.

-Me pregunto si podría usted ayudarme. Estoy buscando al teniente Seth Buchanan. ¿Está usted al mando? -pasó su mirada sobre él-. Debe usted estar al mando, teniente.

  -Ah, sí. No. Soy sargento -buscó torpemente el libro de registro y los pases-.Yo... Está... Encontrará al teniente arriba, en el departamento de investigación. A la izquierda de las escaleras.

  -Ah -ella tomó el bolígrafo que el agente le ofrecía y firmó con desenvoltura-. Gracias, teniente. Quiero decir sargento.

  Grace oyó cómo exhalaba el aire mientras se daba la vuelta, y notó su mirada clavada en las piernas cuando subía las escaleras. Encontró el departamento de investigación fácilmente y recorrió con la mirada las mesas, colocadas unas frente a las otras, algunas ocupadas y otras no. Los policías estaban en mangas de camisa en medio de un calor opresivo que apenas disipaba un aparato de aire acondicionado en las últimas. Muchas pistolas, pensó Grace, muchos almuerzos a medio comer y muchas tazas de café vacías. Los teléfonos sonaban sin cesar.

  Grace localizó a su presa: un hombre con la corbata floja, los pies sobre el escritorio, un informe en una mano y un bollo en la otra. Cuando echó a andar por la habitación llena de gente, varias conversaciones se detuvieron. Alguien silbó suavemente, como un suspiro. El hombre del escritorio bajó los pies al suelo y se tragó el bollo.

-Señorita...

  Debía de tener unos treinta años, calculó Grace, a pesar de que su pelo parecía retroceder rápidamente. Él se limpió los dedos en la camisa y giró los ojos ligeramente hacia la izquierda, donde uno de sus compañeros sonreía mientras se daba golpes con el puño en el corazón

-Espero que pueda ayudarme -mantuvo los Ojos fijos en él, y sólo en él, hasta que un músculo comenzó a vibrar en su mandíbula-, ¿detective?

  -Sí, eh, Carter, detective Carter. ¿Qué puedo hacer por usted?

  -Espero estar en el sitio indicado -Grace giró la cabeza y recorrió con la mirada la sala y a sus ocupantes. Varios estómagos se encogieron-. Estoy buscando al teniente Buchanan. Creo que me está esperando -se apartó elegantemente un mechón de pelo suelto de la cara-.Me temo que no sé cuál es el procedimiento habitual.

  -Está en su despacho. Allí, en su despacho -sin apartar los ojos de ella, señaló con el pulgar-. Belinski, dile al teniente que tiene visita. La señorita...

  -Me Hamo Grace -apoyó una cadera sobre el escritorio, dejando que la falda se le subiera-. Grace Fontaine. ¿Le importa que espere aquí, detective Carter? ¿Le estoy interrumpiendo?

-Sí... No, claro que no.

-Es tan emocionante... -esbozó una sonrisa deslumbrante-. El trabajo de detective. Tendrá tantas historias interesantes que contar...

 

Cuando, al concluir la llamada telefónica que estaba atendiendo, le informaron de que Grace Fontaine estaba allí, Seth se puso la americana y entró en la sala, el escritorio de Carter estaba completamente rodeado. Y media docena de sus mejores agentes jadeaban como cachorros por un hueso carnoso. Aquella mujer, pensó, iba a darle muchos dolores de cabeza.

  -Ya veo que esta mañana se han cerrado todos los casos y el crimen se ha detenido milagrosamente.

  Su voz surtió el efecto deseado. Los hombres dieron un respingo. Los que no se dejaban intimidar fácilmente sonrieron mientras regresaban lentamente a sus mesas. Abandonado, Carter se sonrojó del cuello a la línea del pelo.

  -Eh, Grace... digo la señorita Fontaine quiere verlo, teniente. Señor.

-Ya lo veo. ¿Ha acabado ese informe, detective?

  -Estoy en ello -Carter agarró los papeles que había dejado a un lado y pegó la nariz a ellos.

  -Señorita Fontalne -Seth arqueó una ceja y señaló hacia su despacho.

  -Ha sido un placer conocerte, Michael -Grace deslizó un dedo sobre el hombro de Carter al pasar.

  Seth había sentido el calor de aquel contacto apenas unas horas antes.

  -Ya puede dejar ese numerito -dijo Seth secamente ni-¡entras abría la puerta del despacho-. Aquí no le servirá de nada.

  -Nunca se sabe, ¿no cree? -ella entró, pasando tan cerca de él que sus cuerpos se rozaron. Grace creyó sentir que él se envaraba un poco, pero su mirada siguió siendo fría y firme, y aparentemente desinteresada. Irritada, Grace observó su despacho.

  El beige institucional de las paredes se mezclaba con el beige mugriento del linóleo viejo del suelo, produciendo una impresión deprimente. La mesa funcionarial y sobrecargada, los armarios archivadores grises, el ordenador, el teléfono y una pequeña ventana no añadían brillo precisamente a aquella habitación anodina.

-Así que aquí es donde se mueven los hilos –murmuró, desilusionada al no encontrar ningún toque personal. Ni fotos, ni trofeos deportivos. Nada a lo que pudiera aferrarse, ningún signo del hombre que se ocultaba tras la insignia policial.

  Tal y como había hecho en la sala exterior, apoyó la cadera en una esquina de la mesa. Decir que parecía un rayo de sol habría sido un cliché. Y también incorrecto, pensó Seth. Los rayos de sol eran mansos, cálidos, acogedores. Ella era una llamarada repentina, explosiva. Ardiente. Y fatal.

Hasta un ciego se habría fijado en sus piernas satinadas bajo la falda amarilla y ceñida. Seth se limitó a rodearla, se sentó y la miró a la cara.

-Estará más cómoda en una silla.

-Estoy bien aquí -ella agarró indolente un lápiz y empezó a darle vueltas-. Supongo que no es aquí donde interroga a los sospechosos.

-No, para esos tenemos calabozos en el sótano.

En otras circunstancias, Grace habría apreciado su tono seco e irónico.

-¿Soy sospechosa?

-Ya se lo diré -él ladeó la cabeza-. Se recupera usted rápidamente, señorita Fontaine.

-Sí, así es. ¿Quería usted hacerme alguna pregunta, teniente?

-Sí, en efecto. Siéntese. En una silla.

Los labios de Grace formaron algo parecido a un mohín. Un mohín lascivo que parecía decir «ven y bésame». Seth sintió el tirón rápido e inevitable del deseo, y la maldijo por ello. Ella se movió, apartándose del escritorio con un suave deslizamiento, y, acomodándose en una silla, cruzó lentamente sus bellísimas piernas.

-¿Mejor?

-¿Dónde estuvo el sábado, entre la medianoche y las tres de la madrugada?

  Así que era entonces cuando había ocurrido, pensó Grace, y procuró ignorar su dolor de estómago.

-¿No va a leerme mis derechos?

  -No está usted acusada, no necesita un abogado. Es una simple pregunta.

  -Estaba en el campo. Tengo tilia casa en la parte oeste de Maryland. Estaba sola. No tengo coartada. ¿Ahora necesito mi abogado?

  -¿Pretende usted complicar las cosas, señorita Fontaine?

  -No hay modo de simplificarlas, ¿o sí? -pero agitó una mano con indiferencia. El fino brazalete de diamantes que rodeaba su muñeca emitió fuego-. Está bien, teniente, que sea lo menos complicado posible. No quiero llamar a mi abogado... de momento. ¿Qué le parece si le hago un breve resumen de mis movimientos? Me fui al campo el miércoles. No esperaba a mi prima, ni a nadie. Tuve contacto con algunas personas durante el fin de semana. Hice la compra en mi pueblo cercano, estuve comprando en el vivero. Eso debió de ser el viernes por la tarde. El sábado fui a recoger el correo. Es un pueblo pequeño, la cartera se acordará. Pero fue antes de mediodía, así que tuve tiempo de regresar a la ciudad en coche. Y, naturalmente, el viernes un mensajero me entregó el paquete de Bailey.

  -¿Y no le pareció extraño? Su amiga le manda un diamante azul ¿y usted se encoge de hombros y se va a hacer la compra?

  -La llamé. Pero no estaba -arqueó una ceja-. Pero supongo que eso ya lo sabrá. Me extrañó, pero tenía otras cosas en la cabeza.

-¿Cuáles?

  Los labios de Grace se curvaron, pero la sonrisa no se reflejó en su mirada.

  -No creo que esté obligada a contarle mis pensamientos. Me extrañó y me preocupó un poco. Pensé que tal vez fuera una copia, pero en realidad no me lo parecía. Una falsificación no podría tener lo que tiene esa piedra. Las instrucciones que Bailey me mandó con el paquete eran que lo guardara hasta que se pusiera en contacto conmigo. Y eso fue lo que hice.

-¿Sin hacer preguntas?

-Raramente cuestiono a la gente en la que confío.

Él golpeó con un lápiz sobre el borde de la mesa.

-Estuvo sola en el campo hasta el lunes, cuando regresó a la ciudad.

-No, el domingo fui en coche a la costa este. Se me antojó -sonrió de nuevo-. Me pasa a menudo. Me quedé en un hostal.

-¿No le caía bien su prima?

-No, no me caía bien -Grace supuso que aquel brusco cambio de tema era una técnica de interrogatorio-. Tenía un carácter difícil, y yo raramente me esfuerzo con la gente difícil. Nos criamos juntas después de que mis padres murieran, pero no estábamos muy unidas. Yo me metí en su vida, en su espacio. Ella se resarció mostrándose desagradable. Yo, a menudo, lo era también con ella. A medida que fuimos creciendo, ella fue teniendo... menos éxito con los hombres que yo. Por lo visto pensaba que, subrayando nuestros parecidos, tendría más éxito.

-¿Y así fue?

-Supongo que depende de cómo se mire. A Melissa le gustaban los hombres -para combatir los remordimientos que se agolpaban en su corazón, Grace se recostó descuidadamente en la silla-. Sí, le gustaban mucho..., razón por la cual se había divorciado hacía poco. Le gustaban las cosas a granel.

-¿Y qué pensaba su marido al respecto?

-Bobbie es un... -se interrumpió, y luego alivió en parte su tensión soltando una risa rápida, cantarina y muy atrayente-. Si está usted sugiriendo que Bobbie, su ex, la siguió hasta mi casa, la mató, destrozó la casa y se fue silbando, no puede estar más equivocado. Bobbie es un trozo de pan. Y, además, creo que en este momento está en Inglaterra. Le gusta el tenis y nunca se pierde el torneo de Wimbledon. Podrá comprobarlo fácilmente.

Lo haría, pensó Seth, tomando notas.

  -Algunas personas encuentran el asesinato sumamente desagradable a nivel personal, pero no en la distancia. Se limitan a pagar por el servicio.

Esa vez, ella suspiró.

  -Los dos sabemos que Melissa no era el objetivo, teniente. Sencillamente, estaba en mi casa -Incómoda, se levantó con un movimiento felino. Acercándose a la pequeña ventana, observó la vista desalentadora-.Ya se había metido dos veces en mi casa de Potomac estando yo de viaje. La primera vez, lo pasé por alto. La segunda, disfrutó de las comodidades de mi casa con una liberalidad que me parecía excesiva. Tuvimos una bronca por ello. Se fue enfadada, y yo no volví a dejar la llave de repuesto fuera. Debería haber cambiado las cerraduras, pero no se me ocurrió que pudiera tomarse la molestia de hacer una copia de la llave.

-¿Cuándo fue la última vez que la vio o habló con ella?

  Grace suspiró. Las fechas, las personas, los acontecimientos, sus absurdas incursiones en eventos sociales, cruzaron su cabeza.

-Hace un mes y medio, más o menos, puede que Fue en el gimnasio. Coincidimos en la sauna, no hablamos mucho. Nunca tuvimos mucho que decirnos la una a la otra.

  Seth comprendió que se estaba arrepintiendo de ello. Que repasaba mentalmente las oportunidades que había pasado por alto o desperdiciado. Y ello no le hacía bien.

-¿Cree que pudo abrirle la puerta a un desconocido?

  -Si era un hombre atractivo, sí -cansada de la conversación, ella se dio la vuelta-. Mire, no sé qué más puedo en qué puedo ayudarlo. Era una mujer imprudente y a menudo arrogante. Cuando tenía ganas, recogía cualquier extraño en un bar. Esa noche dejó entrar alguien, y murió por ello. Fuera como fuese, no se merecía morir por eso -se atusó el pelo distraídamente, intentando aclararse mientras Seth permanecía sentado, esperando-. Puede que el asesino le exigiera que le diera la piedra. Ella no entendería nada. Pagó muy caras su imprudencia, su frivolidad y su ignorancia. Y la piedra está donde debe, con Bailey. Si aún no ha hablado, con el doctor Lindstrum esta mañana, puedo decirle que Bailey estará reunida con él en este momento. No sé qué más puedo decirle.

  Él se recostó un momento, con los ojos fríos fijos en su rostro. Si no fuera por la conexión con los diamantes, todo aquello podía tener otra lectura. Dos mujeres enfrentadas durante toda su vida. Una de ellas vuelve inesperadamente de viaje y encuentra a la otra en su casa. Una discusión que pronto se convierte en una pelea .Y una de ellas acaba precipitándose desde la barandilla del segundo piso y aterrizando sobre una mesa de cristal. La otra mujer no se deja llevar por el pánico. Destroza su propia casa para encubrirse y luego se marcha. Se aleja de la escena del crimen. ¿Era Grace tan consumada actriz como para fingir la impresión del primer momento, la descarnada emoción que Seth había visto en su semblante la noche anterior? Él creía que sí.

  Pero, pese a todo, aquel cuadro no encajaba. Estaba la insoslayable conexión con los diamantes. Y Seth estaba seguro de que, en caso de que Grace Fontalne hubiera empujado a su prima, habría sido igualmente capaz de descolgar el teléfono e informar de un accidente con toda frialdad.

-Está bien, eso es todo por ahora.

  -Bueno -ella dejó escapar un soplido de alivio-. No ha sido para tanto, después de todo.

Seth se levantó.

-Debo pedirle que se mantenga disponible.

  Ella volvió a poner en funcionamiento su encanto, aquella luz cálida y rosada.

  -Yo siempre estoy disponible, guapo. Pregúntale a cualquiera -recogió su bolso y se acercó a la puerta junto a él-. ¿Cuándo podré ordenar mi casa? Me gustaría acabar cuanto antes.

-Ya la avisaré -miró su reloj-. Cuando esté dispuesta a revisar sus cosas y hacer un inventarlo de lo que falta, le agradecería que me avisara.

-Voy a hacerlo ahora mismo.

  Él frunció el ceño un momento. Podía encargarle a uno de sus hombres que fuera con ella, pero prefería hacerlo él mismo.

-La seguiré en mi coche.

-¿Protección policial?

-Si es necesario...

-Estoy conmovida. ¿Por qué no te llevo, guapo?

-La seguiré en mi coche -repitió él.

-Como quieras -dijo ella, y pasó una mano sobre la mejilla de Seth. Sus ojos se agrandaron ligeramente cuando él la agarró de la muñeca-. ¿No te gusta que te acaricien? -ronroneó ella, sorprendida por el vuelco que le había dado el corazón-. A la mayoría de los animales les gusta.

  La cara de Seth estaba muy cerca de la suya y sus cuerpos se tocaban con el calor de la habitación y de algo incluso más abrasador que fluía entre ellos. Algo antiguo y casi familiar. Seth bajó la mano de Grace lentamente, sin soltar su muñeca.

-Tenga cuidado con las teclas que pulsa.

  Deseo, pensó ella con asombro. Era un deseo puro y primigenio lo que se había apoderado de ella.

  -Deniasiado tarde -dijo ella suavemente, retándolo-. Me gusta pulsar teclas nuevas. Y, según parece, tú tienes unas cuantas muy interesantes que suplican que alguien les preste atención -bajó la mirada deliberadamente hacia su boca-. Sí, lo suplican.

  Seth se imaginó empujándola contra la puerta y sumergiéndose con rapidez en aquel ardor, sintiéndola derretirse. Pero, consciente de que ella lo sabía, retrocedió, soltó su mano y abrió la puerta que daba a la bulliciosa sala exterior.

-No olvide entregar la placa de visitante en el mostrador -dijo.

 

Era un tipo frío, pensó Grace mientras conducía. Un tipo atractivo, con éxito, contenido y soltero, dato éste último que le había sonsacado al desprevenido detective Carter.

Un desafío.

  Y, decidió mientras atravesaba el apacible y hermoso barrio, camino de su casa, un desafío era exactamente lo que necesitaba para superar aquel cataclismo emocional.

  Unas horas después tendría que enfrentarse a su tía y al resto de sus parientes. Habría preguntas, exigencias, y, estaba segura, también reproches. De todo lo cual ella sería la destinataria. Así era cómo funcionaba su familia, y eso era lo que había llegado a esperar de sus integrantes. Pregúntale a Grace, pídele cuentas a Grace, señala con el dedo a Grace. Se preguntaba hasta qué punto se merecía todo aquello y hasta qué punto era sencillamente algo que había heredado junto con el dinero que le habían dejado sus padres.

  Poco importaba ya, se dijo, puesto que ambas cosas le pertenecían, tanto si le gustaba como si no.

  Entró en la rampa de su casa alzando la mirada. La casa había sido un capricho. Su diseño inteligente y original de madera y cristal, las tejas, las cornisas, las terrazas de madera y los rústicos jardines. Quería disponer de espacio, de la elegancia de la vida social y de las comodidades de la gran ciudad. Y de la proximidad a Bailey y M.J.

  La casita de las montañas, sin embargo, había sido una necesidad. Y era suya y sólo suya. Sus parientes no sabían que existía. Nadie podía encontrarla allí, a menos que ella quisiera.

  Pero aquí, pensó pisando el freno, estaba la elegante y lujosa casa de Grace Fontaine. Rica heredera, niña bien aficionada a las fiestas. La del póster central, la licenciada en Radcliffe, la anfitriona de Washington. ¿Podía seguir viviendo allí, se preguntaba, con la muerte alojada en sus habitaciones? El tiempo lo diría.

  De momento, se concentraría en resolver el rompecabezas de Seth Buchanan y en encontrar un modo de penetrar bajo su aparentemente impenetrable armadura.

Sólo por divertirse.

  Lo oyó detenerse y, en un movimiento deliberadamente provocador, se dio la vuelta, se bajó las gafas de sol y lo observó por encima de ellas. Oh, sí, pensó. Era muy, muy atractivo. El modo en que controlaba su cuerpo recio y fibroso. Muy económico. No desperdiciaba movimientos. Tampoco los desperdiciaría en la cama. Y Grace ,e preguntaba cuánto tiempo tardaría en llevarlo hasta allí. Tenía el presentimiento, y rara vez dudaba de sus presentimientos en lo que a los hombres concernía, de que había un volcán bullendo baja aquella apariencia serena y en cierto modo austera. Iba a pasárselo en grande pinchándolo hasta que entrara en erupción.

Le tendió las llaves cuando se acercó a ella.

  -Ah, pero ya tendrás un juego, ¿no? -volvió a colocarse las gafas en su lugar-. Pero usa las mías... esta vez.

-¿Quién más tiene copia?

  Ella se pasó la punta de la lengua por el labio superior, sintiéndose oscuramente complacida al ver que él bajaba la mirada. Sólo mi instante, pero era un progreso.

  -Bailey y M.J. no les dan mis llaves a ningún hombre. Prefiero abrirles yo misma la puerta. O cerrársela.

  -Bien -Seth volvió a ponerle las llaves en la mano y pareció divertido cuando ella frunció las cejas-. Abra la puerta.

  Un paso adelante, dos pasos atrás, pensó ella, y subió hasta el pórtico de baldosas y abrió la puerta. Había intentado prepararse para aquel momento, pero aun así le resultó difícil. El vestíbulo estaba casi intacto. Pero la barandilla reventada atrajo irremediablemente su atención.

  -Es una caída desde muy alto -murmuró-. Me pregunto si dará tiempo a pensar, a comprender, mientras se cae.

-Ella no lo tuvo.

-No -y, en cierto modo, era mejor así-, supongo que no -entró en el cuarto de estar y se obligó a mirar la silueta de tiza-. Bueno, ¿por dónde empiezo?

  -El asesino encontró su caja fuerte y la vació. Supongo que querrá hacer una lista de lo que haya desaparecido.

  -La caja fuerte de la biblioteca -cruzó bajo el arco y entró en una espaciosa habitación llena de luz y libros. Muchos de aquellos libros cubrían el suelo, y una lámpara art déco que semejaba el cuerpo estilizado de una mujer estaba partida en dos- . No fue muy sutil, ¿no?

-Supongo que tenía prisa. Y estaba cabreado.

  -Podía haberse ahorrado las molestias -se acercó a la caja fuerte, cuya puerta estaba abierta, y vio que estaba vacía-. Tenía algunas joyas..., bastantes, en realidad. Y un par de miles de dólares en efectivo.

-¿Bonos o acciones?

  -No, están en mi caja depósito de seguridad del banco. No veo la necesidad de guardar las acciones en la caja fuerte y sacarlas de vez en cuando para ver cómo brillan. El mes pasado me compré unos pendientes de diamantes preciosos -suspiró y se encogió de hombros-. En fin, ya no están. Tengo una lista completa de mis joyas, y fotografías de cada pieza, junto con los papeles del seguro, en mi caja de seguridad. Reemplazarlas es sólo cuestión de... -Se interrumpió, dejó escapar un leve sonido de angustia y salió apresuradamente de la habitación.

  Aquella mujer se movía a su antojo, pensó Seth mientras subía las escaleras tras ella. Y la velocidad no le hacía perder aquella gracia felina. Entró en su dormitorio y a continuación en el vestidor, detrás de ella.

  -No puede haberlas encontrado. Es imposible -ella repetía aquellas palabras como una plegarla mientras giraba un pomo del armario empotrado. Éste se abrió, dejando al descubierto una caja empotrada en la pared. Ella marcó rápidamente la combinación y abrió la puerta de un tirón. Dejó escapar el aliento en un soplido mientras, arrodillándose, sacaba algunas bolsas y cajas forradas de terciopelo.

  Más joyas, pensó él sacudiendo la cabeza. ¿Cuántos pendientes podía ponerse una mujer? Pero ella iba abriendo cada caja cuidadosamente, examinando su contenido.

  -Éstas eran de mi madre -murmuró con un tinte de emoción en la voz-. Éstas sí que me importan. El alfiler de zafiros que mi padre le regaló por su quinto aniversario, el collar que le regaló cuando yo nací, las perlas... Las llevaba el día que se casaron -se pasó la blanca y cremosa hilera de perlas por la mejilla como si fuera una mano amorosa-. Hice construir esta caja fuerte expresamente para ellas. No las guardaba con las otras. Por si acaso -se apoyó en los talones, con el regazo lleno de joyas que valían mucho más que el oro y las piedras preciosas-. Bueno -logró decir con la garganta cerrada-, aquí están. Siguen aquí.

-Señorita Fontaine...

-Oh, llámame Grace -replicó ella-. Eres más tieso que mi tío Niles -luego se llevó una mano a la frente, intentando disipar el principio de un dolor de cabeza-. Supongo que no sabrás hacer café.

-Sí, sé hacer café.

-Entonces, ¿por qué no bajas y lo vas haciendo mientras yo acabo aquí?

Él la sorprendió a ella, y también a sí mismo, agachándose a su lado y apoyando una mano sobre sus hombros.

-Podías haber perdido las perlas, todas esas joyas. Pero no habrías perdido tus recuerdos,

Inquieto por haberse sentido impelido a decir aquello, Seth se incorporó y la dejó sola. Fue directamente a la cocina y apartó las cosas revueltas para llenar la cafetera. La puso a calentar y encendió La Máquina. Se metió las manos en los bolsillos y volvió a sacarlas.

¿Qué demonios le estaba pasando?, se preguntaba. Debía concentrarse en el caso, y sólo en el caso. Pero, en lugar de hacerlo, se sentía atraído, arrastrado hacia la mujer del piso de arriba. Por los diversos rostros de aquella mujer. Audaz, frágil, provocativa, sensible... ¿Cuál de todas aquéllas era ella? ¿Y por qué se había pasado él casi toda la noche con aquel rostro alojado en sus sueños?

  Ni siquiera debería estar allí, se dijo. No tenía ninguna razón oficial para pasar su tiempo con ella. Era cierto que tenía la impresión de que aquel caso merecía sus desvelos. Era bastante serio. Pero ella era sólo una pequeña parte del todo. Y él se mentiría a sí mismo si dijera que siempre se tomaba tan a pecho una investigación.

Encontró dos tazas intactas. Había varias rotas tiradas alrededor. Porcelana de Meissen auténtica, advirtió Seth. Su madre tenía un juego que guardaba como oro en paño.

Seth estaba sirviendo el café cuando noté> la presencia de Grace a su espalda.

-¿Solo?

Sí, gracias -Grace entró e hizo una mueca al observar la cocina-. No dejó nada intacto, ¿eh? Supongo que creyó que podía haber guardado un diamante azul en el bote del café o en la caja de las galletas.

-La gente guarda sus posesiones valiosas en los sitios más extraños. Una vez, trabajé en un caso de robo en el que la afectada salvó el dinero que tenía en casa porque la había guardado en una bolsa de plástico sellada en el fondo del contenedor de los pañales. ¿Qué ladrón que precie se pone a rebuscar entre pañales?

Ella se echó a reír y bebió un sorbo de café. Aunque él no lo pretendiera, su historia la había hecho sentirse mejor.

  -Visto así, guardar las cosas en una caja fuerte parece bastante estúpido. El que hizo esto no se llevó la plata, ni los aparatos electrónicos. Supongo, como tú dices, que tenía mucha prisa y se llevó sólo lo que le cupo en los bolsillos -se acercó a la ventana y miró fuera-. La ropa de Melissa está arriba. No he visto su bolso. Puede que también se lo llevara el asesino, o puede que esté enterrado bajo todo este desorden.

-Lo habríamos encontrado, si estuviera aquí.

Ella asintió con la cabeza.

-Lo había olvidado. Ya habéis registrado mis cosas -se dio la vuelta y, apoyándose en la encimera, miró a Seth por encima del borde de la taza-. ¿Las has revisado tú personalmente, teniente?

Él pensó en el camisón de seda roja.

-Algunas sí. Tienes tus propios grandes almacenes aquí.

-Siento debilidad por las cosas. Por toda clase de cosas. Haces un café excelente, teniente. ¿No hay nadie que te lo haga por las mañanas?

  -No. No en este momento -dejó el café a un lado-. Eso no ha sido muy sutil.

  -No pretendía serlo. No es que me importe tener competencia. Pero me gusta saber si la tengo. Sigo pensando que no me gustas, pero eso podría cambiar -alzó una mano para acariciarse la punta de la trenza-. ¿Por qué no estar preparada?

  -A mí me interesa cerrar este caso, no jugar contigo..., Grace.

  Sus palabras sonaron tan frías, tan absolutamente desapasionadas, que aguijonearon el pundonor de Grace.

-Supongo que no te gustan las mujeres agresivas.

-No especialmente.

-Bueno, entonces -sonrió mientras se acercaba a él-, esto te va a parecer espantoso.

  Con un movimiento ágil y sutil, Grae deslizó una mano por su pelo y se apoderó de su boca.

 

  Un sobresalto, un relámpago envuelto en terciopelo negro, atravesó a Seth en una poderosa sacudida. Empezó a darle vueltas la cabeza, su sangre comenzó a bullir, y su vientre se estremeció. Ninguna parte de su cuerpo permaneció ajena a la fulminante acometida de aquella boca lasciva y sabia. Su sabor, inesperado y sin embargo familiar, se hundió en él como un vino especiado y caliente que se le subió de inmediato a la cabeza, dejándolo aturdido, ebrio y desesperado.

  Sus músculos se tensaron, como si estuvieran listos para saltar, para apoderarse de lo que ya era, en cierto modo, suyo. Le costó un terrible giro de la voluntad mantener los brazos fijos a los lados, pese a que ansiaban extenderse y tomar lo que se les ofrecía. El olor de Grace era tan oscuro y embriagador como su sabor. Incluso el leve y persuasivo zumbido que resonaba en la garganta de ella mientras frotaba su bellísimo cuerpo contra él, era un seductor atisbo de lo que podía ocurrir.

  Él cerró los puños, contó despacio hasta cinco, volvió a abrirlos y dejó que su lucha interna se desatara mientras sus labios permanecían pasivos y su cuerpo rígido y envarado. No le daría la satisfacción de responder.

  Grace sabía que aquello era un error. Lo había sabido incluso mientras se movía hacia él y le tendía los brazos. Había cometido errores otras veces, e intentaba no arrepentirse nunca de lo que no podía deshacerse. Pero de aquello se arrepentía.

  Lamentaba profundamente que el sabor de Seth fuera único y perfecto para su paladar. Que el tacto de su pelo, la forma de sus hombros, la fortaleza de su pecho, todo aquello la excitara cuando, en realidad, era ella quien pretendía excitarlo a él, enseñarle lo que podía ofrecer. Si quería.

  Sin embargo, arrastrada por el deseo, sumida en él por el encuentro de sus labios, estaba ofreciendo más de lo que pretendía. Y él no le dio nada a cambio.

Grace tomó el labio inferior de Seth entre sus dientes, lo mordió rápidamente, con fuerza, y ocultó una violenta oleada de decepción apartándose como si tal cosa y lanzándole una sonrisa divertida.

-Vaya, vaya, eres un tipo frío, ¿eh. teniente?

  Él se limitó a inclinar la cabeza, a pesar de que le ardía la sangre con cada latido del corazón.

  -No estás acostumbrada a que se te resistan, ¿verdad, Grace?

  -No -ella se pasó suavemente la punta de un dedo sobre el labio en un gesto al mismo tiempo distraído y provocativo. El sabor de Seth seguía tenazmente suspendido allí, insistiendo en que aquel era su sitio-. Claro que la mayoría de los hombres a los que he besado no tenía agua helada en las venas. Es una pena -apartó el dedo del labio y lo apoyó un instante en la boca de Seth. Una boca tan bonita. Con tantas posibilidades...

Tal vez no te gusten... las mujeres.

  La sonrisa que él le lanzó dejó pasmada a Grace. Sus ,ojos brillaron con seductores tonos dorados. Su boca se suavizó con un encanto que poseía un atractivo perverso e impredecible. De pronto, le pareció accesible, casi infantil, y ello hizo que su corazón se llenara de anhelo.

-Tal vez -dijo él- no seas mi tipo.

Ella soltó una risa breve y seca.

  -Querido, yo soy el tipo de todo hombre. En fin, lo consideraremos un experimento fallido y seguiremos adelante -diciéndose que era absurdo sentirse herida, Grace se acercó de nuevo y alzó las manos para enderezarle la corbata, que le había aflojado.

  Seth no quería que lo tocara hallándose tan Precariamente suspendido al borde de un abismo.

-Tienes un ego gigantesco.

  -Supongo que sí -con las manos aún en la corbata, ella alzó la mirada y lo miró a los ojos. Al diablo, pensó. Si no podían ser amantes, tal vez pudieran ser amigos. El hombre que la había mirado con aquella sonrisa sería un buen amigo, un amigo sólido. De modo que le sonrió con una dulzura que sin trampa ni cartón, acabó atravesando el 1 corazón de Seth con un golpe certero-. Claro que los hombres suelen ser muy previsibles. Tú sólo eres la excepción a la regla, Seth. El que la demuestra.

  Bajó las manos, alisándole la chaqueta, y dijo algo más, pero el rugido que atronaba los oídos de Seth le impidió oírla.

Su aplomo se quebró. Lo sintió romperse como el sonido vibrante de una espada al romperse con violencia sobre una armadura. En un gesto del que apenas era consciente, hizo girarse a Grace, la apretó de espaldas contra la pared y empezó a devorar su boca.

  El corazón de Grace pataleaba en su pecho, dejándola sin aliento. Se agarró a los hombros de Seth tanto para mantener el equilibrio como en respuesta al repentino y violento deseo que emanaba del cuerpo de él y que la traspasba. Se rindió por completo y, rodeándole el cuello con los brazos, se vertió en él. «Por fin», pensó, aturdida. «Oh, sí., por fin».

  Las manos de Seth recorrían su cuerpo, se amoldaban y de algún modo reconocían cada curva. Y aquel reconocimiento lo atravesaba como una ardiente oleada, tan abrasadora y real como el arrebato del deseo. Ansiaba aquel sabor, necesitaba sentirlo dentro de sí, tragárselo entero. Asaltaba su boca como un hombre que se alimentara tras un largo ayuno, llenándose de sus sabores, todos ellos ricos, oscuros, maduros y suculentos. Ella estaba allí, esperándolo, siempre lo había estado esperando. Y Seth sabía que, si no se apartaba, no podría seguir viviendo sin ella.

  Apoyó las manos en la pared, a ambos lados de la cabeza de Grace, para no tocarla, para detenerse. Luchando por recuperar el aliento y la cordura, se apartó de ella y retrocedió. Ella siguió apoyada en la pared, con los ojos cerrados, sofocada de pasión. Cuando sus párpados revolotearon y se abrieron y aquellos ojos de un azul ardiente se enfocaron, él había conseguido dominarse.

  -Impredecibles -logró decir ella, resistiendo apenas las ganas de llevarse las manos al corazón acelerado-. Sí, mucho.

-Te advertí que no pulsaras las teclas equivocadas –la de él era fresca, casi fría, y surtió el efecto de una bofetada.

Grace dio un respingo, sobresaltada. Se habría tambaleado no estar apoyada en la pared. Los ojos de Seth se entornaron levemente al observar su reacción. ¿Estaba dolida?, se preguntó. No, eso era ridículo. Era una veterana en aquel juego, del que conocía todos los ángulos.

Sí, en efecto -Grace se incorporó, estirando la columna altivamente, y procuró curvar los labios en una sonrisa desenfadada-. Pero me gustan tan poco las advertencias.

 Él pensó que debería llevar una por ley: «¡Peligro! ¡Mujer!».

  -Tengo cosas que hacer. Puedo darte cinco minutos

  Si quieres que te espere mientras recoges tus cosas.

«Serás capullo», pensó ella. «¿Cómo puedes ser tan estar tan tranquilo?».

-Puedes largarte, guapo. Estaré bien.

-Preferiría que no te quedaras sola en la casa de momento. Ve a recoger tus cosas.

Es mi casa.

  En este momento, es la escena de un crimen. Te quedan menos de cuatro minutos y medio.

La rabia vibraba en el interior de Grace en pulsaciones ardientes y rápidas.

-No necesito nada de aquí -dio media vuelta y se dirijió a la puerta, pero se giró cuando él la agarró del brazo-. ¿Qué pasa?

  -Necesitarás ropa -dijo él con paciencia-. Para un día o dos.

  -¿De veras crees que me pondría algo que haya tocado ese cabrón?

  -Ésa es una reacción estúpida y previsible -su tono no se suavizó lo más mínimo-.Y tú no eres una mujer estúpida, ni previsible. No te hagas la víctima, Grace. Ve a recoger tus cosas.

  Tenía razón. Grace podía haberlo despreciado sólo por eso. Pero el deseo insatisfecho que seguía golpeándola era una razón de mayor peso. No dijo nada en absoluto. Simplemente, se dio la vuelta y se alejó.

  Al no oír cerrarse la puerta de la calle, Seth pensó con satisfacción que había subido a hacer la maleta, tal y como le había dicho. Apagó la cafetera, aclaró las tazas y, tras dejarlas en la pila, salió a esperarla.

  Era una mujer fascinante, pensó. Llena de temperamento, energía y vanidad. Y le estaba deshaciendo cuidadosamente, nudo a nudo. Cómo sabía qué hilos tenía que tocar, seguir siendo un misterio para él.

  Había tomado a su cargo aquel caso, se recordó. Dirigir la oficina y delegar en otros era sólo parte del trabajo. Él necesitaba involucrarse, y se había involucrado en aquel asunto... y con ella. Grace sólo representaba una pequeña parte de mi todo y tenía que tratarla con la misma objetividad con que trataba el resto del caso.

  Alzó la mirada, sintiéndose de nuevo atraído por el retrato que le sonreía seductoramente. Tendría que ser una máquina, en vez de un hombre, para conservar la objetividad en lo que a Grace Fontaine concernía.

 

  Era media tarde cuando al fin consiguió despejar su mesa un poco y dedicarse a una entrevista en mayor profundidad. Los diamantes eran la clave, y quería echarles otro vistazo. No lo había sorprendido que, durante su conversación telefónica con el doctor Lindstrum, del museo Smithsonian, éste hubiera ensalzado la integridad y el talento de Bailey James. Los diamantes que con tanto esfuerzo había protegido permanecían en Salvini, y a su cargo.

  Al entrar en el aparcamiento del elegante edificio que, formando chaflán, albergaba la sede de la casa Salv¡ni a las afueras de Washington, saludó inclinando la cabeza al agente uniformado que custodiaba la entrada. Y sintió un leve pinchazo de simpatía. El calor era infernal.

  -Teniente -a pesar de que tenía el uniforme empapado de sudor, el agente se puso firme.

-¿La señorita james está dentro?

-Sí, señor. La tienda estará cerrada al público hasta la semana que viene -indicó con un gesto de la cabeza la sala de exposición en sombra a través de las gruesas puertas de cristal-. Hay un guardia en cada entrada, y la señorita James está en el nivel inferior. El acceso es más fácil por la parte de atrás, teniente.

-Está bien. ¿Cuándo llega su relevo, agente?

-Todavía me queda una hora -el agente no se enjugó la frente, a pesar de que deseaba hacerlo. Seth Buchanan tenía fama de estricto-. Rotamos cada cuatro horas, como ordenó.

  -La próxima vez, tráigase una botella de agua consciente de que el agente se desfondaría en cuanto le diera la espalda, Seth rodeó el edificio. Tras una breve conversación con el guardia de la parte de atrás, pulsó el timbre situado junto a la puerta de acero blindado.

-Soy el teniente Buchanan -dijo cuando Bailey respondió a través del intercomunicador-. Quisiera que me dedicara unos minutos.

  Bailey tardó un rato en llegar a la puerta. Seth la vio salir del taller del piso inferior, al fondo del sinuoso corredor, y pasar las escaleras en las que se había escondido de un asesino sólo días antes. Él había inspeccionado dos veces el edificio de cabo a rabo. Sabía que no todo el mundo habría sobrevivido a lo que a ella le había sucedido allí.

Los cerrojos chasquearon y la puerta se abrió.

  -Teniente -ella sonrió al guardia, disculpándose en silencio por su penoso deber-. Pase, por favor.

  Parecía pulcra e impecable, pensó Seth, con su bonita blusa, sus pantalones de traje y su pelo rubio echado hacia atrás. Sólo las leves sombras que rodeaban sus ojos atestiguaban la angustia que había soportado.

  -He hablado con el doctor Lindstrum -comenzó a decir Seth.

  -Sí, me lo imaginaba. Le estoy muy agradecida por su comprensión.

-Las piedras han vuelto a su punto de partida.

Ella sonrió levemente.

  -Bueno, al menos han vuelto donde estaban hace unos días. Quién sabe si volverán a Poma alguna vez. ;Puedo ofrecerle algo fresco de beber? -señaló una máquina de refrescos de colores vivos que había junto a una pared oscura.

-Invito yo -Seth metió unas monedas en La Máquina-. Me gustaría ver los diamantes y hablar un rato con usted.

  -Está bien -ella apretó el botón del refresco que había elegido y recogió la lata que cayó rebotando con sonido metálico en la bandeja-. Están en el sótano -continuó hablando mientras le indicaba el camino-. He ordenado que reprogramen el sistema de alarma y las medidas de seguridad. Hace ya bastantes años que tenemos cámaras en la tienda, pero haré que las instalen también en las puertas y en los pisos de arriba y de abajo. En todas partes.

-Es buena idea -Seth concluyó que, bajo la apariencia frágil de Bailey, se ocultaba una sólida sensatez-. ¿Dirigirá usted el negocio ahora?

Ella abrió la puerta y vaciló un momento.

  -Sí. Mi padrastro nos lo dejó a los tres. Mis hermanastros compartirían entre ellos el ochenta por ciento. En caso de que alguno de los tres muriera sin herederos, su parte iría a parar a manos de los supervivientes -tomó aliento-.Y yo he sobrevivido.

  -Eso debería alegrarle, Bailey, no causarle remordimientos.

  -Sí, eso dice Cade. Pero, verá, antes tenía al menos la ilusión de que éramos una familia. Tome asiento. Voy a por las Estrellas.

  Seth se adentró en el taller y observó el equipo y la larga mesa de trabajo. Intrigado, se acercó a examinar las piedras de colores que centelleaban y los tirabuzones de oro. Aquello iba a convertirse en un collar, se dijo mientras pasaba la punta de un dedo por la sedosa longitud de una cadena de eslabones muy prietos. Algo atrevido, pagano.

-Necesitaba volver al trabajo -dijo Bailey tras él-. Hacer algo... distinto, mío, supongo, antes de tener que enfrentarme a esto otra vez -dejó sobre la mesa una caja acolchada que contenía el trío de diamantes.

  -¿Lo ha diseñado usted? -preguntó él, señalando la pieza que había sobre la mesa.

  -Sí. Veo esa pieza en mi cabeza. No sé dibujar, pero visualizo las cosas. Quería hacer algo para M.J. y Grace para... -suspiró y se sentó en una banqueta-. Bueno, digamos que para celebrar que estamos vivas.

-Y éste es para Grace.

  -Sí -ella sonrió, complacida porque lo hubiera adivinado-. Para M.J., veo algo más aerodinámico. Pero esto es para Grace -dejó cuidadosamente el trabajo sin acabar en una bandeja y deslizó entre ellos la caja acolchada que guardaba las tres Estrellas-. Nunca pierden su atractivo. Cada vez que las veo, me quedo asombrada.

-¿Cuánto tiempo tardará en acabar con ellas?

  -Acababa de empezar cuando... cuando tuve que dejarlo -se aclaró la garganta-. Pero ya he verificado su autenticidad. Son diamantes azules, Sin embargo, tanto el museo como la compañía aseguradora desean una verificación más en profundidad, He de realizar una serie de pruebas, aparte de las que ya he hecho o empezado. Un experto en metales está comprobando el triángulo, pero me lo entregará para que pueda estudiarlo con detenimiento dentro de un día o dos. No creo que el museo tarde más de una semana en tener las piedras en su poder.

Seth tomó uno de los diamantes y, en cuanto lo tocó,

comprendió que era el que había llevado Grace. Se dijo

que era imposible. Su Ojo de lego no podía distinguir una piedra de las otras. Sin embargo, sentía a Grace en el diamante. Dentro de él.

-¿Le resultará duro separarse de ellos?

  -Debería decir que no, después de lo que ha pasado estos días. Pero sí, me resultará duro.

  Seth se dio cuenta de pronto de que los ojos de Grace eran de aquel mismo color. No azul zafiro, sino del azul de aquel extraño y poderoso diamante.

  -Vale la pena matar por esto -dijo suavemente, mirando la piedra que sostenía en la mano-. 0 morir por ello -luego, irritado consigo mismo, dejó de nuevo la piedra en su lugar-. Sus hermanastros tenían un cliente.

  -Sí, hablaron de un cliente, discutieron sobre él. Thomas quería quedarse con el dinero, con la fianza inicial, y huir -el origen del dinero estaba siendo comprobado en ese momento, pero no había muchas esperanzas de rastrear Su procedencia-. Timothy le dijo a Thomas que , era un idiota, que no podría huir a ningún sitio. Que él, el cliente, lo encontraría. Que ni siquiera era humano. Eso, o algo parecido, fue lo que dijo Timothy. Los dos tenían miedo, estaban aterrorizados, y también sumamente desesperados.

-Por sus vidas.

-Sí, supongo que sí.

  -Tiene que tratarse de un coleccionista. Nadie podría mover estas piedras para revenderlas -miró las gemas que centelleaban en sus bandejas como hermosas estrellas-. Usted compra y vende a coleccionistas de gemas,

  -Sí..., naturalmente no a la escala de las tres Estrellas, pero sí -se pasó los dedos distraídamente por el pelo-. Los clientes acuden a nosotros con una piedra, o con un pedido para que se la consigamos. También compramos a ciertas gemas por probar, pensando en algún cliente en particular.

  -Entonces, ¿hay una lista de clientes? Nombre, preferencias...

  -Sí, y también llevarnos el registro de lo que compra o vende cada cliente -juntó las manos-. Thomas lo guardaba en su despacho. Timothy tenía copias. Voy a buscarlo.

  Seth le tocó el hombro ligeramente antes de que ella pudiera bajarse de la banqueta.

-Iré yo.

  Ella dejó escapar un suspiro de alivio. Aún no se había atrevido a subir al piso de arriba y entrar en la habitación donde había presenciado un asesinato.

-Gracias.

Él sacó su libreta.

  -Si le pidiera que nombrará a los coleccionistas de gemas más importantes, a sus mejores clientes, ¿qué hombres le vendrían a la cabeza?

  -Mmm -concentrándose, ella se mordisqueó el labio-. Peter Morrison en Londres, Sylvia Smithe-Simmons en Nueva York, Henry y Laura Muller aquí, en Waishington, Matthew Wolinski en California... Y supongo que también Charles van Horn aquí, en Washington, aunque es un principiante. En los últimos dos años le hemos vendido tres piedras bellísimas. Una era un ópalo espectacular que a mí me encantaba. Todavía estoy esperando que me deje engarzarlo. Tengo pensados unos diseños que... -se sacudió, interrumpiéndose al darse cuenta de por qué le había preguntado él-. Teniente, yo conozco a esas personas. He tratado con ellas personalmente. Los Muller eran amigos de mi padrastro. La señorita Smythe-Simmons tiene más de ochenta años. Ninguno de ellos es un ladrón.

Él no se molestó en levantar la mirada, sino que siguió escribiendo.

-Entonces, podremos tacharlos de la lista. juzgar por las apariencias es muy arriesgado en una investigación, señorita James. Y ya hemos cometido demasiados errores. -Sobre todo, yo -aceptando aquel hecho, ella apartó su refresco sin abrir sobre la mesa-. Debí ir a la policía enseguida. Debí contarles a las autoridades lo que sabía, o al menos mis sospechas. Si lo hubiera hecho, varias personas seguirían vivas.

-Es posible, pero no tenemos la certeza de ello -Seth la cabeza y advirtió la mirada angustiada de aquellas suaves ojos castaños. Sintió compasión por ella-. ¿Sabía usted que su hermanastro estaba siendo chantajeando por un prestamista de segunda fila?

-No -murmuró ella.

-¿Sabía que alguien estaba moviendo los hilos, apretándole las tuercas hasta el punto de convertir a su hermanastro en un asesino?

Ella sacudió la cabeza de un lado a otro, mordiéndose el labio.

-Las cosas que no sabía eran el problema, ¿no? Puse en peligro a las dos personas que más quiero y luego me olvidé de ellas.

-La amnesia no es una elección. Y sus amigas se las arreglaron bastante bien. Siguen haciéndolo. De hecho, he visto a la señorita Fontaine esta misma mañana. Me pareció que tenía muy buen aspecto.

Bailey advirtió su leve tono de desdén y se volvió hacia él.

-Usted no entiende a Grace.Yo habría jurado que un hombre con su profesión sería más perspicaz.

Seth percibió un atisbo de piedad en su voz, y se sintió dolido.

-Siempre me he considerado perspicaz.

-La gente rara vez lo es, tratándose de Grace. Sólo ven lo que ella deja que vean…, a menos que se molesten en mirar más allí de las apariencias. Grace es la persona más generosa que he conocido -Bailey advirtió un fugaz destello de sorna en la mirada de Seth y sintió que su enojo aumentaba. Furiosa, se bajó de la banqueta-. Usted no sabe nada de ella, pero ya la desprecia. ¿Se imagina usted por lo que está pasando en este momento? Su prima ha sido asesinada... y en su casa.

-Ella no tiene la culpa de eso.

-Eso es fácil decirlo. Pero ella se sentirá responsable, y su familia la culparía a ella. Es fácil echarle la culpa a Grace.

-Usted no lo hace.

-No, porque la conozco. Y sé que lleva toda la vida enfrentándose a prejuicios como los suyos. Su modo de enfrentarse a ellos es hacer lo que se le antojara, porque, llaga lo que haga, los prejuicios rara vez cambian. Ahora mismo está con su tía, supongo, soportando el varapalo de siempre -su voz se iba encendiendo a medida que las emociones se agolpaban dentro de ella-. Esta noche hay un funeral por Melissa, y sus parientes la machacarán, como hacen siempre.

-¿Y eso por qué?

-Porque es lo único que saben hacer -quedándose sin fuerzas, Bailey giró la cabeza y miró las tres Estrellas. Amor, conocimiento y generosidad, pensó. ¿Por qué parecía haber tan poco de aquellas tres cosas en el mundo?-. Tal vez deba usted mirar con más detenimiento, teniente Buchanan.

Ya había mirado de sobra a Grace, pensó él. Y estaba perdiendo el tiempo.

-Salta a la vista que inspira sentimientos de lealtad en sus amigas -comentó-.Voy a buscar esas listas.

-Ya conoce el camino -despidiéndolo sin cumplidos, Ba¡ley tomó las piedras y volvió a llevarlas al sótano.

 

Grace vestía de negro, y nunca le había apetecido menos llorar. Eran las seis de la tarde y empezaba a caer un ligero chubasco que prometía convertir la ciudad en una enorme sala de calderas en vez de refrescar el ambiente. El dolor de cabeza que llevaba horas cuajándose insidiosamente ahuyentó con un bufido el efecto de la aspirina que ya se había tomado y cobró vida con violencia.

Quedaba una¡ hora para el velatorio, que había organizando ella sola a toda prisa por expresa petición de su tía. Helen Fontaine se estaba enfrentando al dolor a su modo, como hacía todo lo demás. En ese caso, lo hizo recibiendo a Grace con los ojos secos y una mirada fría y condenatoria Atajando cualquier ofrecimiento de apoyo o compasión. Y exigiendo que los funerales tuvieran lugar inmediatamente, y a cuenta de Grace.

Vendrían de todas partes, se dijo Grace mientras se acaba por la enorme habitación vacía con sus bancadas de flores, sus gruesas cortinas rojas y su densa moqueta. Aquellos acontecimientos solían ser notificados a la prensa, era lo que se esperaba. Pero los Fontaine jamás le daban a la prensa un hueso que roer. Salvo, claro está, si se trataba de Grace.

  No había sido difícil encontrar un tanatorio, encargarse de la música, de las flores, de los sabrosos canapés. Sólo habían hecho falta unas cuantas llamadas telefónicas y la mención del nombre de los Fontaine. La propia Helen había llevado la fotografía, una instantánea grande y a color, en un reluciente marco de plata, que decoraba ahora una mesa de caoba pulimentada, flanqueada por rosas rojas colocadas en los pesados jarrones de plata que tanto le gustaban a Melissa.

  El cuerpo no estaría a la vista. Grace lo había organizado todo para que los restos mortales de Melissa fueran sacados del depósito, y ya había expedido el cheque para pagar la cremación y la urna que su tía había elegido. Nadie le había dado las gracias, ni había reconocido sus esfuerzos. Pero nadie lo esperaba tampoco.

  Las cosas habían sido así desde el momento en que Helen se convirtió en su tutora legal. Grace había tenido cubiertas las necesidades básicas... al estilo de los Fontaine. Hermosas casas en varios países en las que vivir, comidas espléndidas, ropa elegante y una educación excelente. Y, entre tanto, le habían repetido incesantemente cómo debía comer, vestirse, comportarse y a qué personas podía favorecer con su amistad y a cuáles no. Le habían recordado sin descanso la buena suerte, inmerecida, naturalmente, que tenía porque semejante familia la respaldara. Había sido atormentada sin contemplaciones por la prima a la que esa noche debía llorar, por ser huérfana y dependiente. Por ser Grace.

  Ella se había rebelado contra todo aquello, contra cada faz, cada expectativa, cada exigencia. Se había negado a ser maleable, dócil y previsible. El dolor de la muerte de sus padres se había disipado poco a poco, y, él, su necesidad desesperada de amor y comprende

Le había dado carnaza de sobra a la prensa. Fiestas amoríos insensatos, despilfarro a manos llenas. Pero, pese a que eso no había aliviado su dolor, Grace había encontrado otra cosa. Algo que la hacía sentirse decente y completa. Se había encontrado a sí misma.

Esa noche, actuaría tal y como su familia esperaba. Y las superaría las siguientes e inacabables horas sin permitir que hicieran mella en ella.

Se sentó pesadamente en el sofá de mullidos asientos de terciopelo. La cabeza le martilleaba. Tenía el estómago encogido. Cerrando los ojos, procuró relajarse. Pasaría sola aquella última hora, preparándose para lo que seguiría a continuación.

Pero apenas había respirado hondo por segunda vez cuando oyó pasos amortiguados sobre la gruesa moqueta. Sus hombros se envararon, su columna se puso tiesa. Abrió los ojos. Y vio a Bailey y M.J. Cerró los ojos de nuevo, sintiendo una patética oleada de gratitud.

-Os dije que no vinierais.

-Sí, como si fuéramos a hacerte caso -M.J. se sentó a su lado y la tomó de la mano.

-Cade y Jack están aparcando el coche -Bailey tomó asiento al otro lado y le agarró la otra mano-. ¿Qué tal estás? -Mejor -apretó las manos de sus amigas y sus ojos se llenaron de lágrimas-. Mucho mejor ahora.

 

En una extensa finca, no muy lejos de donde Grace permanecía sentada con aquéllos que la querían, un hombre contemplaba la lluvia sibilante.

  Todo el mundo le había fallado, pensaba. Muchos habían pagado por su fracaso. Pero la venganza era un pobre sustituto para las tres Estrellas.

  Sólo un retraso, se dijo, intentando consolarse. Las Estrellas eran suyas, le estaban destinadas a él. Había soñado con ellas, las había sostenido en sus manos en esos sueños. A veces las manos eran humanas y a veces no, pero siempre eran sus manos.

  Bebió vino y, mientras observaba la lluvia, sopesó sus opciones. Aquellas tres mujeres habían retrasado sus planes. Era humillante, y tendrían que pagar por ello.

Los Salvini estaban muertos: Bailey James.

Los ineptos que había contratado para recuperar la segunda Estrella, también: M.J. O'Leary.

  El hombre al que había enviado con órdenes de recuperar la tercera Estrella a cualquier precio también estaba muerto: Grace Fontaine.

  Sonrió. Aquello había sido un desliz, pues había liquidado a aquel necio mentiroso con sus propias manos. Decirle que había habido un accidente, que la mujer se había resistido, que había intentado huir y se había matado al caer desde lo alto de la escalera. Decirle a él que había registrado cada rincón de la casa sin encontrar la piedra.

  Aquel revés había sido bastante irritante, pero descubrir que la muerta no era Grace Fontaine y que el muy imbécil había robado dinero y joyas sin informarle... Semejante deslealtad no podía tolerarse.

  Sonriendo soñadoramente, se sacó un pendiente de diamantes del bolsillo. Grace Fontaine lo había llevado en el delicioso lóbulo de su oreja, pensó. Él lo guardaba como un amuleto de la buena suerte, mientras consideraba qué pasos debía dar a continuación.

  Sólo restaban unos días para que las Estrellas estuvieran en el museo. Sacarlas de sus salas costaría meses, si no años, de planificación. Y él no tenía intención de esperar tanto.

  Tal vez había fracasado porque era demasiado cauteloso, porque había procurado mantenerse al margen de los acontecimientos. Tal vez los dioses exigían que corriera mayores riesgos. Una implicación más personal.

  Era hora, decidió, de salir de entre las sombras, de enfrentarse cara a cara con las mujeres que le habían arreglado lo que era suyo. Sonrió otra vez, excitado por la ¡dea y complacido por las posibilidades que ofrecía.

  Cuando llamaron a la puerta, respondió con buen humor:

-Entre.

  El mayordomo, vestido de negro, no se aventuró más allá del umbral. Su voz carecía de inflexiones.

  -Le ruego me disculpe, embajador. Sus invitados están aquí.

-Muy bien -apuró el vino y dejó la copa de cristal vacía sobre la mesa-. Enseguida bajo.

  Cuando la puerta se cerró, él se acercó al espejo, exclamó su impecable esmoquin, el brillo de los gemelos de diamantes, el fulgor del fino reloj de oro que llevaba en la muñeca. Luego observó su rostro: los contornos suaves, la piel cuidada y levemente bronceada, la aristocrática nariz, la boca firme, si bien algo fina. Se pasó una mano por la cabellera negra, hilvanada de gris y perfectamente peinada.

Luego, despacio, sonriendo, se miró a los Ojos. Aquellas pupilas de un azul pálido, casi translúcido, le devolvieron la sonrisa. Sus invitados verían lo que veía él: un hombre apuesto de cincuenta y dos años, culto y educado, cortés y refinado. No adivinarían los designios que albergaba su corazón. No verían sangre en sus manos, a pesar de que hacía sólo veinticuatro horas que las había usado para matar.

  Le causaba un gran placer recordarlo mientras pensaba que en unos minutos estaría cenando con todas esas personas elegantes. Y que sería capaz de matar a cualquiera de ellos con un sólo giro de las manos. Con absoluta impunidad.

  Se rió para sus adentros: una risa baja y seductora, levemente estremecedora. Volvió a guardarse el pendiente de diamantes en el bolsillo y salió de la habitación.

El embajador estaba loco.

 

  Lo primero que pensó Seth al entrar en el salón del funeral era que aquello parecía más un tedioso cóctel que un velatorio. Los invitados permanecían de pie o sentados en pequeños grupos, muchos de ellos comiendo canapés o bebiendo vino. Bajo los compases amortiguados de un estudio de Chopin, resistía un murmullo de voces. De vez en cuando se oía un tintineo de risas.

Llantos no se oían.

  Las luces, respetuosamente atenuadas, realzaban el fulgor del oro y las piedras preciosas. La fragancia de las flores se mezclaba y confundía con los perfumes de los invitados. Seth observó aquellos rostros, elegantes y aburridos, pero no vio atisbo alguno de dolor.

  Sin embargo, vio a Grace. Permanecía de pie, con la mirada alzada hacia un hombre alto y delgado cuyo bronceado realzaba su pelo dorado y sus brillantes ojos azules. Aquel hombre sostenía la mano de Grace y son¡ reía con simpatía. Parecía hablarle rápida y persuasivamente. Ella sacudió la cabeza una vez, apoyó la mano sobre el pecho de aquel hombre y luego se dejó arrastrar a la antesala.

  Los labios de Seth se curvaron automáticamente en una mueca de desdén. Un funeral era una ocasión estupenda para ligar.

  -Buchanan -Jack Dakota se acercó a él. Observó el salón y se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta de traje, que hubiera deseado tener guardada todavía en el armario-. Menuda fiesta.

Seth vio cómo dos mujeres se besaban en el aire.

-Eso parece.

  -Una a la que ningún hombre en su sano juicio querría asistir.

-Yo estoy aquí en misión oficial -dijo él secamente.

En realidad, el asunto que lo había llevado allí podía haber esperado hasta el día siguiente, se dijo. Debería haber esperado. Le irritaba haberse desviado de su camino, haber estado pensando en Grace, no poder quitársela de la cabeza. Se sacó del bolsillo una fotografía policial y se la entregó a Jack-. ¿Lo conoce?

Jack observó la fotografía, pensativo. Un tipo pijo, pensó. De aspecto vagamente europeo, con el pelo negro engominado, los ojos oscuros y los rasgos refinados.

-No. Parece un modelo de colonia.

  -¿No lo vio durante las asombrosas aventuras de su fin de semana?

  Jack le echó un último vistazo, más atento, a la fotografía, y se la devolvió a Seth.

-No. ¿Cuál es su relación con el caso?

-Sus huellas estaban por toda la casa de Potoniac.

El interés de Jack aumentó.

-¿El que mató a la prima?

Seth miró fríamente a los ojos de Jack.

-Eso está aún por determinar.

-No me venga con ese rollo policial, Buchanan. ¿Qué ha dicho ese tío? ¿Que se pasó por allí vendiendo aspiradores?

-No ha dicho nada. Estaba flotando boca abajo en el río.

  Mascullando una maldición, Jack paseó de nuevo la mirada por el salón y se relajó un poco al ver a M.J. con Cade.

-El depósito estar! hasta arriba. ¿Sabe quién era?

Seth se dispuso a soslayar la pregunta. No le gustaban profesiones que estaban un paso por detrás de la de policía. Pero indudablemente el cazarrecompensas y el detective privado estaban involucrados en aquel asunto. Y la relación, se dijo, era insoslayable.

-Carlo Monturri.

-No me suena.

  Seth no esperaba otra cosa, pero a la policía de varios continentes aquel nombre sí le sonaba.

  -Ése era demasiado para usted, Dakota. Era de los lije tienen abogados caros en retaguardia y no usan a prestamistas de tres al cuarto para conseguir la fianza -mientras hablaba, los ojos de Seth se movían en torno a la sala, barriendo cada rincón, anotando los detalles, los gestos, el ambiente-. Antes de bañarse por última era un matón caro. Trabajaba solo porque no le gustaba compartir la diversión.

-¿Algún contacto en esta zona?

-Estarnos comprobándolo.

Seth vio que Grace salía de la antesala. El hombre que iba con ella le rodeó los hombros con el brazo, apretándola en un íntimo abrazo, y la besó. Un destello de rabia se encendió en las entrañas de Seth.

-Discúlpeme.

  Grace lo vio en cuanto empezó a cruzar la sala. Le dijo algo en voz baja al hombre que estaba con ella, se desasió y se despidió de él. Estirando la espalda, compuso una sonrisa despreocupada.

-Teniente, no te esperábamos.

  -Lamento entrometerme en su... -le lanzó una mirada al hombre rubio, que se estaba sirviendo una copa de vino-... dolor.

Grace advirtió su sarcasmo, pero no se inmutó.

-Supongo que habrás venido por alguna razón.

  -Me gustaría hablar contigo un momento... en privado.

  -Desde luego -ella se volvió para acompañarlo y se topó cara a cara con su tía-. Tía Helen...

  -Si pudieras dejar de atender a tus pretendientes un momento -dijo Helen con frialdad-, quisiera hablar contigo.

  -Discúlpame -le dijo Grace a Seth, y entró de nuevo en la antesala.

Seth pensó en alejarse, en dejar que hablaran solas.

Pero se quedó donde estaba, a dos pasos de la puerta. Se

dijo que en una investigación por asesinato no había cabida para sentimentalismos. A pesar de que ellas hablaban en voz baja, las oía con bastante claridad.

  -Supongo que las cosas de Melissa estarán en tu casa -comenzó a decir Helen.

  -No lo sé. Todavía no he podido revisar la casa detenidamente.

Helen guardó silencio un momento, observando a su sobrina a través de unos fríos ojos azules. Su terso cutis, cuidadosamente maquillado, no mostraba los estragos del dolor. Su pelo era muy liso y de un elegante rubio ceniza. Acababa de hacerse la manicura y en sus manos relucían la alianza de bodas, a pesar de que había compartido poco más que el nombre de su marido durante más de una década, y un zafiro cuadrado que le había regalado su último amante.

  -No creo que Melissa fuera a tu casa sin llevar una bolsa. Quiero sus cosas, Grace. Todas sus cosas. No te quedarás con nada.

-Yo nunca quise nada suyo, tía Helen.

  -¿Ah, no? -su voz crujió: el chasquido de un látigo-. ¿Acaso crees que no me contó que te acostabas con su marido?

  Grace se limitó a suspirar. Aquello era nuevo y, sin embargo, resultaba asquerosamente familiar. El matrimonio de Melissa había sido un notorio fracaso. Pero había que culpar a un tercero. Es decir, a Grace.

  -Yo nunca me he acostado con Bobbie. Ni antes, ni durante, ni después de su matrimonio.

  -¿Y a quién crees que voy a creer? ¿A ti o a mi propia hija?

Grace ladeó la cabeza y esbozó una agria sonrisa.

-A tu hija, naturalmente. Como siempre.

-Siempre has sido una mentirosa y una chismosa. Eres una desagradecida, una carga que asumí por lealtad a mi familia y que nunca me dio nada a cambio. Eras una cría consentida y soberbia cuando te acogí en mi casa, y no has cambiado.

El estómago de Grace se retorció violentamente. Para defenderse, sonrió y se encogió de hombros. Se pasó una mano con aparente despreocupación por el pelo, recogido en un moño.

  -No, supongo que no he cambiado. Tendré que seguir siendo una decepción para ti, tía Helen.

-Mi hija seguiría viva si no fuera por ti.

  Grace deseó que su corazón se entumeciera. Pero le dolía y le ardía.

-Sí, tienes razón.

  -Le advertí sobre ti, le dije una y otra vez cómo eras. Pero tú siempre la engatusabas, jugabas con su afecto.

  -¿Afecto, tía Helen? -con una media risa, Grace se llevó los dedos a la sien izquierda, que seguía doliéndole-. Ni siquiera tú puedes creer que Melissa sintiera una sola pizca de afecto por mí. A fin de cuentas, salía a

  -¡Cómo te atreves a hablar de ella en ese tono, después de haberla matado! -los Ojos de Helen ardían, llenos de desprecio-. Siempre la has envidiado, usabas tus mañas para influir en ella. Y tu asqueroso estilo de vida la ha matado. Has vuelto a hacer caer el escándalo y la vergüenza sobre el nombre de esta familia.

Grace se puso rígida. Aquello no era dolor, se dijo.

Quizá el dolor estuviera allí, enterrado muy al fondo, pero lo que había en superficie era ponzoña. Y estaba harta de que la dirigieran contra ella.

  -Eso es lo único que te importa, ¿verdad, tía Helen? El nombre de los Fontaine, la reputación de los Fontaine. Y naturalmente, el dinero de los Fontaine.Tu hija está muerta, pero es el escándalo lo que te pone furiosa -aceptó la bofetada de su tía sin parpadear, a pesar de que el golpe que imprimió calor en su mejilla, hacía afluir la sangre hacia la superficie. Respiró hondo, largamente-. Esto zanja definitivamente las cosas entre tú y yo -dijo con voz llana-. Haré que te manden las cosas de Melissa lo antes posible.

  -Quiero que salgas de aquí -la voz de Helen tembló por primera vez, aunque Grace no habría podido decir si por dolor o por rabia-. No hay sitio para ti aquí.

  -En eso también tienes razón. No lo hay. Nunca lo ha habido.

Grace salió de la sala. El color, que había abandonado su cara, se avivó ligeramente al encontrarse con los ojos de Seth. No podía interpretar su expresión en tan breve mirada, ni quería hacerlo. Sin aminorar el paso, pasó a su lado y siguió caminando.

La llovizna que enturbiaba el aire era un alivio. Grace se alegró de sentir el calor tras padecer el aire artificialmente frío del interior y el olor denso y sofocante de las flores del funeral. Sus tacones resonaron sobre el pavimiento mojado cuando cruzó el aparcamiento en dirección a su coche. Estaba hurgando en ,al bolso, buscando las llaves, cuando Seth la agarró por el hombro.

Él no dijo nada al principio, se limitó a darle la vuelta y a observar su rostro. Estaba pálido otra vez, salvo por la marca enrojecida de la bofetada, y los ojos sombríos y llorosos contrastaban vivamente con su tez. Seth la sentía estremecerse bajo la palma de la mano.

-Tu tía no tiene razón.

  La humillación asestó un nuevo golpe al abrumado cuerpo de Grace. Apartó el hombro de un tirón, pero él no quitó la mano.

-¿Eso forma parte de tus técnicas de investigación, teniente? ¿Fisgar detrás de las puertas las conversaciones privadas?

  ¿Se daba cuenta ella, se preguntaba Seth, de que su voz sonaba áspera, de que sus ojos tenían una expresión desolada? Él deseaba violentamente alzar una mano hasta la marca de su cara y refrescarla. Borrarla.

-Tu tía no tenía razón -dijo otra vez-.Y ha sido cruel. Tú no tienes la culpa.

  -Claro que la tengo -ella se apartó e intentó meter la llave en la cerradura de la puerta del coche. Tras tres intentos fallidos, abandonó y las llaves cayeron tintineando al pavimento mojado mientras él la tomaba en sus brazos.

  -Oh, Dios -estremeciéndose, ella apretó la cara contra su pecho-. Oh, Dios.

  Seth no quería abrazarla, no quería ser él quien la consolara. Pero sus brazos la rodearon antes de que pudiera detenerse, y una mano acarició su pelo.

  -No te merecías eso, Grace. No has hecho nada para merecerlo.

-No importa.

-Sí, sí que importa -Seth se sintió flaquear, la atrajo hacia sí, intentando disipar sus temblores-. Siempre importa.

  -Sólo estoy cansada -Grace se apretó contra él mientras la lluvia densificaba el aire. Allí había fortaleza, se dijo. Era un refugio. Una respuesta-. Sólo estoy cansada.

  Alzó la cabeza y sus bocas se encontraron antes de que se dieran cuenta de que lo deseaban. Grace emitió un leve gemido de gratitud y alivio. Abrió su corazón magullado al beso y, cerrando los brazos alrededor de Seth, lo urgió a tomarlo.

Llevaba mucho tiempo esperándolo, y, demasiado aturdida para preguntarse el porqué, se ofreció a él. Sin duda el consuelo, el placer y aquel deseo que todo lo consumía eran razones suficientes. La boca de Seth era firme, la que siempre había querido. Su cuerpo era duro y sólido, el complemento perfecto para ella. «Aquí está», pensó dejando escapar un profundo suspiro de felicidad.

  Seguía temblando, y Seth sintió que sus propios músculos se estremecían. Deseaba tomarla en brazos, alejarla de la lluvia y llevarla a algún lugar tranquilo y oscuro donde pudieran estar solos. Donde pudieran pasar una eternidad juntos.

  El latido del corazón le atronaba la cabeza, amortiguando el ruido de los coches que se deslizaban chapoteando sobre el pavimento mojado, más allá del aparcamiento. Sus rápidas palpitaciones ensordecían la vocecilla de advertencia que pugnaba por hacerse oír en un rincón de su cerebro, diciéndole que se retirara, que se alejara de allí. Nunca había deseado nada tanto como deseaba perderse en ella y olvidarse de las consecuencias.

  Embargada por la emoción y el deseo, Grace lo abrazaba con fuerza.

  -Llévame a casa -murmuró contra su boca-. Seth, llévame a casa, hazme el amor. Necesito que me toques. Quiero estar contigo -su boca buscó de nuevo la de Seth en una súplica desesperada de la que no se creía capaz.

  Cada célula del cuerpo de Seth ardía de deseo por ella. Todos sus deseos parecían haberse fundido en uno solo, y era por ella. Su reconcentración casi violenta le hacía sentirse vulnerable y trémulo. Y furioso. Poniendo las manos sobre sus hombros, la apartó.

-Para algunos, el sexo no lo soluciona todo.

Su voz no había sonado tan fría como pretendía, pero sí lo bastante crispada para impedir que Grace le tendiera de nuevo los brazos. ¿Sexo?, pensó ella mientras intentaba aclarar sus confusas ideas. ¿De veras creía él que se refería a algo tan simple como el sexo? Entonces se fijó en su semblante, en la línea endurecida de su boca, en la leve expresión enojada de sus ojos, y se dio cuenta de que así era. Su orgullo quedó hecho jirones, pero logró aferrarse a unos cuantos hilos.

  -Parece que para ti no lo es -alzando la mano, se atusó el pelo y se enjugó las gotas de lluvia de la cara-. O, si lo es, eres de los que se empeñan en llevar la iniciativa -curvó los labios, a pesar de que los tenía fríos y rígidos-. Te habría parecido genial si hubieras dado tú el primer paso. Pero, si lo doy yo, eso me convierte en una... ¿Cómo me llamarías tú? ¿Una perdida?

-No creo que usara ese término.

  -No, eres demasiado comedido para recurrir a los insultos -Grace se agachó, recogió sus llaves mojadas y las agitó en la mano mientras observaba a Seth-. Pero tú también me deseabas, Seth. Tu autodominio no ha sido suficiente para enmascarar ese pequeño detalle.

-No espero poseer todo lo que deseo.

  -¿Y por que no? -ella dejó escapar una risa breve y seca-. Estamos vivos, ¿no? Y tú, más que nadie, deberías saber lo angustiosamente corta que puede ser la vida.

-No tengo que explicarte cómo vivo mi vida.

-No, claro. Pero es evidente que estás muy dispuesto a cuestionar cómo vivo yo la mía -su mirada se deslizó más allá de él, hacia las luces que iluminaban el tanatorio-. Estoy muy acostumbrada a eso. Hago lo que me viene en gana, sin pensar en las consecuencias. Soy egoísta, egocéntrica y despreocupada -alzó un hombro mientras se daba la vuelta y abría la puerta del coche-. En cuanto a los sentimientos, ¿qué derecho tengo a ellos? -se metió en el coche y le lanzó una última mirada. Su boca se a curvó con seductora facilidad, pero aquella sonrisa provocativa no alcanzó sus ojos, ni ocultó el dolor de su expresión-. En fin, quizás en otra ocasión, guapo.

  Seth vio alejarse su coche entre la lluvia. Habría otra ocasión, se dijo, aunque no fuera más que porque no le había mostrado la fotografía. No había tenido valor, pensó, para aumentar su infelicidad esa noche.

Sentimientos, pensó mientras se dirigía hacia su coche. Grace los tenía a raudales. Seth sólo deseaba poder comprenderlos. Se metió en el coche y cerró la puerta. Ojalá entendiera los suyos propios.

Por primera vez en su vida, una mujer tenía su corazón en las manos. Y lo estaba estrujando.

 

  Seth se decía que no estaba posponiendo encontrarse de nuevo con Grace. La mañana posterior al funeral tuvo muchísimo trabajo. Y cuando encontró un momento Para salir de la oficina, se fue a hablar con M.J. Era cierto que podía haberle encargado aquella misión a uno de sus hombres. A pesar de que el comisario le había ordenado que dirigiera la investigación y le dedicara toda su atención, Mick Marshall, el detective que se había ocupado del caso al principio, podía haberse encargado de interrogar a M.J. O'Leary.

  Seth se vio obligado a admitir que quería hablar personalmente con ella y que confiaba en sonsacarle algunos detalles sobre Grace Fontaine.

El M.J's era un bar de barrio acogedor y agradable, decorado con maderas oscuras, reluciente bronce y taburetes y bancos con mullidos cojines. A media tarde había pocos clientes y el ambiente era tranquilo. Dos hombres con pinta de universitarios compartían una mesa, un par de jarras de cerveza y una intensa partida de ajedrez. Un hombre mayor estaba sentado a la barra, haciendo el crucigrama del diario de la mañana, y tres mujeres, a cuyos pies se amontonaban bolsas de unos grandes almacenes, se encorvaban sobre sus copas, riendo. El barman miró la placa de Seth y le dijo que encontraría a la jefa arriba, en la oficina. Seth la oyó antes de verla.

-Mira, tío, si quisiera caramelos de menta, habría pedido caramelos de menta. Pedí panchitos y los quiero aquí a las seis. Sí, ya. Yo conozco a mis clientes. Tráeme los jodidos panchitos ya mismo.

  Estaba sentada detrás de una mesa desvencijada y atestada de cosas. Su casquete de pelo rojo y corto se levantaba en puntas. Seth la vio pasarse los dedos por el pelo mientras colgaba el teléfono y apartaba a un lado un montón de albaranes. Si aquello era su idea de archivar, pensó Seth, encajaba con el resto de la habitación. Era ésta apenas lo bastante grande para darse la vuelta y estaba llena de cajas, archivadores y papeles. Había también una silla mugrienta que sostenla un bolso enorme y rebosante.

-Señorita O'Leary...

  Ella alzó la mirada, todavía con el ceño fruncido. Su expresión no se suavizó al reconocer al teniente.

  -Justo lo que necesitaba para que el día Cuera perfecto. Un poli. Mire, Buchanan, tengo muchas cosas que hacer. Como sabe, últimamente he perdido unos cuantos días de trabajo.

  -Entonces, intentaré ir al grano -Seth entró en el despacho, se sacó la fotografía del bolsillo y la tiró sobre la mesa, debajo de la nariz de M.J.-. ¿Le suena de algo?

  Ella frunció los labios mientras observaba detenidamente aquella cara atractiva y relamida.

-¿Es el tipo del que me habló Jack? ¿El que mató a Melissa?

-El caso Melissa Fontaine sigue abierto. Ese hombre un posible sospechoso. ¿Lo reconoce usted?

Ella hizo girar los ojos y apartó la foto hacia Seth.

-No. Pero tiene pinta de capullo. ¿Grace lo ha reconocido?

El ladeó la cabeza ligeramente en una singular senal interés.

-¿Conoce su amiga a muchos tipos con pinta de capullos?

  -A demasiados -masculló M.J.-. Jack me dijo que anoche se pasó usted por el velatorio para enseñarle la foto a Grace.

-Estaba... ocupada.

-Sí, fue una noche muy dura para ella -M J. se frotó ojos.

  -Eso parece, aunque al principio pareció llevarlo bastante bien -bajó de nuevo la mirada hacia la foto y pensó en el tipo que había besado a Grace en el funeral. Éste parece su tipo.

M.J. bajó la mano y entornó los ojos.

-¿Qué insinúa?

  -Sólo eso -Seth se guardó la foto-. A juzgar por el tipo de hombre, éste no parece, al menos a simple vista, muy distinto a ése con el que estaba tan acaramelada en funeral.

  -¿Acaramelada? -los Ojos entornados de M.J. se volvieron brillantes como furiosas llamas verdes-. Grace no estaba acaramelada con nadie.

  -Un tipo de un metro ochenta y cinco, más o menos. Unos ochenta kilos, pelo rubio, ojos azules, traje italiano de cinco mil dólares y un montón de dientes.

  Ella sólo tardó un momento en reconocerlo. En cualquier otra ocasión, se habría echado a reír. Pero la fría expresión de desdén de Seth la hizo enfurecerse.

  -Estúpido hijo de perra, ése era su primo Julian, que estaba intentando darle un sablazo, como hace siempre.

  Él frunció el ceno, rebobinó y revisó de nuevo la escena mentalmente.

-¿Su primo? ¿Y de la víctima ... ?

  -Su medio hermano. El medio hermano de Melissa. El hijo de su padre, de un matrimonio anterior.

  -¿Y el medio hermano de la difunta estaba pidiéndole dinero a Grace en el funeral?

  Esa vez, M.J. advirtió con alivio la repugnancia que impregnaba las palabras de Seth.

  -Sí. Es un imbécil. ¿Por qué iba a dejar de exprimir a Grace por estar en un funeral? Casi todos la sablean de vez en cuando -se levantó-.Y usted tiene mucho valor viniendo aquí con esa actitud y esos aires de superioridad. Grace le dio a ese capullo un cheque por unos cuantos miles de pavos para quitárselo de encima, igual que solía pasarle dinero a Melissa, y a algunos de los otros.

-Yo creía que los Fontaine eran ricos.

  -La riqueza siempre es relativa.... sobre todo si se vive a todo tren y no te alcanza la asignación de tu renta, o si has jugado demasiado fuerte en Montecarlo. Y Grace tiene más pasta que la mayoría de ellos porque sus padres no derrochaban el dinero. Eso les pone enfermos a sus parientes -masculló-. ¿Quién cree que pagó el velatorio? No fueron ni el papá ni la mamá de la pobre difunta. Esa bruja de la tía de Grace la hizo correr con los gastos, y luego le echó las culpas. Y ella tragó porque cree que es más fácil aguantarse y seguir con su usted no sabe nada de ella.

  Seth creía que sí, pero los detalles que iba recolectando poco a poco parecían contradecir sus conclusiones.

-Sé que ella no tiene la culpa de lo que le pasó a su prima.

  -Sí, intente decírselo a ella. Yo lo que sé es que, cuando nos dimos cuenta de que se había ido y volvimos a casa de Cade, estaba llorando en su habitación, y no pudimos hacer nada por ayudarla. Y todo porque esos cabrones que por desgracia son sus familiares hacen todo lo posible por hacerla sentirse como una mierda.

  No sólo sus parientes, pensó él sintiendo una súbita punzada de arrepentimiento. Él también tenía parte de culpa,

-Parece que tiene mejor suerte con sus amigos que con su familia.

-Eso es porque a nosotros no nos interesa su dinero, ni su nombre. Porque no la juzgamos. Nos limitamos a quererla. Ahora, si eso es todo, tengo cosas que hacer.

  -Tengo que hablar con la señorita Fontaine -la voz de Seth sonó tan rígida como apasionada había sonado la de M.J.-. ¿Sabe dónde puedo encontrarla?

Los labios de M.J. se curvaron. Vaciló un momento, sabiendo que a Grace no le gustaría que le diera aquella información. Pero sus ganas de ver cómo se derrumbaban los prejuicios del teniente resultaban demasiado tentadoras.

  -Claro. Pruebe en el Hospital de Saint Agnes. En pediatría o en maternidad -sonó el teléfono y lo descolgó-. La encontrará allí -dijo-. Sí, O'Leary -ladró al teléfono, y le dio la espalda a Seth.

 

 

Seth pensaba que estaría visitando al niño de alguna amiga, pero cuando preguntó a las enfermeras de recepción por Grace Fontaine, sus caras se iluminaron.

  -Creo que está en el nido de cuidados intensivos -la enfermera de guardia miró su reloj-. A esta hora suele estar allí. ¿Conoce el camino?

Seth movió la cabeza de un lado a otro con perplejidad.

-No.

  Escuchó las indicaciones de la enfermera mientras barajaba unas cuantas razones por las que Grace Fontaine podía estar a una hora determinada en el nido de un hospital. Como ninguna de ellas le cuadraba, echó a andar por el pasillo.

  Oía los llantos chillones de los bebés detrás de una barrera de cristal.Y quizá se detuvo un instante frente a la ventana del nido normal, y puede que su mirada se enterneciera sólo un poco al rrúrar a los recién nacidos en sus cunas transparentes. Caras diminutas, algunas relajadas por el sueño, otras crispadas en arrugadas bolitas furiosas. A su lado había una pareja. El hombre rodeaba con el brazo los hombros de la mujer, vestida con una bata.

  -El nuestro es el tercero por la izquierda. Joshua Michael Delvecchio. Cuatro quilos trescientos gramos. Sólo tiene un día.

-Es precioso -dijo Seth.

-¿Cuál es el suyo? -preguntó la mujer.

Seth sacudió la cabeza y echó otro vistazo por el cristal.

-Sólo estoy de paso. Felicidades por su hijo.

  Siguió adelante, refrenando el deseo de mirar de nuevo a los flamantes padres enfrascados en su íntimo ti arrobamiento. Dos vueltas del pasillo más allá había un nido más pequeño. Allí zumbaban las máquinas y las enfermeras iban y venían de un lado a otro apresuradamente. Y detrás del cristal había seis cunas vacías.

  Grace estaba junto a una de ellas, acunando a un diminuto bebé que lloraba. Le enjugaba las lágrimas de la pálida carita y apoyaba su cabeza contra la terca cabecita del bebé mientras lo arrullaba.

  Aquella estampa conmovió a Seth. Llevaba el pelo recogido en una trenza, apartado de la cara, y vestía una bata verde sobre el traje. Su expresión era dulce mientras intentaba tranquilizar al inquieto bebé. Su atención estaba fija en aquellos ojos llorosos que la miraban fijamente.

  -Disculpe, señor -una enfermera pasó a su lado a toda prisa-. Ésta es una zona restringida.

  Distraídamente, sin apartar los ojos de Grace, Seth sacó su placa.

-He venido a hablar con la senorita Fontalne.

-Entiendo. Le diré que está aquí, teniente,

-No, no la moleste -no quería que nada perturbara aquella estampa-. Puedo esperar. ¿Qué le pasa al bebé que tiene en brazos?

  -Peter tiene sida. La señorita Fontailie se encarga de que reciba cuidados aquí.

  -¿La señorita Foritalne? -sintió que un nudo se alojaba en su estómago-. ¿Es hijo suyo?

  -¿Biológicamente? No -el semblante de la enfermera se suavizó levemente-. Creo que los considera suyos a todos. La verdad, no sé qué haríamos sin su ayuda. No sólo sin la fundación, sino sin ella.

-¿La fundación?

  -La fundación Estrella Fugaz. La señorita Fontaine la creó hace unos años para asistir a niños en estado crítico o terminal y a sus familias. Pero lo que de verdad importa es la dedicación -señaló hacia el cristal con la cabeza-. La generosidad económica, por muy grande que sea, no puede comprar una muestra de cariño, ni cantar una nana.

  Él vio cómo se iba calmando el niño, adormeciéndose en brazos de Grace.

-¿Viene por aquí muy a mentido?

  -Siempre que puede. Es nuestro ángel. Ahora tendrá que perdonarme, teniente.

  -Gracias -mientras la enfermera se alejaba, Seth se acercó un poco más al cristal de protección. Grace se acercó a la cuna y sus ojos se encontraron.

  Seth notó que al principio se sorprendía. Ni siquiera ella era lo bastante hábil como para disimular la oleada de emociones que atravesó su cara. Sorpresa, azoramiento, exasperación. Luego, dominó, suavizándola, su expresión. Dejó cuidadosamente al niño en la cuna y le acarició la mejilla. Cruzó una puerta lateral y desapareció.

  Transcurrieron varios minutos antes de que saliera al pasillo. Se había quitado la bata. Volvía a ser la mujer segura de sí misma, vestida con un traje rojo fuego y con los labios cuidadosamente pintados del mismo color.

  -Bueno, teniente, parece que nos encontramos en los sitios más extraños.

  Antes de que ella pudiera completar el despreocupado saludo que había ensayado mientras se retocaba el maquillaje, Seth la agarró con fuerza de la barbilla y fijó sus ojos en los de ella con expresión desafiante.

  -Eres una mentirosa -dijo con suavidad, acercándose a ella-. Un fraude. ¿Quién demonios eres?

  -Quien quiero ser -la prolongada, intensa mirada de los ojos castaños de Seth la turbaba-.Y no creo que éste sea el lugar más apropiado para un interrogatorio. Te agradecería que me soltaras -dijo con firmeza-. No quiero escenas aquí.

-No voy a provocar una escena.

Ella alzó los ojos.

  -Puede que yo sí -le apartó la mano con decisión y miró hacia el pasillo-. Si has venido a hablar del caso o quieres hacerme alguna pregunta al respecto, podemos salir. No quiero hablar de eso aquí.

  -Te estaba partiendo el corazón -murmuró él-. Abrazar a ese niño te estaba partiendo el corazón.

  -Es m¡ corazón -ella apretó el botón del ascensor casi con saña-.Y es muy duro, Seth. Pregúntale a cualquiera.

-Todavía tienes las pestañas húmedas.

  -Esto no es asunto tuyo -su voz, muy baja, vibraba de rabia-. No es en absoluto asunto tuyo.

  Grace entró en el ascensor lleno de gente y se quedó mirando al frente. No le hablaría de aquella parte de su vida, se prometió. La noche anterior se había abierto a él y había sido rechazada. No volvería a compartir sus sentimientos con él, y menos aún respecto a algo tan importante para ella como aquellos niños.

Seth era un poli, sólo eso. ¿Acaso no había pasado la noche anterior varias horas insoportables intentando convencerse de que eso era lo único que era o podía ser para ella? Tenía que refrenar los sentimientos, fueran cuales fuesen, que Seth despertaba en ella. 0, si no podía refrenarlos, al menos sí disimularlos.

  No confiaría en él, no le hablaría de sus sentimientos, no se entregaría a él.

  Al llegar a las puertas del vestíbulo, se sentía más calmada. Confiando en deshacerse pronto de Seth, echó a andar hacia el aparcamiento. Él se limitó a agarrarla del brazo y la obligó a girarse.

  -Por aquí -dijo él, y se dirigió hacia una zona de césped en la que había un par de bancos.

-No tengo tiempo.

  -Pues sácalo. Además, estás demasiado alterada para conducir.

-No me digas cómo estoy.

  -Al parecer, eso es lo único que hago. Y, por lo visto, no dejo de meter la pata. No me suele pasar, y no me gusta. Siéntate.

-No quiero...

-Siéntate, Grace -repitió-.Te pido disculpas.

  Irritada, ella se sentó en el banco, sacó las gafas de sol del bolso y se las puso.

-¿Por qué?

Seth se sentó a su lado, le quitó las gafas y la miró a los ojos.

  -Por no mirar más allá de las apariencias. Por no querer mirar. Y por culparte a ti por ser incapaz de dejar de desear hacer esto.

Tomó su cara entre las manos y se apoderó de su boca.

 

  Ella no lo abrazó. Esa vez, no. Sus emociones eran demasiado descarnadas como para correr ese riesgo. A pesar de que su boca se rindió a la de Seth, alzó una mano y la apoyó sobre su pecho como si quisiera mantenerlo a distancia.

Y, sin embargo, su corazón vacilaba.

  Esa vez, era ella quien se refrenaba. Seth lo notaba, lo sentía en su forma de apoyar la mano contra él. No lo rechazaba, pero se resistía. Y, dejándose llevar por una intuición que procedía de un lugar remoto, su beso se hizo más tierno, buscando no sólo seducirla, sino también consolarla.

Y, aun así, su corazón se estremecía.

  -No, por favor -ella notaba la garganta áspera; estaba aturdida y se sentía llena de anhelos. Todo aquello era excesivo. Se apartó de él y se quedó mirando más allá del pequeño parche de hierba hasta que sintió que podía respirar de nuevo.

  -¿Qué nos pasa? ¿Por qué nunca parece el momento adecuado? -se preguntó Seth en voz alta.

  -No lo sé -ella se volvió y lo miró. Era un hombre atractivo, pensó. El pelo oscuro y los rasgos duros, el extraño tinte dorado de sus ojos... Pero ella conocía a muchos hombres atractivos. ¿Qué tenía él que lo cambiaba todo, que hacía tambalearse su mundo?-. Me llenas de inquietud, teniente Buchanan.

  Él le dedicó una de sus raras sonrisas: lenta, amplia, intensa.

  -El sentimiento es mutuo, señorita Fontaine. No me dejas dormir por las noches. Como un puzzle cuyas piezas están ahí, pero cambian de forma delante de tus ojos. Y, cuando por fin consigues juntarlas, o eso crees, se transforman de nuevo.

-Yo no soy ningún misterio, Seth.

  -Eres la mujer más fascinante que he conocido -sus labios se curvaron de nuevo cuando ella alzó las cejas-. Lo cual no es del todo un cumplido. La fascinación conlleva insatisfacción -se levantó, pero no se acercó a ella-. ¿Por qué te has enfadado tanto porque te viera aquí?

  -Esto es algo privado -su tono era rígido de nuevo, desdeñoso-. Me tomo muchas molestias para que siga siéndolo.

-¿Por qué?

-Porque lo prefiero así.

-¿Tu familia no sabe lo que haces aquí?

  La furia que enardecía la mirada de Grace empezaba a enfriarse.

  -Mi familia no tiene nada que ver con esto. Nada. Esto no es un proyecto de los Fontaine, uno de sus montajes benéficos para darse publicidad y deducir impuestos. Es sólo mío.

  -Sí, ya lo veo -dijo él con calma. Su familia le había hecho más daño de lo que él imaginaba. Y más, pensó, de lo que ella estaba dispuesta a admitir-. ¿Por qué niños, Grace?

  -Porque son inocentes -dijo ella sin pararse a pensar. Luego cerró los Ojos y suspiró-. La inocencia es un bien precioso y perecedero.

  -Sí, lo es. ¿Estrella Fugaz? Tu fundación. ¿Es así como los ves, como estrellas que se consumen y caen demasiado rápido?

  La simple comprensión de Seth, su capacidad para ver dentro de ella, conmovía a Grace.

-Eso no tiene nada que ver con el caso. ;Por qué insistes?

-Porque me interesas.

  Ella le lanzó una sonrisa, medio seductora, medio sarcástica.

  -¿De veras? No lo parecía cuando te pedí que te acostaras conmigo. Pero me ves abrazando a un bebé y cambias de idea -se acercó a él lentamente y le pasó la punta de un dedo sobre la camisa-. En fin, si es el tipo maternal lo que te pone, teniente...

  -No te hagas eso a ti misma -su voz sonó de nuevo serena y controlada. La tomó de la mano y la detuvo-. Es una estupidez. Y resulta irritante. Ahí dentro no estabas jugando a nada. Esto te importa de verdad.

  -Sí, me importa. Me importa muchísimo. Y eso no me convierte en una heroína, ni me hace distinta de cómo era anoche -apartó la mano-.Te deseo. Quiero acostarme contigo. Eso es lo que te irrita, Seth. No el sentimiento, sino mi franqueza. ¿Acaso prefieres los disimulos? ¿Que me resista y deje que me conquistes?

Él deseó que fuera todo tan sencillo.

  -Puede que quiera saber quién eres antes de que acabemos en la cama. Pasé mucho tiempo mirando tu cara.... ese retrato de tu casa. Y, mientras lo miraba, me preguntaba quién eras. Ahora te deseo. Pero sigo queriendo saber cómo encajan las piezas del puzzle.

-Puede que no te guste el resultado.

-Puede que no -dijo él-. 0 puede que sí.

Ella ladeó la cabeza, pensativa.

  -Esta noche tengo un compromiso. Un cóctel en casa de un benefactor del hospital. No puedo saltármelo. ;Por qué no vienes conmigo y vemos qué pasa después?

  Él sopesó los pros y los contras, a sabiendas de que era un paso que tendría consecuencias que tal vez no lograra controlar. Grace no era una mujer cualquier, ni él tampoco un hombre cualquiera. Lo que había entre ellos, fuera lo que fuese, tenía largo alcance y garra firme.

  -¿Siempre te piensas tanto las cosas? -preguntó ella, observándolo atentamente.

  -Sí -pero, en el caso de Grace, comprendió Seth, eso parecía carecer de importancia-. No sé si tendré libres las noches hasta que el caso esté cerrado -barajó mentalmente horarios, reuniones y trámites burocráticos-. Pero, si puedo arreglármelas, pasaré a recogerte.

  -A las ocho está bien. Si no estás allí a y cuarto, daré por sentado que estás muy liado.

Nada de quejas, pensó él, ni de exigencias. La mayoría de las mujeres que conocía se enfurruñaban cuando ,ti trabajo ocupaba el primer plano.

-Te llamaré si no puedo ir.

  -Como quieras -ella se sentó de nuevo, más relajada-. No puedo creer que hayas venido a espiar mi vida secreta, o a fijar una cita dudosa para asistir a un cóctel -se puso las gafas de sol y se recostó en el banco-. ¿A qué has venido? -él se metió la mano en la chaqueta, buscando la foto. Grace vislumbró su sobaquera y el arma enfundada en ella. Y se preguntó si alguna vez había tenido ocasión de usarla-. Supongo que te dedicas sobre todo a asuntos de papeleo -tomó la fotografía, pero siguió mirando a Seth-. ¿No tomas parte en muchas ... ? No sé, en muchas movidas.

  A Grace le pareció distinguir un destello de humor en los ojos de Seth, cuya boca permaneció seria.

-Me gusta el trabajo de calle.

  -Sí -murmuró ella, imaginándoselo con facilidad sacando el arma-. Me lo imagino -desvió la mirada y observó el rostro de la fotografía. Esa vez, fueron sus ojos los que se iluminaron con sorna-. Ah, Joe Cool. O, mejor dicho, Juan o Jean-Patil Cool.

-¿Lo conoces?

-No en persona, pero desde luego conozco a muchos como él. Le gusta decir lo que la gente quiere oír en tres idiomas distintos, juega al bacará con ahínco, le encanta el brandy y siempre lleva calzoncillos de seda negra. Su Rolex, junto con los gemelos de oro con sus iniciales grabadas y el anillo de diamantes de su dedo meñique, son regalos de sus admiradoras.

Intrigado, Seth volvió a sentarse a su lado.

-¿Y qué es lo que la gente quiere oír?

-Eres la mujer más hermosa del salón. Te adoro. Me estremezco sólo con mirarte. Tu marido es un imbécil, y, querida, debes dejar de comprarme regalos.

-¿Lo sabes por experiencia?

  -Con ciertas variaciones. Sólo que yo nunca me he casado y no suele comprarles chucherías a los gigolós, Tienen la mirada fría -añadió-, pero muchas mujeres, sobre todo si están solas, sólo se fijan en las apariencias. Es lo único que quieren ver -tomó una rápida bocanada de aire-. Éste es el hombre que mató a Melissa, ¿verdad?

  Él se disponía a darle la respuesta consabida, pero ella alzó la mirada, y Seth pudo advertir su expresión a través del tinte ambarino de los cristales de las gafas.

  -Creo que sí. Sus huellas estaban por toda la casa. Lmipió algunas cosas, pero se dejó otras muchas, lo cual me induce a pensar que se asustó, aunque no sé si fue porque ella se cayó o porque no pudo encontrar lo que estaba buscando.

  -Y te inclinas por la segunda opción porque no es el tipo de hombre al que le entraría el pánico por haber matado a una mujer.

-No, no lo es.

  -Ella no podía darle lo que había ido a buscar. Ni siquiera sabía de qué estaba hablando.

  -Sí. Pero eso no te hace responsable, Grace. Si prefieres regodearte pensando lo contrario, tendrás que culpar también a Bailey.

Grace abrió la boca, volvió a cerrarla y respiró hondo.

  -Una lógica demoledora, teniente -dijo al cabo de un momento-. Así tengo que dejar de mesarme los cabellos y echarle la culpa a este individuo. ¿Lo has encontrado?

  -Está muerto -Seth tomó la fotografía y se la guardó-. Y mi lógica demoledora me induce a pensar que, quien lo contrató, decidió despedirlo para siempre.

-Entiendo -ella no sentía nada, ni satisfacción, ni alivio-. Así que seguimos en las mismas.

  Las tres Estrellas están vigiladas las veinticuatro horas del día. Bailey, M.J. y tú estáis a salvo, y el museo recuperará los diamantes en cuestión de días.

-Y un montón de gente ha muerto. ¿Sacrificada a los dioses, tal vez?

-Por lo que he leído de Mitra, no es sangre lo quiere.

-Amor, conocimiento y generosidad -dijo ella suavemente-. Poderosos elementos. El diamante que tenía yo parecía estar vivo. Puede que en eso consista su poder, en su vitalidad. ¿Los quiere esa persona porque son bellos, valiosísimos y antiguos, o porque cree realmente en su leyenda? ¿Creerá de verdad que, si consigue formar el triángulo, poseerá el poder del dios y la inmortalidad?

  -La gente cree lo que quiere creer. Sea lo que sea lo que ese hombre pretende, está dispuesto a matar por ello -mirando más allá de la hierba, Seth decidió saltarse sus propias normas y compartió con ella sus pensamientos-. El dinero no es lo que le impulsa. Ya se ha gastado más de un millón de dólares. Quiere poseer los diamantes, tenerlos en sus manos cueste lo que cueste. Es más que una ambición -dijo suavemente al tiempo que una turbia escena se dibujaba en su imaginación.

Un altar de mármol, un triángulo de oro con los verticales azules y rutilantes. Un hombre de tétrico aspecto y ojos pálidos, armado con una espada ensangrentada.

  -Y no crees que se haya dado por vencido. Crees que volverá a intentarlo.

  Lleno de perplejidad, Seth se sacudió aquella inquietante visión y volvió a aferrarse a la lógica y la intuición.

  -Oh, sí -sus ojos se entornaron, adquirieron una expresión plana-.Volverá a intentarlo.

 

  Seth llegó a casa de Cade a las ocho y catorce minutos. Su última reunión del día con el comisario se había prolongado hasta pasadas las siete, v apenas había tenido tiempo de pasarse por casa, cambiarse y volver a ponerse al volante de nuevo. Se había dicho más de una docena de veces que haría mejor quedándose en casa, dejando los informes y los archivos a un lado y pasando una velada tranquila para relajarse y aclarar sus ideas. La conferencia de prensa a las nueve en punto del día siguiente sería un calvario, y debía estar despejado. Sin embargo allí estaba, sentado en su coche, sintiéndose ridículamente nervioso e inquieto.

  Había perseguido a un asesino en serie por un edificio de apartamentos abandonado sin sudar una gota, había interrogado a homicidas feroces y fríos sin que le temblara el pulso, pero ahora, mientras la bola blanca del sol se hundía en el Cielo, temblaba como un colegial.

  Odiaba los cócteles. Las conversaciones banales, la ridícula comida, las caras remilgadas, todas ellas fingiendo entusiasmo o hastío, dependiendo del estilo. Pero no era la perspectiva de pasar unas horas codeándose con extraños lo que le inquietaba. Era el hecho de estar con Grace sin el amortiguador del trabajo interponiéndose entre ellos.

Ninguna mujer le había hecho sentirse como Grace. Y no podía negar, al menos ante sí mismo, que se sentía profundamente turbado por ella desde el instante en que le había visto su retrato. De poco le servía decirse que era una mujer superficial y caprichosa, acostumbrada a que los hombres cayeran rendidos a sus pies. No le había servido de nada antes de descubrir que era mucho más que eso, y ciertamente no le servía de nada ahora.

  No podía decir que comprendiera a Grace, pero estaba empezando a desvelar todas las capas y contrastes que hacían de ella lo que era. Y estaba seguro de que serían amantes antes de que acabara la noche.

  La vio salir de la casa, una descarga de azul eléctrico con el vestido corto sin tirantes que se le ceñía al cuerpo, la larga cabellera negra y las piernas interminables y perfectas. ¿Trastornaba a todos los hombres que la veían?, se preguntó Seth. ¿0 es que él era especialmente vulnerable? Llegó a la conclusión de que cualquiera de las dos respuestas sería demasiado dura de asumir, y salió del coche. Ella giró la cabeza al oír el ruido de la puerta y su cara en forma de corazón se iluminó con una sonrisa.

-Pensaba que no vendrías -se acercó a él sin prisas, y le dió un rápido beso en los labios-. Me alegro de que estés aquí.

-Te dije que te llamaría si no podía venir.

-Sí, es cierto -pero Grace no contaba con ello. Había dejado la dirección de la fiesta en la casa, por si acaso, pero se había resignado a pasar la noche sin él. Sonrió de nuevo y alisó con la mano la solapa del traje de Seth-. Yo nunca espero una llamada. Tenemos que ir a Georgetown. ¿Llevamos mi coche o el tuyo?

  -El mío -sabiendo que ella esperaba que dijera algo sobre su aspecto, Seth guardó silencio deliberadamente y rodeó el coche para abrirle la puerta.

  Ella se montó, deslizando suavemente las piernas dentro del coche. Él deseó posar las manos allí, justo donde el bajo del vestido rozaba sus muslos, donde la piel sería tierna como un melocotón maduro y suave como satén blanco.

  Cerró la puerta, rodeó de nuevo el coche y se sentó tras el volante.

-¿A qué parte de Georgetown? -se limitó a decir.

 

  Era una hermosa casa antigua, con altos techos, pesados muebles antiguos y cálidos y oscuros colores. Las lámparas derramaban su luz sobre personajes importantes, personas ricas e influyentes que llevaban el aroma del poder bajo sus perfumes y afeites.

  Aquel era el lugar de Grace, se dijo Seth. Ella se había mezclado con los invitados nada más atravesar la puerta, intercambiando sofisticados roces en la mejilla con la anfitriona. Sin embargo, se mantenía aparte. En medio de aquella nube de reluciente negro y suaves tonos pastel, ella refulgía como una llama azulada, desafiando a todos a tocarla y quemarse. Como los diamantes, pensó él. única, poderosa, irresistible.

-El teniente Buchanan, ¿verdad?

  Seth apartó los ojos de Grace y miró al hombre bajo y calv<D con complexión de boxeador y ropa de Savile Row.

-Sí. Y usted es el señor Rossi, abogado defensor. Siempre y cuando el acusado tenga bien repletos los bolsillos, claro.

Rossi se echó a reír sin darse por ofendido.

-Me había parecido usted. Nos hemos cruzado en los juzgados un par de veces. Es usted duro de pelar. Siempre creído que habría sacado a Tremaine en libertad, o al menos que habría dividido al jurado, si hubiera podido desmontar su testimonio.

-Tremaine era culpable.

-Como el pecado -convino Possi al instante-, pero habría conseguido dividir al jurado.

  Dado que Rossi parecía deseoso de rememorar aquel proceso, Seth se resignó a seguirle la corriente.

Al otro lado de la habitación, Grace tomó una copa de la bandeja de un camarero que pasaba por su lado mientras escuchaba a medias los chismorreos de la anfitriona. Sabía cuándo reírse, cuando alzar una ceja, cuándo fruncir los labios o hacer algún comentario interesante. Era simple rutina.

  Deseaba marcharse inmediatamente. Quería sacar a Seth de aquel traje negro. Quería tocarlo, acariciar su cuerpo. El deseo se arrastraba por su piel como una ardiente erupción. El champán que bebía a sorbos, lejos de refrescarle la garganta, servía sólo para hacer bullir su sangre.

-Mi querida Sarah...

-Gregor, qué alegría verte.

  Grace se apartó, bebió un trago y sonrió al hombre elegante, moreno y de voz cremosa que se inclinaba galantemente sobre la mano de su anfitriona. Mediterráneo, pensó, a juzgar por el encanto de su acento. Parecía tener unos cincuenta años, pero se conservaba bien.

-Estás particularmente encantadora esta noche –dijo él, demorándose sobre la mano de la anfitriona-.Y la hospitalidad de tu casa es, como siempre, incomparable. Al igual que tus invitadas -volvió hacia Grace sus ojos pálidos, de un azul argénteo, con expresión sonriente-. Perfectas.

  -Gregor -halagada, Sarah sonrió con coquetería y se giró hacia Grace-. Creo que no conoces a Gregor, Grace. Es terriblemente encantador, así que ten mucho cuidado. Embajador DeVane, quisiera presentarle a Grace Fontaine, una buena amiga.

  -Es un honor -él alzó la mano de Grace. Sus labios eran suaves y cálidos-.Y un placer.

  -¿Embajador? -Grace se deslizó suavemente en su papel-. Pensaba que los embajadores eran viejos y gordos. Todos los que he conocido lo eran. Hasta ahora, claro.

  -Te dejo con Grace, Gregor. Veo que han llegado algunos invitados rezagados.

  -Seguro que estoy en buenas manos -soltó los dedos de Grace con evidente renuencia-. ¿Es usted familia de Niles Fontaine?

-Es mi tío, sí.

  -Ah. Tuve el placer de conocer a su tío y a su encantadora esposa en Capri, hace unos años. Tenemos una afición común: las monedas.

  -Sí, mi tío tiene una colección interesante. Le vuelven loco las monedas -Grace se echó el pelo hacia atrás, apartándoselo de los hombros desnudos-. ¿Y de dónde es usted, embajador DeVane?

  -En este entorno tan acogedor, llámeme Gregor, por favor. Puede que así me permitas llamarte Grace.

  -Desde luego -su sonrisa se suavizó para amoldarse a aquella nueva intimidad.

-Dudo que hayas oído hablar de mi diminuto país. Es sólo una mota en medio del mar, conocida principalmente por su aceite de oliva y su vino.

-¿Terresa?

-Me siento de nuevo halagado porque una mujer tan bella conozca mi humilde patria.

  -Es una isla preciosa. Estuve allí una vez, de paso, hace un par de años, y me gustó mucho. Terresa es una pequeña joya en el mar, con sus espectaculares acantilados al oeste, sus exuberantes viñedos al este y sus playas de arena tan fina como el azúcar.

  Él le sonrió y tomó de nuevo su mano. Aquella revelación resultaba tan sorprendente como la mujer misma. De pronto, se sentía impelido a tocarla. Y a retenerla.

  -Tienes que prometerme volver, permitirme que te enseñe mi país como es debido. Tengo una pequeña villa en la parte oeste, y la vista es casi digna de ti.

Me encantaría verla. Qué difícil debe de ser pasar el verano en el bochornoso Washington, pudiendo disfrutar de la brisa del mar de Terresa.

  -En absoluto. Ya no -él rozó sus nudillos con el pulgar-. Los tesoros de tu país me parecen cada vez más fascinantes. Tal vez te apetezca acompañarme esta noche. ¿Te gusta la ópera?

-Muchísimo.

-Entonces, debes permitirme que te lleve. Tal vez... -se interrumpió y un destello de irritación crispó sus suaves rasgos al ver que Seth se acercaba a ellos.

  -Embajador DeVane, permítanie presentarle al teniente Seth Buchanan.

-Es usted militar -dijo DeVane, tendiéndole la mano.

-Policía -dijo Seth secamente. No le gustaba el aspecto del embajador. Al ver a DeVane con Grace, había sentido un repentino y turbulento impulso de echar mano al arma. Pero, por extraño que pareciera, aquel movimiento instintivo no se había dirigido hacia su pistola, sino más abajo, hacia el costado. Donde se llevaba una espada.

  -Ah, policía -DeVane parpadeó, sorprendido, a pesar de que ya tenía un informe completo sobre Seth Buchanan-. Qué interesante. Espero que me perdone si digo que espero sinceramente no tener que requerir nunca sus servicios -DeVane tomó delicadamente una copa de una bandeja, se la dio a Seth y a continuación tomó una para sí-. Pero tal vez debamos brindar por el crimen. Sin él, estaría usted obsoleto.

  Seth lo miró fijamente. Cuando sus ojos se encontraron, sintió un inmediato reconocimiento, inexplicable y perfectamente hostil.

-Prefiero brindar por la justicia.

  -Desde luego. ¿Por las balanzas, digamos, y su incesante afán de equilibrio? -Gregor bebió y luego inclinó la cabeza-. Discúlpeme, teniente Buchanan, pero todavía tengo que saludar al anfitrión. He sido... -se volvió hacia Grace y le besó la mano de nuevo-... deliciosamente apartado de ni¡ deber,

-Ha sido un placer conocerte, Gregor.

-Espero volver a verte -miró intensamente a los ojos a Grace-. Muy pronto.

  En cuanto se dio la vuelta, Grace se estremeció. Había sentido algo casi posesivo en su última y prolongada mirada.

-Qué hombre tan extraño y encantador -murmuró.

Seth se sentía atravesado por una oleada de energía, por el deseo de entrar en batalla. Aquel deseo hacía vibrar su cuerpo.

-¿Sueles dejar que los hombres extraños y encantadores te babeen en público?

Era una ruindad por su parte, supuso Grace, pero le encantó la punzada de satisfacción que sintió al notar el enfado de Seth.

-Por supuesto, porque me desagrada mucho que babeen encima de mí en privado -se volvió hacia él de tal modo que sus cuerpos se rozaron suavemente. Luego le lanzó una mirada de soslayo por encima de su denso velo de pestañas-. Tú no babearás, ¿no?

A él le dieron ganas de mandarla al infierno por hacerle entrar en combustión.

-Acaba tu copa -dijo ásperamente- y despídete. Nos vamos.

Grace dejó escapar un profundo suspiro.

-Oh, me encantan los hombres dominantes...

-Eso ya lo veremos -él tomó su copa medio vacía y la dejó a un lado-. Vámonos.

DeVane los vio marcharse, fijándose en el modo en que Seth posaba la mano sobre la espalda de Grace para conducirla por entre la multitud. Tendría que castigar al policía por tocarla.

  Grace era suya, pensó apretando los dientes dolorosamente para sofocar la rabia. Le estaba destinada a él. Lo había sabido nada más tomar su mano y mirarla a los Era perfecta, impecable. No sólo le estaban destinadas las tres Estrellas, sino también la mujer que había sostenido en sus manos una de ellas, que quizá la había acariciado. Ella comprendería el poder de los diamantes. Lo haría más fuerte.

  Grace Fontaine, pensó DeVane, sería, junto con las tres Estrellas de Mitra, el mayor tesoro de su colección. Ella le llevaría las Estrellas. Y luego sería suya para siempre.

 

  Grace sintió al salir que otro estremecimiento le recorría la espalda. Movió los hombros, sacudiéndoselo, y echó un vistazo hacia atrás. A través de los grandes ventanales iluminados vio cómo se mezclaban los invitados. Y distinguió a DeVane con toda claridad. Por un instante. habría jurado que sus ojos se encontraban. Pero, esta vez, sin ningún encanto. Una irracional sensación de miedo se alojó en su estómago y la hizo volverse con brusquedad.

  Cuando Seth abrió la puerta del coche, ella montó sin rechistar. Quería irse, alejarse de aquellas ventanas profusamente iluminadas y del hombre que parecía observarla desde el otro lado.

  Se frotó con firmeza los brazos, intentando disipar los escalofríos.

  -No tendrías frío si te hubieras puesto algo de ropa -Seth metí¿) la llave en el contacto.

  Aquel sencillo comentario, pronunciado con fría y férrea contención, hizo que Grace se echara a reír y disipó sus escalofríos.

  -Vaya, teniente, y yo que me preguntaba cuánto tiempo me dejarías puesto el vestido.

-No mucho más -prometió él, y enfiló la calle.

-Qué bien -decidida a que mantuviera su promesa, Grace se inclinó y empezó a mordisquearle el lóbulo de la oreja-. Vamos a infringir unas cuantas leyes -musitó.

-Yo ya podría acusarme de alevosía.

  Ella dejó escapar una risa rápida y jadeante, y Seth tuvo una erección.

  Se las arregló sin saber cómo para manejar el coche a través del denso tráfico hasta salir de Washington y entrar de nuevo en Maryland. Ella le desató la corbata y le desabrochó la mitad de los botones de la camisa. Sus manos estaban por todas partes y su boca le acariciaba el oído, el cuello, la mandíbula, mientras murmuraba oscuras promesas. Las fantasías que ella iba tejiendo con infatigable destreza hacían que a Seth la sangre le golpeara  dolorosamente en los ijares.

  Seth se detuvo de un frenazo en la rampa de entrada a su casa y la atrajo hacia sí de un tirón. Grace perdió un zapato en el coche y otro por el camino. Él la llevaba casi a rastras. La risa de ella, oscura, salvaje y perversa, tumbaba en su cabeza. Estuvo a punto de romper la puerta para meterla dentro. En cuanto estuvieron allí, empujó a Grace contra la puerta y se apoderó ávidamente de su boca.

  No podía pensar. Todo había quedado reducido a un deseo primario y violento. En el pasillo en penumbra, le subió la falda con impaciencia, palpó la fina barrera de encaje que se ocultaba bajo ella y la apartó de un tirón. Luego liberó su miembro y, agarrándola de las caderas, se hundió en ella allí donde estaban, de pie.

  Ella dejó escapar un grito, no de protesta, ni de asombro ante aquel tratamiento casi brutal, sino de puro placer. Le rodeó con las piernas y se dejó llevar por él desabridamente, cresta torrencial tras cresta torrencial, respondiendo con el mismo ímpetu a las desesperadas acometidas de Seth.

  Aquello era irracional, excitante, lujurioso. Y era lo único que importaba. Puro deseo animal. Violento placer animal.

  El cuerpo de Grace se rompió en pedazos y se aflojó mientras sentía cómo se derramaba Seth dentro de ella. Él apoyó una mano contra la pared para mantener el equilibrio, intentando calniar su respiración, aclarar su cerebro enfebrecido. De pronto se dio cuenta de que estaban junto a la puerta y de que había montado a Grace como un toro en celo.

  No tenía sentido disculparse, pensó. Ambos lo habían querido así. No, no es que lo hubieran querido, decidió. Lo habían ansiado desesperadamente, como los animales hambrientos ansiaban la carne. Pero nunca había tratado a una mujer con tan poco cuidado, olvidándose por completo de las consecuencias.

  -Pretendía quitarte el vestido -logró decir, y le alegró que ella se echase a reír.

-Eso ya llegará.

  -Hay otra cosa a la que no me ha dado tiempo -él se retiró y observó su cara a la tenue luz del pasillo-. ¿Crees que habrá algún problema?

Ella comprendió.

  -No -y a pesar de que sabía que era precipitado y estúpido, sintió una punzada de pena porque no fuera a multiplicarse la vida dentro de ella como resultado de su descuido-.Tomo precauciones.

  -Yo no quería que esto ocurriera -Seth tomó la barbilla de Grace en su mano-. Debería haber sido capaz de no tocarte.

  Los Ojos de Grace refulgieron en la oscuridad, irónicos y confiados.

  -Supongo que no esperarás que lamente que no lo hayas hecho. Quiero que me toques. Y quiero tocarte.

  -Mientras sea así -él alzó su barbilla un poco más-, no habrá nadie más. A mí no me gusta compartir.

  Los labios de Grace se curvaron lentamente mientras le mantenía la mirada.

-A mí tampoco.

Él asintió con la cabeza.

-Vamos arriba -dijo, y la tomó en brazos.

 

  Seth encendió la luz al entrar en la habitación con Grace en brazos. Esta vez necesitaba verla, saber cuándo se enturbiaban o ensombrecían sus ojos, contemplar aquellos destellos de placer o de perplejidad. Esta vez, se acordaría de la ventaja del hombre sobre el animal, y de que el corazón y la mente podían desempeñar un papel en aquel juego.

  Grace tuvo la impresión de que la habitación era de tamaño mediano, con cortinas beige en las ventanas, muebles sencillos y claros y una amplia cama cubierta con una colcha azul marino remetida con precisa y marcial pulcritud. Había cuadros en las paredes cuyo estudio prefirió dejar para más adelante, cuando su corazón se hubiera apaciguado. Escenas urbanas y rurales pintadas con neblinosas acuarelas que resaltaban como un rasgo de intimidad en aquella práctica habitación.

  Grace se olvidó de los cuadros y de la decoración cuando Seth la dejó en pie junto a la cama. Extendió los brazos y le desabrochó los últimos botones de la camisa mientras él se quitaba la chaqueta. Sus cejas se arquearon al ver que llevaba la sobaquera.

-¿La llevas también a las fiestas? las una costumbre -dijo él con sencillez, y, quitándosela colgó en una silla. Advirtió la mirada de Grace-. ¿Te molesta?

No. Sólo estaba pensando que te sienta bien. Y preguntándome si estarás tan sexy poniéndotela como quitándotela -entonces se dio la vuelta, pasándose el pelo por encima del hombro-. Me vendría bien un poco de ayuda.

Él paseó la mirada sobre su espalda. En lugar de tocar l cremallera, la apretó contra sí e inclinó la cabeza sobre su hombro desnudo para besarla. Ella suspiró, echando la cabeza hacia atrás.

-Eso es aún mejor.

-El primer asalto ha servido para romper el hielo -murmuró él y deslizó las manos alrededor de su cintura y hacia arriba hasta que tocó sus pechos-. Te quiero suplicante, excitada, débil.

Sus pulgares rozaron las curvas de los pechos de Grace por encima de la seda azul. Concentrada en aquella sensación, ella echó los brazos hacia atrás y los unió alrededor del cuello de Seth. Su cuerpo empezó a moverse al ritmo de las caricias de Seth, pero cuando intentó volverse, él se lo impidió. Gimió y se removió, inquieta, cuando los dedos de él se introdujeron bajo el corpiño del vestido y comenzaron a acariciar sus pezones, poniéndolos calientes y duros.

-Quiero tocarte.

-Suplicante -repitió él, y pasó las manos por su vestido, metiéndolas por debajo del dobladillo-. Excitada –y tocó su sexo-. Débil -la penetró con los dedos.

  El orgasmo la arrolló como una larga y lenta oleada que Inundó sus sentidos. La súplica que él esperaba escapó, trémula, de sus labios.

  Seth se quitó los zapatos y le bajó la cremallera poco a poco. Sus dedos apenas tocaban la piel de Grace cuando, apartando la tela, le bajó el vestido hasta que quedó amontonado a sus pies. Entonces la hizo girarse y retrocedió.

  Ella llevaba sólo un liguero del mismo color azul que el vestido, con medias tan finas que parecían poco más que una neblina sobre sus piernas. Su cuerpo era un capricho de curvas generosas y piel satinada. El pelo le caía como una negra lluvia salvaje sobre los hombros.

  -Muchos hombres te han dicho que eres preciosa, así que poco importa que te lo diga yo.

-Dime sólo que me deseas. Eso sí importa.

  -Te deseo, Grace -se acercó a ella de nuevo y la tomó en sus brazos, pero en lugar del beso ávido que ella esperaba, la besó lentamente. Ella lo rodeó con los brazos y quedó inerte ante aquel nuevo asalto a sus sentidos.

  -Bésame otra vez -murmuró cuando los labios de Seth se deslizaron por su cuello-. Igual. Otra vez.

  Él la besó de nuevo, dejó que ella se hundiera por segunda vez. Con un indolente gemido de placer, ella le quitó la camisa y comenzó a explorar su cuerpo con las manos. Era delicioso dejarse saborear, disfrutar del regalo de un fuego que iba prendiendo poco a poco, sentir cómo perdía el control paso a paso, dejándolo en sus manos. Y confiar en él.

Seth le permitió explorar su cuerpo centímetro a centímetro. Complació a ambos apoderándose de sus pechos llenos y firmes, primero con las manos y luego con la boca. Bajó las manos, quitó uno a uno los corchetes del liguero, oyendo cómo contenía ella el aliento cada vez que desabrochaba uno. Luego deslizó las manos bajo la fina tela hasta tocar su piel. Cálida, suave. La tumbó sobre la cama y sintió que su cuerpo se rendía bajo él. Suave, generoso. Los labios de ella le respondían ávidos y complacientes.

  Se miraron el uno al otro con la luz encendida. Se movieron juntos. Primero un suspiro, luego un gemido. Ella tocó sus músculos, la piel áspera de una vieja cicatriz y sintió su sabor a hombre. Cambiando de postura, le bajó los pantalones, regodeándose en su pecho mientras lo desvestía. Cuando él volvió a tocar sus pechos, atrayéndola hacia sí para chupárselos, los brazos de Grace temblaron y su pelo cayó hacia delante, entre los dos, como una cortina.

  Ella sentía cómo iba creciendo el ardor, difundiéndose por su sangre como una fiebre, hasta que su respiración se hizo somera y rápida. Se oía decir el nombre de Seth una y otra vez, mientras él la llevaba pacientemente hasta el límite del placer. Sus ojos, que se habían vuelto de color cobalto, fascinaban a Seth. Sus labios suaves temblaban, su cuerpo se estremecía. A pesar de que el deseo de liberar su placer lo atenazaba, él siguió saboreando el cuerpo de Grace. Hasta que finalmente la hizo tumbarse de espaldas y, con los ojos fijos en los de ella, se hundió en su interior.

  Ella se arqueó hacia arriba, cerrando los puños sobre las sábanas, asombrada por el placer.

-Seth... -exhaló precipitadamente el aire que le quemaba los pulmones-. Nunca ha... Nunca ha sido así. Seth...

  Antes de que pudiera hablar otra vez, él se apoderó de su boca y la poseyó por entero.

 

  Cuando al fin la rindió el cansancio, Grace soñó que estaba en su jardín de las montañas, rodeada de densos y verdes bosques. Las malvarrosas se alzaban por encima de su cabeza y florecían en intensos tonos de rojo y blanco brillante. Un colibrí centelleante, azul zafiro y verde esmeralda, libaba de un jazmín trompeta. Margaritas y jacintos, dalias y cimas formaban una alegre ola multicolor. Los pensamientos volvían sus exóticas caritas hacia el sol y sonreían.

  Allí era feliz, estaba en paz consigo misma. Sola, pero no solitaria. Allí no había más sonido que el canto de la brisa entre las hojas, el zumbido de las abejas, la leve música del arroyo que burbujeaba sobre las rocas. Veía a los ciervos salir tranquilamente del bosque para beber en el arroyo de lento cauce, sus pezuñas perdidas en la bruma baja que abrazaba la tierra. La luz del amanecer, que relucía como plata, salpicada por el suave rocío, atrapaba el arco iris en la niebla.

  Complacida, Grace caminaba entre las flores, rozando con los dedos los capullos, cuyo perfume se alzaba para acariciar sus sentidos. De pronto vio un fulgor entre las flores, un destello de azul brillante y atrayente, y, deteniéndose, recogió la piedra del suelo.

  Su energía relumbraba en la palma de su mano. Era una sensación límpida, ondulante, pura como el agua, embriagadora como el vino. Se quedó muy quieta un instante, con la mano abierta. La piedra que sostenía en la mano danzaba a la luz de la mañana. Era suya para que la guardara, pensó. Para que la protegiera. Para que la entregara.

Al oír un fragor en el bosque, se volvió, sonriendo. Era él, estaba segura. Llevaba toda la vida esperándolo, deseaba desesperadamente darle la bienvenida y precipitarse en sus brazos, sabiendo que la estrecharían.

Dio un paso adelante. La piedra le calentaba la mano, sus leves vibraciones le recorrían el brazo como una música, hasta el corazón. Se la daría a él, pensó. Le daría todo cuanto tenía, todo lo que era. Porque el amor no tenía límites.

De repente, la luz cambió, se enturbió. El aire se volvió frío y comenzó a azotar el viento. Los ciervos del arroyo alzaron la cabeza, alarmados, y, volviéndose todos a una, huyeron a refugiarse entre los árboles. El zumbido de las abejas murió ahogado por el retumbar de un trueno, y un relámpago quebró el cielo oscurecido.

  Allí, en el bosque sombrío, cerca, demasiado cerca de donde se abrían las flores, algo se movía furtivamente. Los dedos de Grace se crisparon automáticamente, cerrándose sobre la piedra. Y de pronto vio entre las hojas unos ojos brillantes y ávidos. Vigilantes.

Las sombras se abrieron, dejándole paso.

-No -frenética, Grace apartó a manotazos las manos que la sujetaban-. No te lo daré. No es para ti,

-Tranquila -Seth la tomó en brazos y le acarició el pelo. Era sólo una pesadilla. Ya ha pasado.

  -Me está mirando... -gimió ella, apretando la cara contra el hombro desnudo y fuerte de Seth, inhalando su perfume tranquilizador-. Me está mirando. En el bosque, observándome.

  -No, estás aquí, conmigo -el corazón de Grace palpitaba tan fuerte que Seth empezó a preocuparse. La agarró con más fuerza, como si quisiera calmar los temblores que la sacudían-. Era un sueño. Aquí no hay nadie más que yo. Estoy contigo.

-No dejes que me toque. Moriré si me toca.

-No le dejaré -él le echó la cabeza hacia atrás-. Estoy aquí -dijo, y besó cálidamente sus labios trémulos.

  -Seth... -Grace se aferró a él, sintiendo un estremecimiento de alegría-. Te estaba esperando. En el jardín, esperándote.

  -Está bien. Ya estoy aquí -para protegerla, pensó. Y para cuidarla. Sacudido por la intensidad de aquella emoción, la tumbó de espaldas y le apartó suavemente el pelo de la cara-. Ha debido de ser un sueño espantoso. ¿Tienes pesadillas a menudo?

  -¿Qué? -desorientada, atrapada entre el sueño y la realidad, Grace se limitó a mirarlo con fijeza.

  -¿Quieres que encienda la luz? -no esperó respuesta. La rodeó con el brazo para encender la lámpara de la mesilla de noche. Grace apartó la cara de la luz y se llevó un puño al corazón-. Relájate. Vamos -é1 la tomó de la mano y comenzó a abrirle los dedos.

-No -apartó la mano-. Él la quiere.

-¿Qué es lo que quiere?

-La Estrella. Va a venir a por ella, y a por mí. Va a venir.

-¿Quién?

-No... No lo sé -llena de perplejidad, Grace se miró la mano y la abrió lentamente-. Estaba sujetando la piedra -todavía podía sentir su calor, su peso-. La tenía. La había encontrado.

  -Era un sueño. Los diamantes están en una caja fuerte. Están a salvo -Seth puso un dedo bajo su barbilla hasta que sus ojos se encontraron-.Y tú también.

-Era un sueño -decirlo en voz alta le produjo alivio y vergüenza-. Lo siento.

  -No pasa nada -él la observó, notando que su cara estaba blanca y que sus ojos tenían una expresión frágil. Algo se agitó, se removió dentro de él, lo impulsó a extender la mano y acariciar su mejilla pálida-. Lo has pasado muy mal estos días, ¿verdad?

La serena comprensión de su voz hizo que los ojos de Grace se llenaran de lágrimas. Los cerró para contener el llanto y respiró hondo varias veces. La presión que sentía en el pecho resultaba casi insoportable.

-Voy a por un poco de agua.

  Seth extendió un brazo y la sujetó. De pronto se dio cuenta de que Grace había ocultado muy bien su miedo, su dolor y su cansancio. Hasta ese momento.

-¿Por qué no te desahogas?

La respiración de Grace se detuvo, quebrándose.

-Sólo necesito...

-Desahógate -repitió él, y apoyó la cabeza de Grace sobre su hombro.

Ella se estremeció una sola vez. Luego se aferró a él. Y lloró.

Seth no le ofreció palabras de consuelo. Simplemente, la abrazó.

 

  A las ocho de la mañana siguiente, Seth dejó a Grace en casa de Cade. Ella se había quejado porque la despertara tan pronto y había intentado volver a acurrucarse en el colchón. Él se había limitado a levantarla en brazos, llevarla a la ducha y abrir el grifo. Del agua fría. Le había dado exactamente treinta minutos para arreglarse y luego la había metido en el coche.

  -Podrías haberle dado lecciones a la Gestapo -comentó Grace mientras Seth aparcaba detrás del coche de M.J.-.Todavía tengo el pelo mojado.

-No tenía una hora que perder hasta que te secaras la melena.

-Ni siquiera he tenido tiempo de maquillarme un poco.

-No te hace falta.

-Supongo que eso es lo que tú llamas un cumplido.

-No, sólo es un hecho.

Grace se volvió hacia él. Estaba muy guapa, desaliñada y sexy con aquel vestido sin tirantes.

-Tú, en cambio, estás impecable.

-Yo no me he pasado veinte minutos en la ducha -Seth recordó que ella había cantado mientras se duchaba. Increíblemente mal. Pensar en ello le hizo sonreír-. Anda, vete. Tengo que irme a trabajar.

Ella hizo un mohín y agarró su bolso.

-Bueno, gracias por traerme, teniente -se echó a reír cuando él la empujó contra el asiento y le dio el largo y apasionado beso que estaba esperando-. Eso casi compensa la mísera taza de café que me has dado esta mañana -tomó el labio inferior de Seth entre los dientes y sus ojos brillaron-. Quiero verte esta noche.

-Me pasaré por aquí. Si puedo.

-Aquí estaré -Grace abrió la puerta y le lanzó una mirada por encima del hombro-. Si puedo.

Seth observó cómo se contoneaba mientras caminaba hacia la casa y, en cuanto la puerta se cerró tras ella, él cerró los ojos. Cielo santo, pensó, estaba enamorado de Grace.Y lo suyo era totalmente imposible.

  Dentro de la casa, Grace recorrió casi bailando el pasillo. Estaba enamorada. Y era maravilloso. Era nuevo, fresco, inusitado. Era lo que había estado esperando toda su vida. Su rostro brillaba cuando entró en la cocina y encontró a Bailey y a Cade sentados a la mesa , tomando un café.

  -Buenos días, tropa -canturreó mientras se acercaba la cafetera.

  -Buenos días -Cade se mordió la lengua para no echarse a reír-. Me gusta tu pijama.

  Riendo, ella llevó su taza a la mesa, se inclinó y le pantó un beso en la boca.

  -Te adoro. Bailey, adoro a este hombre. Será mejor que lo ates en corto pronto, no vaya a ser que se me ocurran malos pensamientos.

  Bailey sonrió soñadoramente mirando su café y luego alzó los ojos húmedos y brillantes,

-Nos casamos dentro de dos semanas.

-¿Qué? -Grace agitó su taza y el café estuvo a punto le derramarse-. ¿Qué? -repitió, y se dejó caer en una silla.

-Cade no quiere esperar.

-¿Para qué iba a esperar? -Cade tomó la mano de Bailey sobre la mesa-. Te quiero.

  -¡Casaros! -Grace miró sus manos unidas. Una pareja perfecta, pensó, y dejó escapar un suspiro tembloroso-.Es maravilloso. Es increíblemente maravilloso -posando una mano sobre las de ellos, miró a los ojos a Cade. Y vio exactamente lo que quería ver-. Serás bueno con ella -no era una pregunta, era una constatación. Tras apretar rápidamente su mano, se recostó de nuevo en la silla-. Bueno, una boda que preparar y sólo dos semanas para hacerlo. Vamos a volvernos todos locos.

  -Sólo va a ser una pequeña ceremonia -comenzó a decir Bailey-. Aquí, en casa.

  -Voy a decir una sola palabra -dijo Cade con voz suplicante-. Fuguémonos.

  -No -Bailey sacudió la cabeza, se echó hacia atrás y tomó su taza-. No voy a empezar nuestra vida en común ofendiendo a tu familia.

  -Mi familia no es humana. No puedes insultar a unos seres inhumanos. Muffy traerá a las bestias con ella.

-No llames bestias a tus sobrinos.

-Espera un momento -Grace levantó una mano y frunció el ceño-. ¿Muffy? ¿Muffy Parris Westlake? ¿Es tu hermana?

-Me temo que sí.

Grace consiguió reprinnr a duras penas una carcajada.

-Entonces, Doro Parris Lawrence es tu otra hermana -alzó los ojos, imaginándose a aquellas dos irritantes y vanidosas señoronas de Washington-. Bailey, huye, por tu vida. Vete a Las Vegas. Cade y tú podéis casaros delante de un juez disfrazado de Elvis y pasar una vida tranquila y deliciosa en el desierto. Cambiad de nombre. No volváis nunca.

  -¿Lo ves? -complacido, Cade dio una palmada sobre la mesa-.Ya te lo decía yo.

  -Dejadlo ya los dos -Bailey logró contener la risa, pero le tembló la voz-. Celebraremos una ceremonia sencilla y austera... con la familia de Cade -sonrió a Grace-.Y la mía.

  -Sigue intentándolo tú -Cade se levantó-.Yo tengo un par de cosas que hacer antes de irme a la oficina.

Grace volvió a levantar su taza.

  -No conozco mucho a su familia -le dijo a Bailey-. He logrado ahorrarme ese pequeño placer, pero puedo decirte que, por lo que he oído, te llevas lo mejor de esa casa.

-Quiero tanto a Cade, Grace... Sé que es un poco pronto, pero...

  -¿Y qué tiene el tiempo que ver con esto? -comprendiendo que las dos estaban a punto de echarse a llorar, Grace se inclinó hacia delante-. Hay que debatir los aspectos vitales, esenciales, de esta situación, Bailey -respiró hondo-. ¿Cuándo salimos de compras?

M.J. entró con paso vacilante y las miró con el ceño fruncido al oír sus risas.

Odio a la gente está de buen humor por las mañanas –se sirvió cafe, intentó inhalar su olor y luego se volvió y observar a Grace -.Vaya, vaya -dijo secamente-. Al parecer, el poli y tú os entendisteis bastante bien anoche.

-Tan bien que ahora sé que es algo más que una placa y una actitud desafiante -Irritada, Grace apartó su taza-. ¿Qué tienes contra él?

-Aparte del hecho de que es frío y arrogante, condescendiente y antipático, nada en absoluto. Jack dice lo llaman La Máquina. Qué maravilla.

  Siempre me ha parecido curioso -dijo Grace fríamente- que la gente se atreva a juzgar a los demás sólo por su apariencia. Todos los rasgos que acabas de enumerar describen a un hombre al que no conoces.

  -M.J., bébete el café -Bailey se levantó para sacar la leche -.Ya sabes que no hay quien te aguante hasta que tomas un litro.

M.J. movió la cabeza de un lado a otro y apoyó un puño sobre la cadera, cubierta con una vieja camiseta y unos pantalones cortos igual de viejos.

  -El hecho de que te hayas acostado con él no significa que lo conozcas. Tú sueles ser mucho más precavida, Grace. Puede que dejes que la gente crea que te acuestas con un tío cada noche, pero nosotras sabemos que no es así. ¿En qué demonios estás pensando?

  -Estoy pensando en mí -replicó ella-. Lo deseaba. Lo necesitaba. Es el primer hombre que me ha conmovido de verdad. Y no voy a permitir que conviertas algo hermoso en algo barato y vulgar.

  Nadie habló durante un instante. Bailey permanecía de pie junto a la mesa, con la jarra de la leche en la mano. M.J. se apartó lentamente de la encimera y dejó escapar un silbido.

  -Te estás enamorando de él -asombrada, se pasó una mano por el pelo-.Te estás enamorando de verdad.

-Ya me he enamorado. ¿Y qué?

-Lo siento -M.J. intentó hacerse a la idea. No era necesario que a ella le cayera bien Seth, se dijo. Sólo tenía que querer a Grace-. Supongo que alguna virtud tendrá, si te has colado por él. ¿Estás segura de que lo llevas bien?

  -No, no estoy segura -la furia se agotó, y la duda ocupó su lugar-. No sé por qué ha pasado esto, ni qué hacer al respecto. Sólo sé que así es. No fue sólo sexo -recordó cómo la había abrazado Seth mientras lloraba. Cómo había dejado la luz encendida sin que ella tuviera que pedírselo-. Llevo esperándolo toda la vida.

  -Sé lo que significa eso -Bailey dejó la jarra sobre la mesa y tomó la mano de Grace-. Lo sé perfectamente.

  -Yo también -M.J. dio un paso adelante, exhalando un suspiro-. ¿Qué nos está pasando? Somos tres mujeres sensatas, y de pronto nos encontramos custodiando piedras sagradas, huyendo de asesinos y enamorándonos como tontas de hombres a los que acabamos de conocer. Es una locura.

-Es perfecto -dijo Bailey suavemente-, Tú sabes que es perfecto.

-Sí -M.J. puso su mano sobre las de ellas-. Supongo que sí.

 

A Grace no le resultó fácil volver a entrar en su casa. Pero esa vez no iba sola. M.J. y Jack la flanqueaban como sujetalibros.

  -Madre mía -M.J. dejó escapar un silbido mientras observaba los desperfectos del cuarto de estar-.Y yo que creía que en mi casa se lo habían pasado en grande. Aunque, claro, tú tienes más cacharritos con los que jugar -su miraida se fijó entonces en la barandilla rota. Y en la silueta del suelo-. ¿Seguro que quieres hacer esto ahora?

-La policía ya ha acabado aquí. En algún momento tendré que ponerme manos a la obra.

M.J. sacudió la cabeza.

-¿Por dónde quieres empezara?

-Por el dormitorio -Grace logró sonreír-. Los de mi tintorería se van a hacer de oro.

-Veré qué puedo hacer con la barandilla -dijo Jack-. La sujetaré como pueda hasta que te pongan otra nueva.

-Te lo agradecería.

-Ve arriba -sugirió M.J.-.Yo traeré un cepillo. Y un buldozer -esperó a que Grace estuviera arriba para volverse hacia Jack-.Yo me encargo de la parte de abajo. A ver Si puedo quitar... esto -su mirada se posó en la silueta-. Prefiero que no lo haga ella.

Jack se inclinó para besarle la frente.

-Eres una tía con agallas, M.J.

  -Sí, ésa soy yo -ella respiró hondo-. Vamos a ver si podemos encontrar el equipo de música o la tele debajo de este montón de cosas. Me vendría bien distraerme un poco.

 

  Tardaron casi toda la tarde en despejar la casa lo suficiente como para que Grace se diera por satisfecha y llamara al servicio de limpieza. Quería que limpiaran a fondo todas las habitaciones antes de volver a vivir otra vez allí.

  Y eso pensaba hacer. Vivir, estar en casa, afrontar los fantasmas que quedaran allí. Para probarse a sí misma que podía hacerlo, se despidió de M.J. y Jack y se fue a comprar cosas nuevas para la casa. Luego, sintiéndose cansada e inquieta, se pasó por Salvini. Necesitaba ver a Bailey. Y también las Estrellas.

  Encontró a Bailey en el piso arriba, en su despacho, hablando por teléfono. Su amiga sonrió y le indicó que pasara.

  -Sí, doctor Lindstrum, ahora mismo le envío por fax el informe. Le llevaré personalmente el original antes de las cinco. Mañana acabaré las últimas pruebas que pidió -Bailey escuchó un momento, pasando un dedo por el elefante de esteatita que había sobre su mesa-. No, estoy bien. Le agradezco su interés y su comprensión. Las Estrellas son lo principal. Tendré listas copias completas de todos los informes para la compañía de seguros el viernes a última hora de la mañana. Sí, gracias. Adiós.

  -Parece que estás avanzando muy deprisa -comentó Grace.

-A pesar de todo lo que ha ocurrido, casi no se ha perdido tiempo. Y todos nos sentiremos más tranquilos cuando las piedras estén en el museo.

  -Quiero verlas otra vez, Bailey -dejó escapar una risita-. Es una tontería, pero de veras necesito verlas. Anoche tuve un sueño... Una pesadilla, en realidad.

-¿Qué clase de sueño?

Grace se sentó en el borde de la mesa y se lo contó. A pesar de que su voz era firme, sus dedos tamborileaban con nerviosismo.

  -Yo también tuve sueños -murmuró Bailey-. Todavía los tengo. Y M.J. también.

Grace se removió, inquieta.

-¿Parecidos al mío?

-Lo bastante como para que no sea una simple coincidencia -Bailey se levantó y le tendió la mano a Grace-.Vamos a echarles un vistazo.

-No estarás violando ninguna ley, ¿no?

Bailey le lanzó una mirada divertida mientras bajaban por la escalera.

-Creo que, después de todo lo que he hecho, esto es una infracción menor -un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando descendieron el último tramo de escaleras, bajo el cual se había escondido de un asesino.

-¿Estás bien? -Grace le rodeó instintivamente los hombros con el brazo-. Odio pensar en lo que pasó y saber que estás aquí trabajando, recordándolo...

-Lo estoy superando. Grace, hice incinerar a mis hermanastros. Bueno, en realidad, fue Cade quien se encargó de todo. No me ha dejado hacer nada.

  -Ha hecho bien. Tú no les debías nada, Bailey. Nunca lo debiste. Nosotros somos tu familia. Siempre lo seremos

-Lo sé.

  Bailey entró en la habitación abovedada y se acercó a las puertas de acero blindado. El sistema de seguridad era complejo, y, a pesar de que tenía práctica, Bailey tardó tres minutos en desactivarlo.

-Quizá deba instalar una de éstas en mi casa -dijo

Grace con despreocupación-. Ese cerdo reventó la caja fuerte de la biblioteca como si fuera de juguete. Debió de vender las joyas enseguida. Odio haber perdido las que tú me hiciste.

  -Te haré más. De hecho... -Bailey recogió una cajita de terciopelo cuadrada-..., ¿qué te parece si empezamos ahora missmo?

  Intrigada, Grace abrió la caja y vio que contenía unos pendientes de oro macizo. El oro, en forma de media luna, estaba adornado con piedras preciosas en profundos tonos de esmeralda, rubí y zafiro.

-Bailey, son preciosos...

-Los acabé justo antes de... Bueno, antes. En cuanto los hice, supe que eran para ti.

-Pero no es ni¡ cumpleaños.

-Pensé que estabas muerta -la voz de Bailey se quebró un instante, pero se hizo más firme cuando Grace alzó la mirada-. Pensé que no volvería a verte. Así que vamos a considerar esto una celebración del resto de nuestras vidas.

Grace se quitó los sencillos pendientes de diamantes que llevaba puestos y empezó a ponerse los que le había regalado Bailey.

  -Cuando no los lleve puestos, los guardaré con las joyas de mi madre. Las cosas que más me importan.

-Te quedan perfectos. Estaba segura -Bailey se dio la vuelta y tomó una pesada caja acolchada de un estante. Sosteniéndola delante de Grace, la abrió.

Grace dejó escapar un largo y tembloroso suspiro.

  -Estaba convencida de que una había desaparecido. Pensaba que la encontraría en mi jardín, en la tierra, entre las flores. Parecía tan real, Bailey... -tomó una de las piedras. La suya-. La notaba en mi mano, como ahora. Latía como un corazón -se echó a reír un poco, pero su risa sonó hueca-. Mi corazón. Eso parecía. No me había dado cuenta hasta ahora. Era como si sujetara mi propio corazón en la mano.

  -Hay una conexión -un poco pálida, Bailey sacó otra piedra de la caja-. No lo entiendo, pero lo sé. Ésta es la Estrella que tenía yo. Si M.J. estuviera aquí, habría elegido la suya.

  -Nunca pensé que acabaría creyendo en esta clase de esas -Grace giró la piedra en su mano-. Estaba equivocada. Es muy fácil creer en esto. Estar segura de ello. ¿Las estamos protegiendo, Bailey, o son ellas las que nos protegen a nosotras?

-A mí me gusta pensar que las dos cosas. Ellas me trajeron a Cade -dejó suavemente el diamante en la caja y acarició con la punta del dedo la segunda Estrella-. A M.J. le trajeron a Jack -su rostro se suavizó-. Hace un rato les abrí la tienda -le dijo a Grace-. Jack la trajo a rastras para comprarle un anillo.

  -¿Un anillo? -Grace se llevó una mano al corazón-. Un anillo de compromiso?

  -Un anillo de compromiso. Ella no paró de protestar, diciéndole que era un capullo y que no le hacía falta un anillo. Pero él no le hizo caso y eligió una preciosa turmalina verde, de talla cuadrada, con haces de diamantes.

Lo diseñé hace unos meses, pensando que sería un anillo de compromiso maravilloso y muy poco convencional para la mujer adecuada. Y Jack sabía que M.J. era la mujer adecuada.

  -Jack es perfecto para ella -Grace se enjugó una lágrima y sonrió-. Lo supe en cuanto los vi juntos.

  -Ojalá los hubieras visto hoy. Allí estaba ella, gruñendo y girando los Ojos, insistiendo en que todo este lío era una pérdida de tiempo y de esfuerzo. Luego él le puso el anillo en el dedo. Y ella puso esa sonrisa de oreja a oreja. Ya sabes cuál.

  -Sí -Grace se la imaginaba perfectamente-. Estoy tan contenta por ella y por ti... Es como si todo ese amor hubiera estado ahí, esperando, y las piedras... -volvió a mirarlas-. Ellas le abrieron la puerta.

-¿Y tú, Grace? ¿También han abierto la puerta para ti?

-Yo no sé si estoy preparada para eso -de pronto notó un cosquilleo en la punta de los dedos. Dejó la piedra en su sitio-. Seth no lo está, desde luego. No creo que él crea en la magia, sea cual sea. Y en cuanto al amor.. Aunque esa puerta esté abierta de par en par y la ocasión esté ahí, no es un hombre que se enamore fácilmente.

-Fácilmente o no... -Bailey cerró la tapa y devolvió la caja a su sitio-, cuando te llega el momento de enamorarte, te enamoras. Seth es tuyo, Grace. Lo vi en sus ojos esta mañana.

-Bueno -Grace intentó refrenar su nerviosismo-, creo que puedo esperar un tiempo, hasta que él se dé cuenta y lo asuma.

 

  Había flores esperando a Grace cuando regresó a casa de Cade. Un hermoso jarrón de cristal lleno de rosas blancas de tallo largo. Su corazón se hinchó absurdamente cuando, arrancando la tarjeta, rasgó el sobre. Y luego se desinfló.

  Las flores no eran de Seth. Naturalmente, había sido una estupidez pensar que él podía caer en un gesto tan romántico y estrafalario. La nota decía simplemente:

 

Hasta que volvamos a vernos,

Gregor

 

  El embajador de los Ojos extrañamente inquietantes, pensó Grace, y se inclinó para oler los tiernos capullos apenas abiertos. Había sido muy amable, se dijo. Un tanto excesivo, pues en el jarrón podía haber fácilmente tres docenas de rosas, pero encantador.

  De pronto le molestó darse cuenta de que, si hubieran sido de Seth, habría babeado sobre ellas como una colegiala atolondrada. Seguramente habría metido una entre las páginas de un libro y hasta habría derramado unas lagrimitas. Se reprendió por ser tan tonta. Si aquellos desconcertantes altibajos eran los efectos colaterales del amor, pensó, podría haber esperado un poquito más para experimentar semejante sensación.

  Iba a tirar la tarjeta sobre la mesa cuando sonó el teléfono. Vaciló, pues tanto el coche de Jack como el de Cade estaban en la rampa, pero cuando el teléfono sonó por tercera vez, lo descolgó.

-Residencia Parris.

  -¿Podría hablar con Grace Fontaine? -el tono crispado de una secretaria eficiente resonó en su oído-. De parte del embajador DeVane.

-Sí, soy yo.

-Un momento, por favor, señorita Fontaitie.

  Con los labios fruncidos, Grace golpeó, pensativa, el borde de la tarjeta contra la palma de su mano. DeVane no había tardado en localizarla. ¿Y qué demonios iba a decirle?

  -Grace -la voz del embajador fluyó a través del teléfono-. Qué maravilla hablar de nuevo contigo.

  -Gregor -ella se echó el pelo tras los hombros y apoyó la cadera en la mesa-. Qué extravagancia. Acabo de entrar y me he encontrado con tus rosas -tocó una y la olfateó de nuevo-. Son preciosas.

  -Un simple detalle. Lamenté mucho que no tuviéramos oportunidad de pasar más tiempo juntos anoche. Te fuiste tan temprano...

  Ella pensó en la alocada carrera hasta la casa de Seth y en sn encuentro sexual, aún más alocado y salvaje.

-Tenía... un compromiso anterior.

-Tal vez podamos compensarlo mañana por la noche. Tengo un palco en el teatro. Tosca. Es tina tragedia tan hermosa... Nada me gustaría más que compartirla contigo, y luego, tal vez, ir a cenar.

  -Suena fantástico -ella giró los Ojos hacia las flores. Oh, cielos, pensó. Aquello no saldría bien-. Lo siento muchísimo, Gregor, pero no estoy libre -dejó a un lado la tarjeta sin sentir remordimientos-. La verdad es que tengo una relación con otra persona, y además bastante seria -«al menos para mí», pensó. Luego miró a través de los paneles de cristal de la puerta de la calle y su rostro se iluminó de sorpresa y placer cuando vio a Seth aparcando el coche.

  -Entiendo -ella estaba demasiado distraída intentando calmar su pulso acelerado como para advertir que la voz de DeVane había adquirido un tono gélido-.Tu acompañante de anoche.

  -Sí. Me siento terriblemente halagada, Gregor, y si estuviera menos comprometida, no dudaría en aceptar tu invitación. Espero que me perdones y que lo entiendas -intentando no ponerse a dar saltos de alegría, Grace le indicó a Seth con el dedo que pasara cuando él se acercó a la puerta.

-Desde luego. Si las circunstancias cambiaran, espero que reconsideres tu decisión.

  -Lo haré, tenlo por seguro -con una sonrisa seductora, Grace recorrió con los dedos el pecho de Seth-.Y gracias otra vez por las flores, Gregor. Son divinas.

  -Ha sido un placer -dajo, y, tras colgar el teléfono, sus manos se cerraron con fuerza.

  Humillado, pensó, apretando los dientes y haciéndolos rechinar. Rechazado por culpa de un amasijo de músculos y una placa.

  Ella se las pagaría, se dijo, tomando la fotografía de Grace de su archivo y golpeándola con el dedo de una pecable uña. Se las pagaría con creces. Y pronto.

  En cuanto la comunicación se cortó, Grace se olvidó por completo del embajador y alzó la cara hacia la de Seth.

-Hola, guapo.

  Él no la besó. En lugar de hacerlo, miró las flores y la tarjeta qlie ella había tirado descuidadamente sobre la mesa.

-¿Otra conquista?

  -Eso parece -Grace advirtió su tono frío y distante y no supo si sentirse halagada o molesta. Optó por un enfoque completamente distinto y empezó a ronronear-. El embajador quería que pasáramos una velada en la ópera y después... lo que surgiera.

  El brote de celos que sentía enfureció a Seth. Era una experiencia nueva y detestable. Le hacía sentirse importante, le daba ganas de arrastrar a Grace hasta su coche por el pelo, llevársela y encerrarla donde sólo él pudiera mirarla, tocarla y saborearla. Pero, sobre todo, sentía miedo por ella. Un miedo que le traspasaba hasta la médula.

  -Parece que el embajador no pierde el tiempo. Ni tú tampoco.

  No, se dijo ella. La ira iba a hacer acto de presencia. No había modo de detenerla. Se apartó de la mesa sonriendo con gélido desafío.

-Yo hago lo que se me antoja. Ya deberías saberlo.

  -Sí -él metió las manos en los bolsillos para mantenerlas apartadas de ella-.Ya debería saberlo. Y lo sé.

  Ella ladeó la cabeza y dirigió hacia él aquellos ojos azules como rayos láser.

  -¿Qué soy ahora, teniente? ¿La puta o la diosa? ¿La princesa de marfil encima de su pedestal o la farsante? He sido todas esas cosas..., sólo depende del hombre y de cómo prefiera mirarme.

-Yo te estoy mirando -dijo él con calma-.Y no sé lo que veo.

  -Pues avísame cuando te decidas -empezó a rodear a Seth, pero se detuvo en seco cuando él la agarró del brazo-. No te pases -echó la cabeza hacia atrás de modo que su pelo voló un instante y luego se aposentó sobre sus hombros.

-Yo podría decir lo mismo, Grace.

Ella respiró hondo y le apartó la mano.

  -Por si te interesa, le he pedido disculpas al embajador y le he dicho que tenía una relación con otra persona -le lanzó una sonrisa fría y se volvió hacia las escaleras-. Pero eso, al parecer, ha sido un error.

Seth se quedó mirándola con el ceño fruncido, sopesando la idea de subir las escaleras de una casa que no la suya y zanjar aquella discusión... de un modo u otro. Desconcertado, se pinzó el puente de la nariz entre ,al índice y el pulgar y procuró sacudirse el molesto dolor de cabeza que no dejaba de incordiarlo.

Había pasado un día agotador. Diez horas después de empezar su jornada laboral, había acabado mirando fijamente el grupo de fotografías de su tablón. Fotos de los muertos que seguían esperando que solucionara el caso. Estaba, además, molesto consigo mismo por haber empezado a recopilar datos sobre Gregor DeVane. Ignoraba si lo hacía dejándose llevar por su instinto policial, o por simples celos. O quizá fuera por los sueños. Nunca antes había tenido que enfrentarse a un conflicto como aquél.

  Sin embargo, una cosa estaba clara: había metido la pata con Grace. Seguía parado junto a la mesa del recibidor, mirando ceñudo la escalera y sopesando sus posibilidades, cuando Cade entró por la puerta de atrás de la casa.

  -Buchanan -desconcertado al ver al teniente de homicidios parado en el recibidor de su casa, Cade se detuvo y se rascó la barbilla-. Eh, no sabía que estaba aquí.

-Lo siento. Grace me dejó pasar.

  -Ah -al cabo de un instante, Cade localizó la fuente de calor que todavía vibraba en el aire-. Oh -exclamó de nuevo, y procuró contener una sonrisa-. Bien. ¿Puede hacer algo por usted?

-No.Ya me marchaba.

-¿Han discutido?

  Seth giró la cabeza y miró con perplejidad los ojos divertidos de Cade.

-¿Cómo dice?

  -Sólo era una suposición. ¿Qué ha hecho para cabrearla? -aunque Seth no contestó, Cade notó que su mirada se deslizaba un instante hacia las rosas-. Ah, ya. Supongo que no las ha mandado usted, ¿eh? Si un tipo le mandara a Bailey tres docenas de rosas, seguramente yo se las haría tragar una a una.

  El destello de agradecimiento que brilló fugazmente en los ojos de Seth hizo que Cade decidiera revisar su opinión acerca del teniente. Quizá Seth Buchanan pudiera caerle bien, después de todo.

-¿Quiere una cerveza?

  La invitación, por espontánea y amistosa, desconcertó a Seth.

-Yo... No, ya me iba.

  -Venga fuera.Jack y yo ya nos hemos tomado un par. Vamos a encender la barbacoa para enseñarles a las chicas cómo cocinan los hombres de verdad -la sonrisa de Cade se hizo más amplia-. Además, si engrasa los ejes con un par de cervezas, le será más fácil arrastrarse. Porque acabará arrastrándose de todos modos, así que le conviene ir preparándose.

Seth dejó escapar un suspiro.

-Qué demonios, ¿por qué no?

 

  Grace se quedó tercamente en su habitación una hora entera. Oía las risas, la música y el inocente golpeteo de las bolas mientras los otros jugaban alegremente una partida de croquet. Sabía que el coche de Seth seguía en la rampa, y se había prometido no bajar hasta que él se hubiera ido. Pero empezaba a sentirse sola, y hambrienta.

  Como ya se había puesto unos pantalones cortos y una fina camiseta de algodón, se detuvo sólo un instante ante el espejo para retocarse el carmín y ponerse una pizca de perfume. Sólo para hacerle sufrir, se dijo, y bajó tranquilamente las escaleras y salió al patio.

  En la barbacoa humeaban los filetes. Cade empuñaba un enorme tenedor de trinchar. Bailey y Jack estaban discutiendo sobre la partida de croquet, y M.J. refunfuñaba sentada a la mesa de picnic, comiendo patatas fritas.

  -Jack me ha echado de la partida -se quejó, y le hizo señas a Grace con la cerveza-. Sigo diciendo que ha hecho trampas.

  -Cada vez que pierdes -dijo Grace mientras tomaba una patata-, es que alguien ha hecho trampas -deslizó la mirada hacia Seth.

  Notó que se había quitado la corbata y la chaqueta. Todavía llevaba puesta la sobaquera. Grace supuso que era porque no le parecía adecuado colgar la pistola de la raixia de un árbol. Él también tenía una cerveza en la mano y observaba la partida con aparente interés.

-¿Todavía estás aquí?

  -Sí -Seth se había tomado ya dos cervezas, pero no le parecía que arrastrarse fuera a resultarle más facil, a pesar del lubricante-. Me han invitado a cenar.

  -Qué amables -Grace localizó una jarra que parecía contener el cóctel margarita especial de M.J. y se sirvió una copa. Su sabor era agrio, frío y delicioso. Haciendo caso omiso de Seth, se acercó lentamente a la barbacoa para cotillear un poco.

  -Sé lo que hago -dijo Cade, y se movió para defender su territorio mlentras Seth se unía a ellos-. He marinado yo mismo estos kebabs de verduras. Apartad y dejad que un hombre se encargue de esto.

  -Sólo iba a preguntarte si preferías que se te carbonizaran los champiñones.

Cade le lanzó una mirada mordaz.

  -Quítamela de encima, Seth. Un artista no puede trabajar con los críticos pegados como lapas, espiando sus champiñones.

  -Ven, vamos allí -Seth la tomó del codo, pero ella se apartó de un tirón. Él la agarró con fuerza y la condujo hacia la rosaleda.

-No quiero hablar contigo -dijo Grace, enojada.

-No hace falta que hables. Ya hablaré yo -pero le costó un minuto decidirse. A un hombre que tenía por costumbre no cometer errores, no le resultaba fácil dlsculparse-. Lo siento. Me he pasado -ella no díjo nada. Se limitó a cruzar los brazos y a esperar-. ¿Quieres más? -Setil asintió con la cabeza, pero no se molestó en suspirar-. Estaba celoso, una reacción rara en mí, y reaccioné mal. Te pido disculpas.

Grace movió la cabeza de un lado a otro.

-Es la peor disculpa que he oído en toda m¡ vida. No por las palabras, Seth, sino por cómo las dices. Pero está bien, acepto tus disculpas con el mismo espíritu con que tú me las ofreces.

-¿Qué quieres de mí? -preguntó él, irritado, alzando la voz y agarrándola de los brazos-. ¿Qué demonios quieres?

-Eso -ella echó la cabeza hacia atrás-. Justamente eso. Un poco de emoción, un poco de pasión. Puedes agarrar tu disculpa de cartón piedra y tragártela, igual que esa fría v desapasionada charla que me has echado por las flores. Ese gélido control no me gusta. Si sientes algo, sea lo que sea, házmelo saber.

Grace contuvo el aliento, asombrada, cuando Seth la apretó contra sí y se apoderó de su boca con ansia. Intentó desasirse, pero él la sujetó con fuerza. Luego quedó inerte en sus brazos. Cuando él se apartó, estaba estremecida.

  -¿Has tenido suficiente? -la hizo ponerse de puntillas, clavándole los dedos en los brazos, Su mirada no era ya desapasionada, ni fría, sino turbulenta. Humana-. ¿Suficiente emoción, suficiente pasión? A mí no me gusta perder el control. En el trabajo, no te puedes permitir perder el control.

  Ella respiraba con dificultad. Y su corazón parecía volar.

-Esto no es el trabajo.

  -No, pero se supone que tenía que serlo -hizo un esa fuerzo y la soltó-. Eso era lo que debías ser, supuestamente. Pero no logro dejar de pensar en ti. Maldita sea, Grace. No puedo.

  Ella apoyó una mano en su mejilla y sintió que un músculo vibraba en su mandíbula.

  -A mí me pasa lo mismo. Puede que, ahora, la única diferencia sea que yo quiero que sea así.

¿Por cuánto tiempo?, se preguntó él, pero no lo dijo en voz alta.

-Ven a casa conmigo.

  -Me encantaría -ella sonrió y le acarició el pelo-. Pero creo que será mejor que nos quedemos a cenar. Si no, le partiremos el corazón a Cade.

  -Después de cenar, entonces -Seth descubrió que no le resultaba en absoluto difícil llevarse sus manos a los labios, besarlas largamente, y mirarla a los ojos-. Lo siento, Pero Grace...

-¿Sí?

-Si DeVane vuelve a llamarte o te manda flores...

Los labios de ella se curvaron.

-¿Sí?

-Tendré que matarlo.

Ella dejó escapar una alegre risa y le echó los brazos al cuello.

-Ahora empezamos a entendernos.

 

-Ha sido bonito -Grade exhaló un suspiro satisfecho, se hundió en el asiento del coche de Seth y miró la luna, que brillaba en el cielo-. Me gusta verlos a los cuatro juntos. Pero también me resulta raro. Es como si cerrara los ojos y de pronto todo el mundo hubiera dado un paso de gigante hacia delante.

-Luz roja, luz verde.

Grace giró la cabeza y lo miró con desconcierto.

-¿Qué?

-El juego. Ya sabes, ese juego de niños en el que el que se la liga tiene que decir «luz verde» y volverse de espaldas.- Todo el mundo avanza y entonces el que se la liga dice «luz roja» y se da la vuelta. Si ve a alguien moverse, los demás tienen que volver a empezar desde el principio -ella dejó escapar ui-ia risa sofocada, y Seth la miró-. ¿Nunca jugabas a eso de pequeña?

  -No. Tenía un profesor particular, recibía lecciones de protocolo y me obligaban a dar largos y pausado paseos para hacer ejercicio. A veces echaba a correr -dijo suavemente, recordando-. Corría con todas mis fuerzas hasta que parecía que iba a salírseme el corazón del pecho. Pero supongo que siempre tenía que volver al principio -irritada consigo misma, sacudió los hombros-. Madre mía, suena patético, verdad? Pues no lo era, en realidad. Era simplemente todo muy organizado -se echó el pelo hacia atrás y le sonrió-. ¿A qué más jugabas tú de pequeño?

  -A lo normal -¿acaso no sabía ella lo doloroso que era sentir aquella melancolía en su voz y ver después cómo se encogía de hombros con desenfado, como si quisiera restarle importancia?-. ¿No tenías amigas?

  -Claro -ella apartó la mirada-. Bueno, no. En fin, da igual. Ahora las tengo. Las mejores.

  -¿Te has fijado en que cualquiera de vosotras tres puede empezar una frase y que otra puede acabarla?

-Nosotras no hacemos eso.

  -Sí que lo hacéis. Esta noche lo habéis hecho una docena de veces por lo menos. Ni siquiera os dais cuenta. Y tenéis una especie de código en clave –continuó él-. Pequeñas muecas y gestos. La media sonrisa o la forma en que gira los ojos M.J., el modo en que Bailey baja los párpados o se enreda el pelo en el dedo. Y tú alzas la ceja izquierda sólo un poco, o te muerdes la lengua. Cuando haces eso, les estás diciendo a las otras que se trata de una broma entre vosotras.

  Ella dejó escapar un zumbido gutural, no sabiendo si le gustaba que la descifraran tan fácilmente.

-Vaya, qué observador.

  -Es mi trabajo -Seth aparcó en la rampa de su casa y se volvió hacia ella-. No debería molestarte.

  -Aún no sé si me molesta o no. ¿Te hiciste policía porque eres observador, o eres observador porque eres policía?

  -Es difícil saberlo. En realidad, nunca he sido otra cosa.

-¿Ni siquiera cuando eras muy joven?

  -La policía ha sido siempre mi vida. Mi abuelo era policía. Y m¡ padre también. Y el hermano de mi padre. Mi casa estaba llena de policías.

-Entonces, ¿era lo que se esperaba de ti?

  -No, pero todos lo comprendían -puntualizó él-. Si hubiera querido ser fontanero o mecánico, les habría parecido bien. Pero eso no era lo que yo quería.

-¿Por qué?

-Porque existe el bien y el mal.

-¿Así de simple?

-Debería serlo -Seth miró el anillo de su dedo-. Mi padre era un buen poli. Honrado. justo. Firme. No se puede pedir nada más.

Ella puso una mano sobre la suya.

-¿Murió?

  -Sí, en acto de servicio. Hace mucho tiempo -el dolor se había disipado también hacía mucho tiempo, dejando sitio al orgullo-. Era un buen policía, un buen padre, un buen hombre. Siempre decía que había que elegir entre hacer el bien y hacer el mal. Que todo tenía un precio. Pero que por el bien puedes pagar precio y seguir mirándote al espejo cada mañana.

Grace se inclinó y lo besó suavemente.

-Era bueno contigo.

-Sí, siempre. Mi madre era la típica mujer de un policía, firme como una roca. Ahora es la madre de un policía y sigue siendo igual de fuerte. Siempre está cuando la necesito. Cuando conseguí la insignia dorada, para ella significó tanto como para mí.

  Grace notó que aquel vínculo era muy fuerte. Profundo, sincero e incuestionable.

-Pero se preocupa por ti.

-Un poco. Pero lo acepta. No le queda más remedio -añadió él con el fantasma de una sonrisa-. Tengo un hermano y una hermana más pequeños. Los tres somos policías.

  -Lo lleváis en la sangre -murmuró ella-. ¿Estáis muy unidos?

  -Somos familia -dijo él con sencillez, y entonces pensó en la familia de Grace y recordó que aquellas cosas no eran tan simples-. Sí, estamos muy unidos.

  Él era el mayor, pensó Grace. Seguramente se había tomado muy a pecho el relevo generacional y, al morir su padre, sus responsabilidades como hombre de la casa. No era de extrañar, pues, que la autoridad, la responsabilidad y el deber parecieran su segunda piel. Pensó en el arma que llevaba y tocó con la punta de un dedo la cinta de cuero de la sobaquera.

  -¿Alguna vez has ... ? -alzó la mirada hacia sus ojos-. ¿Has tenido que hacerlo alguna vez?

  -Sí. Pero aun así sigo pudiendo mirarme al espejo cada mañana.

  Ella aceptó su respuesta sin vacilar. El siguiente tema de conversación, sin embargo, le resultó más espinoso.

  -Tienes una cicatriz, justo aquí -tocó con el dedo el lugar de la cicatriz, justo debajo del hombro derecho de Seth-. ¿Te dispararon?

  -Hace cinco años. Cosas que pasan -no tenía sentido contarle los detalles. Las cosas salieron mal, hubo gritos y una sacudida eléctrica de terror. El impacto de la bala y un dolor radiante, arrollador-. La mayor parte del trabajo policial es pura rutina: papeleo, aburrimiento, repetición.

-Pero no todo.

  -No, no todo -quería verla sonreír otra vez, quería prolongar lo que había resultado ser un dulce e íntimo interludio en la penumbra del coche. Sólo conversar, sin el chisporroteo del sexo-. Tú tienes un tatuaje en ese trasero tan bonito.

Ella se echó a reír, echándose el pelo hacia atrás.

-Creía que no lo habías notado.

-Sí, lo he notado. ¿Por qué llevas un caballo alado tatuado en el trasero, Grace?

  -Fue un capricho, una de esas chiquilladas a las que arrastré a M.J. y a Bailey.

-¿Ellas también llevan caballos alados en ... ?

-No, y lo que cada una lleva es un secreto. Yo quería un caballo alado porque representaba la libertad. A un caballo alado no se le puede atrapar, a menos que él se deje -tocó la cara de Seth y de pronto cambió de humor-.Yo nunca he querido que me atraparan. Hasta ahora.

  El casi la creía. Bajando la cabeza, la besó suavemente en los labios. Un beso apacible, sin urgencia. El lento encuentro de las lenguas, el indolente cambio de ángulos y honduras. Sorbos suaves. Leves mordiscos. El cuerpo de Grace se movía con fluidez, sus manos se deslizaron por el pecho de Seth y se juntaron tras su nuca. Un ronroneo escapó de su garganta.

  -Hacía mucho tiempo que no me besaban en el asiento delantero de un coche.

  Él al le apartó el pelo para besarle la delicada curva entre el cuello y el hombro.

-¿Quieres que probemos el asiento de atrás?

La risa de Grace sonó baja y alegre.

-Desde luego que sí.

El deseo se había infiltrado en la corriente sanguínea de Seth y hacía temblar su corazón.

-Vamos dentro.

  Grace se echó hacia atrás, jadeante, y le sonrió bajo el fulgor de la luna,

-Gallina.

  Los ojos de Seth se entornaron levemente, y la sonrisa de Grace se hizo más amplia.

-En casa hay una cama estupenda.

  Ella dejó escapar una risa suave y luego, sonriendo, le rozó los labios con la boca.

  -Vamos a fingir -musitó, apretándose contra él- que estamos en una carretera oscura y desierta y que me has dicho que se te ha averiado el coche -él dijo su nombre, un sonido amplificado contra sus labios tentadores. Era sólo otro modo de desafiarla-.Yo finjo creerte porque quiero quedarme, quiero que... que me persuadas. Tu dirás que sólo quieres tocarme, y yo fingiré que también me lo creo -tomó su mano, se la puso sobre el pecho y sintió un súbito estremecimiento cuando los dedos de Seth se crisparon-. Aunque sé que no es eso lo único que quieres. ¿Es lo único que quieres, Seth?

Lo que él quería era deslizarse resbalando, ciegamente, dentro de ella. Sus manos se movieron bajo la camisa de Grace y tocaron su piel.

-No vamos a hacerlo en el asiento de atrás -le advirtió.

Ella se limitó a echarse a reír.

 

  Seth ignoraba si se sentía orgulloso o perplejo por su propia conducta cuando finalmente abrió la puerta delantera del coche. ¿Había sido tan fogoso en su adolescencia?, se preguntaba. ¿Tan ridículamente osado? ¿O era Grace quien conseguía que cosas como hacer el amor como un loco frente a su propia casa fueran una aventura más?

Ella entró en la casa, se alzó el pelo sobre la nuca y se lo dejó caer en un gesto que, sencillamente, hizo que a Seth se le parara el corazón.

  -Creo que mi casa estará lista mañana, o pasado como muy tarde. Tenemos que ir juntos. Podemos bañarnos desnudos en la piscina. Fuera hace mucho calor.

-Eres tan hermosa...

  Ella se giró, asombrada por la mezcla de reticencia y deseo que percibía en su voz. Seth estaba parado junto a la puerta, como si pudiera marcharse en cualquier momento.

-Tu belleza es un arma peligrosa. Letal.

Ella intentó sonreír.

-Pues arréstame.

  -No te gusta que te lo digan -Seth dejó escapar una risa poco convincente-. No te gusta que te digan que eres preciosa.

-No he hecho nada para ganarme mi físico.

  Seth se dio cuenta de que lo decía como si la belleza fuera más bien una maldición que un don divino. Y en ese momento sintió que su comprensión de Grace había alcanzado un nivel distinto. Dio un paso adelante, tomó su cara entre las manos con suavidad y la miró fijamente a los ojos.

  -Bueno, puede que tengas los ojos un poco demasiado juntos.

Sorprendida, ella se echó a reír.

-Qué va.

-Y tu boca, creo que tal vez está un pelín torcida. Déjame ver -la midió con la suya propia, prolongando el beso mientras los labios de Grace se curvaban en una sonrisa-. Sí, sólo un pelín, pero, ahora que lo pienso, lo estropea todo.Y vamos a ver... -giró su cabeza hacia un lado y se detuvo a pensar-. Sí.Tu perfil izquierdo es bastante flojo. ¿No te está saliendo papada?

  Ella le apartó la mano, no sabiendo si insultarlo o echarse a reír.

-Desde luego que no.

  -Creo que también debería comprobarlo. No sé si' quiero seguir contigo si tienes papada.

  Agarró a Grace, echándole la cabeza hacia atrás con suavidad para poder lamerle suavemente bajo la mandíbula. Ella dejó escapar una risita, un sonido juvenil e inocente, y se estremeció.

  -Ya vale, idiota -profirió un chillido cuando él la alzó en brazos.

-No eres ningún peso pluma, por cierto.

Ella achicó los ojos.

-Está bien, aguafiestas, ya basta. Me voy ahora mismo.

  Era una delicia ver sonreír a Seth: aquel súbito destello de humor infantil.

  -Olvidaba decirte -dijo él mientras se dirigía hacia la escalera-, que se me ha averiado el coche. La profe me tiene manía. Y sólo voy a tocarte -sólo había subido dos peldaños cuando sonó el teléfono-. Maldita sea -besó distraídamente a Grace en la frente-.Tengo que contestar.

-No importa. Me acuerdo de por dónde íbamos.

  A pesar de que Seth la soltó, Grace tuvo la sensación de que no tocaban el suelo. El amor era un mullido amortiguador. Pero su sonrisa se desvaneció al ver cómo cambiaba la expresión de Seth. De pronto, sus ojos se volvieron de nuevo desapasionados e ilegibles. Mientras cruzaba la habitación hacia él, Grace comprendió que había pasado inadvertidamente de hombre a policía.

  -¿Dónde? -su voz sonaba de nuevo fría y controlada-. ¿Está sellada la escena del crimen? -masculló una maldición, apenas un susurro-. Selladla. Voy para allá -al colgar, sus ojos se pasearon sobre Grace y por fin se enfocaron-. Lo siento, Grace, tengo que irme.

Ella se humedeció los labios.

-¿Es grave?

-He de irme -se limitó a decir él-. Llamaré a un coche patrulla para que te lleve a casa de Cade.

-¿No puedo esperarte aquí?

-No sé cuánto tardaré.

  -No importa -ella le ofreció la mano, a pesar de que no sabía si podía alcanzarlo-. Me gustaría esperar. Quiero esperarte.

  Ninguna mujer había estado dispuesta a esperarlo. Aquella idea cruzó fugazmente la cabeza de Seth, distrayendo su atención.

  -Si te cansas de esperar, llama a comisaría. Dejaré dicho que un agente venga a buscarte si llamas.

  -Está bien -pero no llamaría. Esperaría-. Seth... -se acercó a él y le besó suavemente en los labios-, nos veremos cuando vuelvas.

 

  Cuando se quedó a solas, Grace encendió el televisor y se acomodó en el sofá. Cinco minutos después, se levantó y empezó a recorrer la casa.

  A Seth no le gustaban las figuritas, pensó. Seguramente pensaba que sólo servían para acumular polvo. Nada de plantas, ni de mascotas. Los muebles del cuarto de estar eran sencillos, masculinos y de buena calidad. El sofá era cómodo, de buen tamaño y de un verde cazador muy oscuro. Ella lo habría llenado de cojines. Burdeos, azules, anaranjados... La mesa baja era un cuadrado de pesado roble, bien pulimentado y libre de polvo.

  Grace llegó a la conclusión de que seguramente una asistente le limpiaba la casa una vez en semana. No podía imaginarse a Seth con un trapo de limpiar el polvo en la mano.

  Había una estantería con libros bajo la ventana lateral. Agachándose, Grace leyó los títulos. Le alegró observar que había leído muchos de ellos. Incluso había un libro de jardinería que ella también había estudiado con detenimiento.

  Eso sí podía imaginárselo, se dijo. Sí, podía imaginarse a Seth trabajando en el jardín, removiendo la tierra, plantando algo duradero.

También había cuadros en aquella habitación. Grace se acercó, pensando que los retratos a la acuarela agrupados en la pared eran sin duda obra del mismo artista que había pintado las escenas urbanas y los paisajes campestres del dormitorio. Buscó la firma y vio que en la esquina inferior podía leerse «Marilyn Buchanan».

  ¿Hermana, madre, prima?, se preguntó. Alguien a quien Seth quería, y que lo quería a él. Desvió la mirada y observó el primer cuadro.

  De pronto se dio cuenta, sobresaltada, de que era el padre de Seth. Tenía que ser él. El parecido se notaba en los ojos: claros, intensos, dorados. La mandíbula cuadrada, casi labrada a cincel. La pintora había percibido fortaleza, un toque de melancolía, y sentido del honor. Un susurro de ironía alrededor de la boca y un orgullo innato en el conjunto de la cabeza. Todo ello resultaba evidente en el retrato de perfil de medio cuerpo, cuyo protagonista miraba hacia algo que sólo él podía ver.

  El siguiente retrato era de una mujer de cuarenta y tantos anos. El rostro era bello, pero la artista no había ocultado las leves y reveladoras arrugas de la edad, los toques plateados del cabello negro y rizado. Sus ojos almendrados miraban de frente, con ironía y paciencia. Y allí estaba la boca de Seth, pensó Grace, sonriendo

Su madre, concluyó. ¿Cuánta fortaleza contenían aquellos ojos grises de mirada serena?, se preguntó Grace. ¿Cuánta hacía falta para aguantar y aceptar que todos tus seres queridos se enfrenten al peligro diariamente? Fuera cual fuese la cantidad requerida, aquella mujer la poseía con creces.

  Había otro hombre, un joven de veintitantos años, con una sonrisa altiva y unos ojos audaces, más oscuros que los de Seth. Atractivo, sexy, con una mata de pelo negro cayéndole descuidadamente sobre la frente. Si¡ hermano, sin duda.

  El último retrato era de una joven con el pelo oscuro y largo hasta los hombros, los ojos dorados y vigilantes, y una boca esculpida y curvada en un esbozo de sonrisa. Encantadora, y con rasgos más sobrios y parecidos n los de Seth que el otro joven. Su hermana.

  Grace se preguntó si alguna vez llegaría a conocerlos, o si sólo los vería a través de sus retratos. Seth les presentaría a la mujer que amara, pensó, y dejó que una leve punzada de dolor la atravesara. Él querría hacerlo, sentiría la necesidad de llevar a esa mujer a casa de su madre, de ver cómo se confundía y mezclaba con su familia. Aquélla era una puerta que él tendría que abrir en ambos sentidos. No sólo porque fuera la costumbre, se dijo, sino porque para él sin duda sería importante.

  Pero ¿a una amante? No, decidió. No era necesario presentarle a una amante a su familia. Seth nunca llevaría a casa de su madre a una mujer a la que sólo le unía el sexo.

  Grace cerró los ojos un momento. «Deja de sentir lástima de ti misma», se dijo con aspereza. «No puedes conseguir todo lo que deseas, así que aprovecha lo que tienes». Abrió los ojos de nuevo y observó los retratos una vez más. Rostros agradables, pensó. Una buena familia.

Pero ¿dónde, se preguntaba, estaba el retrato de Seth? Tenía que haber uno. ¿ Qué había visto la artista? ¿Habría pintado a Seth con aquella fría mirada de policía, con aquella risa sorprendentemente bella, o con el rarísimo destello de una sonrisa?

Decidida a averiguarlo, dejó la televisión encendida y se fue en busca del retrato. Durante los siguientes veinte minutos, descubrió que Seth era ordenado, que tenía un teléfono y una libreta en cada habitación, que usaba el segundo dormitorio como una mezcla entre habitación de invitados y despacho, que había convertido la tercera habitación en un minigimnasio y que le gustaban los colores oscuros y los sillones cómodos. Encontró más acuarelas, pero ningún retrato de Seth.

  Recorrió la habitación de invitados, intrigada porque sólo allí Seth se hubiera permitido ciertos caprichos. En las estanterías empotradas había una colección de figuritas, algunas labradas en madera, otras en piedra. Dragones, grifos, hechiceras, unicornios, centauros... Y un único caballo alado de alabastro con las alas desplegadas. En aquella habitación, las pinturas estaban impregnadas de magia: un paisaje brumoso en el que las torres de un castillo se alzaban, plateadas, hacia un cielo rosa pálido; un lago umbrío en el que bebía un único ciervo... Había libros sobre Arturo, sobre leyendas gaélicas, sobre los d¡oses del Olimpo y sobre los que habían gobernado Roma. Y allí, en una mesita de cerezo, había un globo de cristal azul y un libro sobre Mitra, el dios de la luz.

  Aquella la hizo temblar, cruzar los brazos. ¿Había comprado Seth aquel libro por el caso? ¿O llevaba más tiempo allí? Tocó suavemente el delgado volumen y se dio cuenta de que era esto último.

  Un vínculo más entre ellos, se dijo, forjado antes de que se conocieran. Le resultaba tan fácil aceptarlo, incluso sentirse agradecida por ello... Pero se preguntaba si Seth sentía lo mismo.

  Bajó la escalera, sintiéndose extrañamente a gusto después de aquel paseo sin guía por la casa. Sonrió al ver que las tazas de café de esa mañana, aquel leve vestigio de intimidad, seguían en la pila. Encontró una botella de vino en la nevera, se sirvió una copa y se la llevó al cuarto de estar.

  Regresó junto a la estantería de los libros pensando en acurrucarse en el sofá con la tele por compañía y un buen libro para pasar el rato. Pero de pronto un escalofrío se apoderó de ella, tan súbito e intenso que le tembló la mano con la que sujetaba la copa de vino. Se halló mirando por la ventana, respirando trabajosamente mientras con la otra mano se agarraba a la estantería.

  «Alguien te está mirando», susurraba machaconamente en su cabeza una vocecilla asustada que debía de ser la suya propia. «Alguien te está mirando».

  Sin embargo, no veía más que oscuridad, el fulgor de la luna y una casa en la que nada se movía al otro lado de la calle.

  «Para», se dijo. «Ahí fuera no hay nadie. No hay nada». Pero se irguió y cerró de golpe las cortinas. Las manos le temblaban.

  Bebió un sorbo de vino y procuró reírse de sí misma. El boletín de noticias de la noche la hizo girarse lentamente. Una familia de cuatro miembros, cerca de Bethesda. Asesinada.

  Ahora ya sabía dónde había ido Seth. Y sólo podía imaginarse por lo que estaba pasando.

 

  Ella estaba sola. Sentado en su cámara del tesoro, DeVane acariciaba una estatuilla de marfil de la diosa Venus. Había llegado a creer que era la efigie de Grace. Mientras su obsesión crecía y se desbocaba, se imaginaba a sí mismo y a Grace juntos, inmortales a través del tiempo. Ella sería su posesión más preciada. Su diosa. Y las tres Estrellas culminarían su colección de tesoros.

  Primero, naturalmente, tendría que castigarla. Sabía lo que tenía que hacer, lo que más le importaba a ella. Y las otras dos chicas no eran inocentes: habían complicado a sus planes, le habían hecho fracasar. Tendrían que morir, por supuesto. Cuando tuviese las Estrellas en su poder, cuando tuviese a Grace, ellas morirían. Y sus muertes serían el castigo de Grace.

  Ahora, ella estaba sola. Sería muy fácil llevársela. Conducirla hasta allí. Ella tendría miedo al principio. Él quería que tuviera miedo. Ello formaba parte del castigo. Pero, al final, la conquistaría, se ganaría su confianza. La haría suya. A fin de cuentas, tenían toda la eternidad por delante.

  En algún momento se la llevaría a Terresa. La haría reina. Un dios no podía conformarse con menos que una reina.

  «Llévatela esta noche». Aquella voz, que retumbaba cada vez con más fuerza en su cabeza, le perseguía día y noche. No podía fiarse de ella. Intentó calmar su respiración y cerró los ojos. No debía precipitarse. Cada detalle tenía que encajar en su sitio.

  Grace acudiría a él cuando estuviera preparado. Y llevaría consigo las Estrellas.

 

  Seth tomó una última taza de café y se frotó la nuca agarrotada. Todavía se le encogía el estómago al pensar en lo que había visto en aquella bonita casa de las afueras. Sabía que los civiles y los policías novatos creían que los veteranos se volvían inmunes a los estragos de la muerte violenta: su visión, sus olores, su destrucción sin sentido. Era nlentira. Nadie podía acostumbrarse a ver lo que él había visto. De lo contrario, no debía llevar una placa. La ley debía conservar su sentido de la repugnancia, del horror, del asesinato.

  ¿Qué movía a un hombre a quitar la vida a sus propios hijos, a la mujer con la que los había tenido, y luego a sí mismo? En aquella linda casa de las afueras no quedaba nadie que pudiera contestar a esa pregunta, cuya respuesta obsesionaba a Seth.

  Se frotó la cara con las manos, notando los nudos de la tensión y el cansancio. Movió los hombros una vez, dos veces, y luego los cuadró antes de cruzar la oficina hacia el vestuario.

  Mick Marshall estaba allí, frotándose los pies doloridos. Su pelo puntiagudo y rojizo se levantaba como un arbusto necesitado de una buena poda desde su cara crispada por el cansancio. Sus ojos estaban ensombrecidos y su boca tenía una expresión amarga.

-Teniente -Mick volvió a ponerse los calcetines.

-No hacía falta que viniera por esto, detective.

  -Demonios, oí los disparos desde el cuarto de estar de m¡ casa -agarró uno de sus zapatos, pero se limitó apoyar los codos en las rodillas-. Dos manzanas más allá. Dios mío, mis hijos jugaban con esos niños. ¿Cómo demonios voy a explicárselo?

-¿ Conocía bien al padre?

  -En realidad, no. Es lo que se dice siempre, teniente. Era un tipo tranquilo, amable, reservado -dejó escapar una breve risa seca-. Siempre lo son.

  -Mulroney va a hacerse cargo del caso. Puede ayudarlo, si quiere. Ahora, váyase a casa e intente dormir. Vaya a darle un beso a sus hijos.

  -Sí -Mick se pasó los dedos por el pelo-. Oiga, teniente, he encontrado algunos datos sobre ese tal DeVane.

La espalda de Seth se tensó.

-¿Algo interesante?

-Eso depende de qué ande buscando. Tiene cincuenta y dos años, no se ha casado nunca y heredó de su viejo una pasta gansa, incluyendo un enorme viñedo en esa isla, Terresa. También cultiva aceitunas y tiene ganado.

-¿Un caballero rural?

-Oh, tiene muchas más cosas. Montones de intereses distribuidos por todo el mundo. Astilleros, telecomunicaciones, negocios de importación-exportación... Montones de ramificaciones que generan muchísima pasta. Lo nombraron embajador en Estados Unidos hace tres años. Parece que le gusta esto. Se compró una casa elegante en Foxhall Road, una gran mansión. Le gusta recibir gente. Pero a la gente no le gusta hablar de él. Se ponen muy nerviosos.

  -El dinero y el poder suelen poner nerviosa a la gente.

  -Sí. No he averiguado gran cosa todavía. Pero hubo una mujer, hace unos cinco años. Una cantante de ópera. Una auténtica diva. Era italiana. Parece que estaban muy unidos. Luego, ella desapareció.

  -¿Que desapareció? -el interés de Seth, que empezaba menguar, creció de nuevo repentinamente-. ¿Cómo?

-Ésa es la cosa. Sencillamente, se esfumó. La policía italiana no sabe qué pasó. Ella tenía una casa en Milán, dejó allí todas sus cosas: ropa, joyas, sus obras de arte... Estaba actuando en el teatro de la ópera de allí, en plena gira, ¿sabe? Una noche, no se presentó en el teatro. Esa tarde salió de compras, encargó que le mandaran un montón de cosas a casa. Pero nunca volvió.

-¿Creen que la secuestraron?

  -Sí. Pero nadie llamó pidiendo un rescate. No hay ni rastro de ella desde hace cinco años. Tenía... -Mick arrugó la cara, pensativo-. Treinta años. Parece ser que estaba en plenas facultades, y que era una preciosidad. Dejó un montón de dinero en el banco. Todavía está allí.

-¿DeVane fue interrogado?

  -Sí. Por lo visto estaba en su yate, en el mar jónico, tostándose al sol cuando todo pasó. Había media docena de invitados a bordo con él. El policía italiano con el que hablé, gran aficionado a la ópera, por cierto, me dijo que a DeVane no pareció impresionarle mucho la noticia de su desaparición. Se olió algo, pero no pudo averiguar nada más. Sin embargo, el tío ofreció una recompensa, cinco millones de liras, si ella volvía sana y salva. Nadie la reclamó.

  -Eso parece muy interesante. Siga investigando -él, por su parte, pensó Seth, haría sus propias pesquisas.

  -Una cosa más -Mick giró el cuello de un lado a otro, haciéndolo crujir-. Creo que esto también le interesará. Ese tipo es un coleccionista. Tiene un poco de todo: monedas, sellos, joyas, cuadros, antigüedades, estatuas... De todo. Pero también tiene fama de poseer una colección de gemas enorme y única.... una colección que rivaliza con la del museo Smithsonian.

-De modo que a DeVane le gustan los minerales.

  -Oh, sí. Y agárrese. Hace dos años, más o menos, pagó tres millones por una esmeralda. La piedra era enorme, claro, pero su precio se disparó sobre todo porque, supuestamente, tenía poderes mágicos -los labios de Mick se curvaron con sorna-. Por lo visto, Merlín la creó mediante un hechizo para regalársela al mismísimo rey Arturo. Yo creo que un tipo capaz de comprar una a cosa así, debe de estar muy interesado en esas tres enormes piedras azules y en todo ese rollo del dios Mitra y la inmortalidad.

-Apuesto a que sí.

  ¿No era extraño, pensó Seth, que el hombre de DeVane no estuviera en la lista de Bailey? ¿Un coleccionista cuya residencia en Estados Unidos estaba sólo a unos pocos kilómetros de la casa Salvini, y que, sin embargo, nunca había hecho negocios con ellos? No, su ausencia en aquella lista resultaba demasiado inquietante.

  -Tráigame lo que tenga cuando empiece su turno, Mick. Me gustaría hablar personalmente con ese policía italiano. Agradezco el tiempo extra que le está dedicando a este caso.

  Mick parpadeó. Seth nunca dejaba de agradecerles a sus hombres el trabajo bien hecho, pero normalmente lo hacía de manera mecánica. Esa vez, se notaba en su voz una calidez sincera, una implicación personal.

  -Claro, descuide. Pero, ¿sabe, teniente?, aunque pueda usted relacionarlo con el caso, es probable que DeVane se salga con la suya. Inmunidad diplomática, ya sabe. No podemos tocarlo.

  -Vamos a relacionarlo con el caso primero y luego ya veremos -Seth echó una mirada atrás, distraído, cuando oyó abrirse la puerta de la taquilla de un agente que entraba en turno de noche-.Váyase a dormir -empezó a decir, y luego se interrumpió. Allí, pegada al interior de la puerta de la taquilla, estaba Grace, muy joven, sonriente y desnuda.

  Tenía la cabeza echada hacia atrás, y aquella sonrisa provocativa, aquella seguridad en sí misma, aquella sedosa energía, brillaban en sus ojos. Su piel era como mármol pulido y sus curvas generosas aparecían cubiertas únicamente por aquella cascada de pelo, cuidadosamente colocada para volver locos a los hombres.

  Mick giró la cabeza, vio el póster e hizo una mueca. Cade le había contado que el teniente estaba saliendo con Grace, y en ese momento sólo se le ocurrió pensar que alguien estaba a punto de morir. Casi con toda probabilidad, el desprevenido agente que, de pie ante su taquilla, silbaba tranquilamente.

  -Eh, teniente... -comenzó a decir Mick con intención de salvarle la vida a su compañero.

  Seth se limitó a alzar una mano para hacer callar a Mick y se acercó a la taquilla. El agente, que estaba cambiándose de camisa, miró hacia atrás.

-Teniente...

  -Bradley -dijo Seth, y siguió observando la reluciente fotografía.

  -Está buena, ¿eh? Uno de los chicos del turno de día dice que ha estado aquí y que en persona está igual de buena.

-¿De veras?

  -Ya le digo. Yo he desenterrado ese póster de un montón de revistas que tenía en el garaje. No está mal, ¿eh?

  -Bradley... -musitó Mick, y escondió la cara entre las manos. Aquel tipo era hombre muerto.

  Seth respiró hondo, intentando resistir el deseo de arrancar el póster.

  -Este vestuario lo usan también mujeres, Bradley. Esto es inapropiado -¿dónde estaba el tatuaje?, pensó Seth, aturdido. ¿Cuántos años tenía cuando había posado para aquella fotografía? ¿Diecinueve? ¿Veinte?-. Busque otro sitio donde colgar sus fotografías.

-Sí, señor.

  Seth dio media vuelta y lanzó una última mirada por encima del hombro.

-Y está mejor en persona. Mucho mejor.

  -Bradley -dijo Mick cuando Seth hubo salido-, acabas de librarte de una buena.

 

  Empezaba a amanecer cuando Seth entró en su casa. En la investigación del homicidio de Bethesda había actuado conforme mandaban las normas. El caso quedaría cerrado en cuanto el informe forense y el de la autopsia confirmaran lo que ya sabía. Un hombre de treinta y seis años que vivía confortablemente gracias a su trabajo de programador informático, se había levantado del sofá, donde estaba viendo la tele, había cargado su revólver y había segado cuatro vidas en el espacio aproximado de diez minutos.

Para aquel crimen, Seth no tenía justicia que ofrecer.

  Podía haber vuelto a casa dos horas antes, pero había aprovechado la diferencia horaria con Europa para hacer algunas llamadas, formular preguntas y recoger datos. Empezaba a hacerse una idea cabal de quién era Gregor DeVane: un hombre muy rico que no había derramado ni una sola gota de sudor para conseguir su fortuna, que disfrutaba de prestigio y poder, que se movía en círculos exclusivos y carecía de familia.

  Nada de lo cual era un crimen, se dijo Seth mientras cerraba la puerta tras él. No había delito alguno en mandarle rosas blancas a una mujer hermosa. Ni en estar liado con una cantante de ópera que desaparecía de la noche a la mañana. Pero ¿acaso no era interesante que DeVane hubiera estado liado también con otra mujer, con una bailarina francesa, una prima ballerina de gran belleza a la que se consideraba la mejor intérprete de la década y que había aparecido muerta de una sobredosis en su casa de París?

  El forense dictaminó suicidio, a pesar de que los allegados de la chica insistían en que nunca había tornado drogas. Al parecer, era ferozmente disciplinada con su cuerpo. DeVane había sido interrogado, pero sólo por mero trámite. A la hora en que la joven bailarina entró en coma para morir poco después, él estaba cenando en la Casa Blanca. Aun así, Seth y el detective italiano estaban de acuerdo en que se trataba de una fascinante coincidencia.

  Un coleccionista, pensó Seth mientras iba apagando las luces, que atesoraba cosas hermosas a, bellas mujeres. Un hombre capaz de pagar el doble de su valor por tina esmeralda rodeada de leyenda.

  Seth decidió comprobar si podía atar algún cabo más y mantener después una charla oficial con el embajador.

  Entró en el cuarto de estar. Estaba a punto de pulsar el interruptor cuando vio a Grace acurrucada en el sofá. Creía que se había ido a casa. Pero allí estaba, hecha una pelota sobre el sofá, durmiendo. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?, se preguntó Seth. «Esperándote. Como dijo que haría». Como ninguna otra mujer lo había esperado antes. Ni él había querido que lo esperara.

La emoción le golpeó en el pecho, infiltrándose en su  corazón. Aquel amor irracional, pensó, le hacía perder el norte. Su corazón no estaba a salvo, ya ni siquiera era suyo. Quería recuperarlo, deseaba desesperadamente ser capaz de alejarse de ella, de dejarla a, retornar a su v¡da anterior.Y le aterrorizaba no ser capaz de hacerlo.

  Grace se aburriría pronto de él, era inevitable. Perdería interés por una relación que él imaginaba alimentada únicamente por el capricho y el deseo. ¿Se largaría sin más, se preguntaba Seth, o le pondría fin limpiamente a su aventura? Lo haría a cara descubierta, se dijo. Era su estilo. Ella no era, como había creído alguna vez, fría, calculadora o insensible. Tenía mi espíritu sumamente generoso, pero también, en su opinión, excesivamente voluble.

  Acercándose, se agachó frente a ella y observó su cara. Tenía una arruga casi imperceptible entre las cejas. De pronto se dio cuenta de que su sueño no era sosegado. ¿Qué pesadillas la atormentaban?, se preguntó. ¿Qué preocupaciones la perseguían?

  «Pobre niña rica», pensó. «Sigues corriendo todavía hasta quedarte sin aliento. Pero no hay nada que hacer y vuelves al principio». Le acarició con el pulgar la frente para borrar su ceño, y luego deslizó los brazos bajo ella.

-Vamos, nena -murmuró-, es hora de irse a la cama.

-No -ella lo apartó, forcejeando-. No.

  ¿Más pesadillas? Preocupado, Seth la apretó con fuerza.

-Soy Seth. No pasa nada. Estoy contigo.

  -Me mira... -ella giró la cara hacia su hombro-. Fuera. En todas partes. Está mirándome.

  -Chist... Aquí no hay nadie -la llevó hacia la escalera y de pronto comprendió por qué se había encontrado todas las luces de la casa encendidas. A ella le daba miedo quedarse sola en la oscuridad. Y, sin embargo, se había quedado-. Nadie va a hacerte daño, Grace. Te lo Prometo.

  -Seth... -ella emergió de] sueño al sonido de su voz, y sus Ojos pesados se abrieron y se fijaron en la cara de él-. Seth -repitió, y le tocó la mejilla y luego los labios-. Pareces cansado.

  -Si quieres te cambio el sitio. Tú puedes llevarme a mí.

  Grace lo rodeó con los brazos y apretó la mejilla contra la de él.

-Lo oí en las noticias. Lo de la familia de Bethesda.

-No tenías por qué esperarme.

-Seth,.. -ella se apartó y lo miró a los ojos.

  -No quiero hablar de ello -dijo él secamente-. No preguntes.

-¿No quieres hablar de ello porque te angustia o porque no quieres compartir tus problemas conmigo?

  Él la dejó junto a la cama, dio media vuelta y comenzó a quitarse la camisa.

  -Estoy cansado, Grace. Tengo que volver a la oficina dentro de un par de horas. Necesito dormir.

  -Está bien -ella se frotó con la muñeca el corazón, allí donde más le dolía-.Yo ya he dormido bastante. Voy a bajar a llamar a un taxi.

  Él colgó la camisa sobre el respaldo de una silla y se sentó para quitarse los zapatos.

-Si eso es lo que quieres...

  -No es lo que quiero, pero parece que es lo que quieres tú -ella apenas alzó una ceja cuando él lanzó el zapato al otro lado de la habitación.

  Seth se quedó mirando el zapato como si hubiera saltado por propia voluntad.

  -Yo nunca hago cosas así -dijo entre dientes-. Nunca hago cosas así.

  -¿Por qué no? Yo me siento mejor cuando las hago acercándose a él, Grace empezó a masajearle los hombros agarrotados-. ¿Sabes lo que necesitas, teniente? -bajó la cabeza para besarle la coronilla-. Aparte de a mi, claro. Necesitas meterte en un baño de burbujas para que se te deshagan todos estos nudos. Pero, de momento, veremos qué puedo hacer con ellos.

  El delicioso contacto de sus manos iba relajando poco a poco los músculos anudados de los hombros de Seth.

-¿Por qué?

-Ésa es una de tus preguntas favoritas, ¿no? Vamos, anda, túmbate. Deja que te dé un buen masaje en esa roca que tú llamas espalda.

-Sólo necesito dormir.

  -Mmhmm -ella le hizo tumbarse y se sentó en la cama, arrodillándose a su lado-. Date la vuelta, guapo.

  -Me gusta más esta vista -él logró esbozar una media sonrisa y empezó a juguetear con las puntas del pelo de Grace-. ¿Por qué no vienes aquí? Estoy demasiado cansado para luchar contigo.

  -Lo tendré en cuenta -ella le dio un empujón-. Date la vuelta, grandullón.

  Dejando escapar un gruñido, Seth se tumbó boca abajo y profirió otro gruñido cuando Grace se montó a horcajadas sobre él y empezó a apretar, acariciar y amasar su espalda.

  -Siendo como eres, supongo que los masajes te parecerán un lujo. Pero ahí es donde te equivocas -ella apretó hacia abajo con el talón de las manos y presionó hacia delante para luego empezar a masajear con los dedos-. Si se alivia la tensión, el cuerpo trabaja mejor. Yo me doy un masaje cada semana en el gimnasio. Stefan haría maravillas contigo.

  -¿Stefan? -él cerró los ojos e intentó no imaginarse a otro hombre tocando a Grace-.Ya me lo imagino.

  -Es un auténtico profesional -dijo ella secamente-.Y su mujer es psicóloga infantil. Es maravillosa con los niños del hospital.

  Él pensó en los niños. Pensó que eso era lo que le hacía sentirse tan débil. Eso, y las manos tranquilizadoras de Grace, su voz apacible. La luz del sol, de un cálido color rojo, se filtraba por sus párpados cerrados. Sin embargo, Seth seguía viéndolo.

-Los niños estaban en la cama.

Las manos de Grace se pararon un momento. Luego, con un largo y silencioso suspiro, ella siguió moviéndolas arriba y abajo por la espalda de Seth, sobre sus hombros, hasta su cuello agarrotado. Y aguardó.

  -La niña más pequeña tenía una muñeca. Una muñeca vieja. Todavía la estaba abrazando. Había pósters de Disney en las paredes, por todas partes. Todos esos cuentos de hadas con final feliz ... Así se supone que tienen que ser las cosas cuando eres pequeño. La niña mayor tenía junto a la cama una de esas revistas para adolescentes, de las que leen los críos de diez años porque están deseando tener dieciséis. No llegaron a despertarse. No sabían que ninguna de las dos cumpliría los dieciséis -Grace no dijo nada. No había nada que decir. Inclinándose, besó suavemente el hombro de Seth y sintió que él dejaba escapar mi largo suspiro-. Te hace polvo, cuando son niños. No conozco a un solo policía que pueda enfrentarse a eso sin que se le retuerzan las tripas. La madre estaba en la escalera. Parece que oyó los disparos y echó a correr hacia las habitaciones de las crías. Después, él volvió al cuarto de estar, se sentó en el sofá y remató la faena.

  Ella se apoyó sobre él, se abrazó a su espalda y lo apretó con fuerza.

-Intenta dormir -murmuró.

-Quédate, por favor.

-Sí -ella cerró los ojos y notó que la respiración de Seth se iba haciendo cada vez más pesada-. Me quedaré.

 

Seth se despertó solo. Mientras se disipaba su sopor, preguntó si había soñado su encuentro con Grace al amanecer. Podía olerla, sin embargo, en el aire y en su propia piel, junto a la cual ella se había acurrucado.

  Atravesado en la cama, alzó la mano para mirar el reloj, que había olvidado quitarse. Pese a todo lo que bullía en su interior, su reloj biológico seguía funcionando puntualmente. Se concedió dos minutos más bajo la ducha para combatir la fatiga y mientras se afeitaba se prometió a sí mismo que durante su siguiente día libre no haría otra cosa que vegetar.

  Al anudarse la corbata, fingió que aquélla no iba a ser otra jornada bochornosa, húmeda y agotadora. Luego masculló una maldición, pasándose los dedos por el pelo recién peinado, cuando recordó que había olvidado programar la cafetera eléctrica. Los minutos que tardara en hacerse el café no sólo le sacarían de quicio, sino que además restarían tiempo de su horario previsto. Pero lo que se negaba categóricamente a hacer era empezar el día con el veneno que servían en el bar de la comisaría.

  Estaba tan concentrado pensando en el café que cuando, al bajar la escalera, su olor se deslizó hasta él como un canto de sirenas, pensó que era una ilusión. Pero no sólo estaba la cafetera llena de un líquido deliciosamente negro y aromático, sino que Grace estaba sentada a la mesa de la cocina, leyendo el diario de la mañana y mordisqueando un bollito. Se había apartado el pelo de la cara y parecía no llevar otra cosa puesta que una de las camisas de Seth.

  -Buenos días -ella le sonrió y luego sacudió la cabeza de un lado a otro-. ¿Tú eres humano? ¿Cómo puedes tener esa pinta tan seria y funcionarial habiendo dormido menos de tres horas?

-Cuestión de práctica. Pensaba que te habías ido.

  -Te dije que iba a quedarme. El café está caliente. Espero que no te importe que me haya servido yo sola.

-No -él se quedó donde estaba-. No me importa.

  -Si te parece bien, me quedaré aquí un rato, tomándome el café, antes de vestirme. Voy a ir a casa de Cade a cambíarme. Quiero pasarme por el hospital a última hora de la mañana y luego ir a mi casa. Ya va siendo hora. Los de la limpieza acaban esta tarde, así que creo que… -se interrumpió al ver que él seguía mirándola fijamente-. ¿Qué pasa? -esbozó una sonrisa indecisa y se frotó la nariz.

  Sin apartar los ojos de ella, Seth tomó el teléfono de la pared y marcó un número de memoria.

  -Soy Buchanan -dijo-. Llegaré dentro de un par de horas. Tengo cosas personales que hacer -colgó y le tendió la mano-.Vamos a la cama. Por favor.

Ella se levantó y le dio la mano.

  Cuando las ropas estuvieron tiradas con descuido por el suelo, las sábanas revueltas y las persianas bajadas para filtrar la luz del sol, Seth se tumbó sobre Grace. Necesitaba abrazarla, tocarla, disfrutar de la oleada de cinociones que Grace avivaba en él. Sólo una hora, pero sin prisas. Se demoraría en lentos y embriagadores besos y prolongaría eternamente sus delicadas caricias. Ella estaba allí para él. Sencillamente, allí. Abierta, generosa, ofreciéndole una fuente aparentemente inagotable de amor.

  Grace suspiraba, estremecida, mientras Seth la acariciaba, moviéndose tiernamente sobre ella con infinita paciencia. Cada vez que sus bocas se encontraban, con aquel lento deslizamiento de las lenguas, su corazón temblaba.

  Los leves y evasivos sonidos de su intimidad, los suaves susurros de los amantes, se fueron convirtiendo en suspiros y gemidos. Los dos estaban perdidos, envueltos en densas capas de placer. El aire a su alrededor era como sirope y en medio de él sus movimientos se dilataban y su placer se prolongaba sin fin.

  Grace suspiraba mientras Seth deslizaba las manos y la boca lentamente sobre su cuerpo, y sus propias manos acariciaban la espalda de él y sus hombros. Se abrió para él, arqueándose para darle la bienvenida, y se estremeció cuando la lengua de Seth la condujo a un orgasmo largo y arrollador.

  Grace dejó caer las manos flojamente y dejó que Seth la tomara como quisiera. Su sangre palpitaba, caliente, y su ardor hacía aflorar a su piel un rocío apasionado. Las manos de Seth resbalaban, sedosas, sobre su piel.

-Dime que me deseas -Seth besó con la boca abierta sus pechos.

-Sí -ella agarró sus caderas, urgiéndolo-. Te deseo.

  -Dime que me necesitas -la lengua de Seth se deslizó sobre el pezón de Grace.

  -Sí -gimió ella de nuevo mientras él la chupaba lentamente-. Te necesito.

  «Dime que me quieres». Pero Seth sólo formuló aquella pregunta en su fuero interno al tiempo que la besaba de nuevo en la boca, hundiéndose en aquella húmeda promesa.

-Ya -mantuvo los ojos abiertos, mirándola fijamente.

-Sí -ella se incorporó para recibirlo-.Ya.

  Seth se deslizó dentro de ella, penetrándola tan despacio, tan deliciosamente, que los dos se estremecieron de placer. Él vio que sus ojos se llenaban de lágrimas y sintió una ternura mucho más poderosa que cualquier otra emoción. La besó de nuevo, suavemente, y empezó a moverse dentro de ella poco a poco.

  La dulzura de aquella sensación hizo que una lágrima rodara por la mejilla de Grace. Sus labios temblaban, y Seth sintió que los músculos de ella se contraían, ciñéndolo

  -No cierres los ojos -musitó él, bebiendo la lágrima de su mejilla-. Quiero verte los ojos cuando te corras.

  Ella no podía evitarlo. Aquella ternura la dejaba desvalida. Las lágrimas emborronaron su visión, y el azul de sus ojos se volvió oscuro como la  media noche. Pronunció el nombre de Seth y luego lo murmuró contra sus labios. Y su cuerpo se estremeció en una larga y ondulante riada que la embargó por completo.

-No puedo...

-Dajame tenerte -él se sintió caer, y enterró la cara entre el pelo de Grace-. Deja que te tenga entera.

 

  Grace estaba acunando a un bebé en el nido del hospital. La niña era tan pequeña que apenas llenaba el hueco de su brazo desde el codo a la muñeca, pero sus ojos de recién nacida, profundamente azules, la miraban con insistencia. Su cavidad cardiaca había sido reparada, y su pronóstico era bueno.

  -Vas a ponerte bien, Carrie. Tus papás están muy preocupados por ti, pero vas a ponerte bien -acarició la mejilla del bebé y pensó que ojalá Carrie sonriera un poco.

  Sentía la tentación de cantarle para que se durmiera, pero sabía que las enfermeras alzaban los ojos al cielo y salían huyendo cada vez que se ponía a cantar tina nana. Los niños, sin embargo, rara vez se mostraban críticos con sus escasas capacidades vocales, de modo que se puso a cantar en voz baja, casi susurrando, hasta que los ojitos de búho de Carric se entornaron.

  Grace siguió acunándola cuando se durmió. Sabía que lo hacía sobre todo por ella. Cualquiera que hubiera acunado a un bebé sabía que eso tranquilizaba tanto al adulto como al niño. Y allí, con un recién nacido dormitando entre sus brazos, podía admitir su más profundo secreto.

  Estaba deseando tener hijos propios. Ansiaba llevarlos en su vientre, sentir su peso, sus movimientos, darlos a luz con aquella última y aguda punzada de dolor del parto, abrazarlos contra su pecho y sentir cómo mamaban. Quería pasearse de un lado a otro con ellos en brazos cuando estuvieran inquietos, verlos dormir. Criarlos y verlos crecer, pensó cerrando los ojos mientras seguía acunando a la cuna. Ocuparse de ellos, tranquilizarlos por las noches. Incluso verlos dar ese primer paso desgarrador que los separaría de ella.

  Ser madre era su mayor deseo y su más íntimo secreto.

  Al empezar a acudir al ala de pediatría del hospital, le había preocupado estar haciéndolo para calmar aquel anhelo que la consumía por dentro. Pero sabía que no era cierto. La primera vez que tomó en brazos a un niño enfermo, comprendió que su compromiso iba mucho más allá de eso. Ella tenía tanto que dar, tal abundancia de amor que ofrecer ... Y allí, en el hospital, aceptaban su ofrecimiento sin preguntar, sin juzgarla por ello. Allí, al menos, podía hacer algo que valía la pena, algo que importaba.

  -Carrie importa -murmuró, besando la cabecita de la niña dormida antes de levantarse para ponerla en la cuna-. Uno de estos días, muy pronto, estarás fuerte y sana y te irás a casa. No te acordarás de que una vez te acuné para dormirte cuando tu mamá no podía estar aquí. Pero yo sí me acordaré -sonrió a la enfermera que acababa de entrar y se apartó-. Parece que está mucho mejor.

  -Es una pequeña luchadora. Tiene usted muy buena mano con los bebés, señorita Fontaine -la enfermera tomó un portafolios y empezó a hacer anotaciones.

  -Intentaré venir un rato dentro de un par de días. Y ya pueden localizarme en casa otra vez, si hiciera falta.

  -¿Ah, sí? -la enfermera alzó los ojos y miró por encima de las gafas metálicas. El asesinato en casa de Grace y la consiguiente investigación eran la comidilla del hospital-. ¿Seguro que estará... a gusto en casa?

-Voy a intentarlo.

  Grace echó una última mirada a Carrie y salió al pasillo.

  Tenía el tiempo justo, pensó, para pasarse por la planta de pediatría y visitar a los niños más mayores. Luego llamaría a Seth a la comisaría para ver si le apetecía una pequeña cena para dos en su casa. Al darse la vuelta, estuvo a punto de chocar con DeVane.

  -¿Gregor? -compuso una sonrisa para disimular el repentino y extraño vuelco que le había dado el corazón-. Qué sorpresa. ¿Hay alguien enfermo?

Él la miró fijamente, sin parpadear.

-¿Enfermo?

  ¿Qué le pasaba en los Ojos?, se preguntó Grace. Parecían muy pálidos y desenfocados.

  -Estamos en el hospital -dijo ella, manteniendo la sonrisa, y, vagamente preocupada, puso una mano sobre su brazo-. ¿Te encuentras bien?

  Él pareció rehacerse de pronto, lleno de perplejidad. Su mente parecía haberse desconectado un instante. Sólo era capaz de verla a ella, de sentir su olor.

  -Muy bien -le aseguró-. Estaba un poco distraído. Yo tampoco esperaba encontrarte aquí -naturalmente, era mentira. Había planeado meticulosamente aquel encuentro. Tomó la mano de Grace, se inclinó sobre ella y le besó los dedos-. Es un placer, desde luego, verte en cualquier parte. Me he pasado por aquí porque nuestros amigos comunes despertaron mi interés por los cuidados que se dispensan a los niños en este hospital. Los niños y su bienestar me interesan particularmente.

  -¿En serio? -la sonrisa de Grace se hizo más cálida-. A mí también. ¿Quieres que te enseñe esto en un momento?

  -¿Cómo no iba a querer, si tú me sirves de guía? -él dio la vuelta y les hizo una seña a los dos individuos ti e permanecían parados, muy tiesos, a unos pasos de distancia-. Guardaespaldas -le dijo a Grace, tomándola del brazo-. Por más que nos disguste, son necesarios en los tiempos que corren. Dime, ¿cómo es que he tenido la fortuna de encontrarte aquí?

  Como solía hacer, Grace encubrió la verdad a fin de preservar su intimidad.

  -Los Fontalne han hecho donaciones muy importantes a este ala del hospital. Me gusta pasarme por aquí de vez en cuando para ver qué está haciendo el hospital con ese dinero -le lanzó una mirada brillante-.Y nunca se sabe cuándo te vas a encontrar con un médico guapo... o con un embajador -siguió caminando a su lado, dándole explicaciones sobre las distintas secciones mientras se preguntaba cuánto dinero para los niños conseguiría sacarle a DeVane con un poco de tiempo y encanto-. El ala de pediatría general está una planta más arriba. Como maternidad está en esta misma sección, no quieren que los niños más mayores anden correteando por los pasillos mientras las madres están de parto o descansando.

  -Sí, los niños son muy traviesos -él los detestaba-. Una de las cosas de las que más me arrepiento es de no haber tenido hijos. Claro que nunca encontré a la mujer adecuada... -hizo un gesto con la mano libre-.Y, al hacerme mayor, me resigné a que nadie perpetuara m¡ nombre.

  -Pero Gregor, si estás en la flor de la vida... Eres un hombre fuerte y lleno de vitalidad. Te quedan todavía muchos años para tener tantos hijos como quieras.

  -Sí -la miró a los ojos de nuevo-, pero aún tengo que encontrar a la mujer adecuada.

  Ella sintió un escalofrío de desagrado al advertir su intensa mirada y la insinuación que se adivinaba en sus palabras.

-Estoy segura de que la encontrarás. Aquí hay algunos prematuros -se acercó más al cristal-. Son tan pequeños... -dijo suavemente-. Tan indefensos...

-Es una pena que nazcan defectuosos.

Sus palabras hicieron fruncir el ceño a Grace.

  -Algunos necesitan pasar un tiempo en la incubadora y ciertos cuidados médicos para desarrollarse por completo, pero yo no los llamaría «defectuosos».

  Otro error, pensó él, sintiendo una repentina irritación. No parecía poder mantenerse alerta cuando el olor de Grace invadía sus sentidos.

  -Ah, mi inglés es a veces un tanto torpe. Debes perdonarme.

  Ella sonrió de nuevo, intentando aliviar la evidente turbación del embajador.

-Tu inglés es fantástico.

  -¿Lo suficiente como para convencerte de que compartas un almuerzo tranquilo conmigo? Como amigos -Dijo, esbozando una tímida sonrisa-. Con intereses comunes.

  Ella estaba mirando a los bebés, igual que él. Era tentador, admitió. DeVane era un hombre encantador, rico e influyente. Tal vez pudiera convencerlo, empleando sutiles artimañas, para que la ayudara a fundar una rama internacional de Estrella Fugaz, una ambición que sopesaba desde hacía algún tiempo.

-Me encantaría, Gregor, pero hoy no puedo. Iba a irme casa cuando me encontré contigo. Tengo que revisar unas... reparaciones -aquél le pareció el mejor modo de explicarlo-. Pero me encantaría comer contigo en otra ocasión. Y espero que sea muy pronto. Hay algunas cosas relativas a nuestros intereses comunes que me gustaría consultarte.

  -Me encantaría servirte de ayuda en lo que pueda –él le besó la mano de nuevo. Esa noche, pensó. La tendría esa noche, y no habría necesidad de seguir fingiendo.

  -Eres muy amable -sintiéndose culpable por el desinterés y la frialdad que sentía hacia él, le besó en la mejilla-. Tengo que irme. Llámame para que comamos juntos, La semana que viene, si quieres -con una última sonrisa, Grace se marchó corriendo.

Mientras la miraba alejarse, los dedos de DeVane se clavaron lentamente en las palmas de sus manos, dejando marcas en forma de media luna. Intentando dominarse, le hizo un gesto con la cabeza a uno de los hombres que aguardaban en silencio.

-Seguidla -ordenó-.Y esperad mis órdenes.

 

Cade no se consideraba un quejica, y, habida cuenta de lo bien que toleraba a su familia, creía ser uno de los hombres más pacientes y benévolos del mundo. Sin embargo, estaba seguro de que, si Grace le hacía mover un solo mueble más de un extremo al otro del enorme salón, se derrumbaría y se echaría a llorar.

-Queda genial.

  -Mmm... -ella estaba parada con una mano en la cadera y los dedos de la otra tamborileando sobre sus labios.

El brillo de sus ojos bastó para que Cade se asustara.

-De veras, está fantástico. Al cien por cien. Trae la cámara de fotos. Esto es como una portada de House and Garden.

-No seas pelota, Cade -dijo ella distraídamente-. Tal vez el diván quede mejor mirando hacia el otro lado –él dejó escapar un gemido lastimero, pero Grace se limitó n curvar los labios-. Naturalmente, eso significaría que habría que mover la mesita baja y esos otros dos muebles. Y la palmera, ¿no es una preciosidad?, tendría que ir ahí.

  La preciosidad debía de pesar por lo menos cien kilos. Cade renunció a su orgullo y empezó a gimotear.

-Todavía tengo puntos -le recordó a Grace.

  -Bah, ¿qué son unos cuantos puntos para un hombre tan fuerte como tú? -Grace se acercó a él, le dio una palmadita en la mejilla y observó cómo luchaba su ego con su espalda dolorida. Luego dejó escapar una larga carcajada-. Te lo has tragado. Está bien, querido. Está perfecto. No tienes que mover ni un cojín más.

  -¿En serio? -los ojos de Cade se llenaron de esperanza-. ¿Se acabó?

  -No sólo se acabó, sino que ahora vas a sentarse y a poner los pies sobre la mesa mientras yo te traigo una de las cervezas bien frías que guardo en la nevera para detectives privados tan altos y guapos como tú.

-Eres una diosa.

-Eso dicen. Ponte cómodo. Enseguida vuelvo.

  Cuando Grace regresó llevando una bandeja, vio que Cade se había tomado muy a pecho su invitación. Estaba recostado sobre los gruesos cojines azul cobalto de un nuevo sofá, con los pies encima de la mesa baja de ébano y los ojos cerrados.

  -Vaya, parece que te he dejado agotado de verdad, ¿eh?

  Él lanzó un gruñido y abrió un ojo. Luego abrió los dos, lleno de contento al ver que ella dejaba la bandeja cargada sobre la mesa.

-Comida -dijo, incorporándose de un salto.

  Ella no tuvo más remedio que echarse a reír cuando él aceptó de buena gana las uvas verdes y lustrosas, el queso de Brie y las galletitas saladas que le ofrecía, junto con el montoncillo de caviar frío con tostadas.

  -Es lo menos que puedo hacer por un mozo de mudanzas tan atractivo -acomodándose a su lado, tomó la copa de vino que se había servido-. Te debo una, Cade.

  Con la boca medio llena, él observó el cuarto de estar y asintió.

-Ya lo creo que sí.

-No me refiero sólo al trabajo manual. Me diste un refugio cuando lo necesitaba. Y, sobre todo, te debo una por Bailey.

-No me debes nada por Bailey. La quiero.

  -Lo sé. Y yo también. Nunca la he visto tan feliz. Sólo estaba esperándote -inclinándose, le dio un beso en la mejilla-. Siempre quise tener un hermano. Ahora, con Jack y contigo, tengo dos. Una familia instantánea. Ellos también encajan, ¿no crees? -comentó-. M.J. y Jack. Como si siempre hubieran formado equipo.

-Se pican el uno al otro. Es divertido observarlos.

  -Sí. Y, hablando de Jack, pensaba que iba a venir a echarte una mano con nuestro pequeño proyecto de redecoración.

  Cade puso una cucharadita de caviar sobre una tostada.

-Tenía que seguirle la pista a un fugitivo.

-¿Qué?

  -Un tipo que había violado la condicional. Jack tenía que ir en su busca. Me dijo que no tardaría mucho -Cade tragó y suspiró-. No sabe lo que se está perdiendo.

  -Le daré la oportunidad de averiguarlo -ella sonrió-. Todavía tengo planes para un par de habitaciones de arriba.

  Aquello le dio pie a Cade para sacar a relucir el asunto que lo preocupaba.

  -¿Sabes, Grace?, no sé si no te estarás precipitando un poco. Va a costar algún tiempo volver a poner en orden una casa tan grande. A Bailey y a mí nos gustaría que te quedaras en nuestra casa una temporada.

Su casa, pensó Grace. Ya era la casa de los dos.

-Aquí se puede vivir perfectamente, Cade. M.J. y yo estuvimos hablando de eso -continuó-. Jack y ella se van a ir a su apartamento. Ya va siendo hora de que todos volvamos a nuestras vidas de siempre.

  Pero M.J. no iba a estar sola, pensó Cade, y bebió pensativamente su cerveza.

  -Ahí fuera sigue habiendo alguien que maneja los hilos. Alguien que quiere las tres Estrellas.

  -Yo no las tengo -le recordó Grace-. No puedo apoderarme de ellas. No hay razón para que ahora se moleste conmigo.

  -No sé si la razón tiene algo que ver con esto, Grace. No me gusta que estés aquí sola.

  -Igual que un hermano -ella le dio un apretón en el brazo-. Mira, Cade, tengo un sistema de alarma nuevo, y estoy pensando en comprarme un perrazo enorme y feroz -iba a mencionar la pistola que guardaba en la mesita de noche, pero pensó que eso sólo aumentaría su preocupación-. No me pasará nada.

-¿Qué piensa Buchanan al respecto?

  -No se lo he preguntado. Se pasará por aquí luego. Así que no estaré sola.

Satisfecho con eso, Cade le dio una uva.

-Le tienes preocupado.

  Los labios de Grace se curvaron mientras se metía la uva en la boca.

-¿De veras?

  -No lo conozco muy bien, ni creo que nadie lo conozca. Es... Supongo que la palabra para describirlo sería «reservado». No demuestra lo que siente. Pero ayer, cuando me lo encontré en casa, después de que tú te fueras arriba, estaba allí parado, mirando hacia el lugar por el que te habías ido -Cade sonrió-. Había bajado la guardia y fue muy revelador. Seth Buchanan, un ser humano -hizo una mueca y apuró su cerveza-. Lo siento, no quería...

  -No importa. Sé exactamente lo que quieres decir. Tiene un dominio de sí mismo casi aterrador, y una especie de impenetrable aura de autoridad.

  -Tengo la impresión de que tú has conseguido abrir una brecha en su armadura. En mi opinión, eso era justamente lo que necesitaba. Tú eres lo que le hacía falta.

  -Espero que Seth crea lo mismo. Resulta que él también es lo que me hacía falta a mí. Estoy enamorada de él -con una media risa, sacudió la cabeza y bebió un sorbo de vino-. No puedo creer que te esté contando todo esto. Rara vez les cuento mis secretos a los hombres.

-Con los hermanos es distinto.

Ella le sonrió.

-Sí, es cierto.

-Espero que Seth se dé cuenta de la suerte que tiene.

-No creo que Seth crea en la suerte.

 

  Grace sospechaba también que Seth no creía en las tres Estrellas de Mitra. Ella, en cambio, había descubierto que sí creía. En muy poco tiempo, su mente se había abierto y su imaginación se había expandido, aceptando que aquellos diamantes poseían un poder mágico. Ella había caído bajo el influjo de ese poder, al igual que M.J. y Bailey y los hombres a los que ahora estaban unidas.

  Grace no dudaba que, quienquiera que ambicionase esa magia, ese poder, no se detendría ante nada. Daba igual que las piedras estuvieran en el museo. Aquel hombre seguirla ansiando poseerlas y haciendo planes para apoderarse de ellas. Pero ya no podía obtener los diamantes a través de ella. Esa parte del vínculo, pensó con alivio, se había roto. Ella estaba a salvo en su casa, y se acostumbraría a vivir de nuevo allí.

  Se vistió cuidadosamente con un largo vestido blanco de seda fina, haciendo aguas, que le dejaba los hombros desnudos y ondulaba alrededor de sus tobillos. Bajo la seda fluctuante llevaba sólo la piel perfumada.

  Se dejó el pelo suelto, sujeto a los lados de la cabeza por peinetas de plata, y se puso los pendientes de zafiros de su madre, que relucían como estrellas idénticas. Dejandose llevar por un impulso, se puso un grueso brazalete de plata en el antebrazo: un toque pagano.

  Al mirarse al espejo después de vestirse, sintió un extraiño sobresalto, como si pudiera ver en el cristal el leve espectro de otra persona mezclado con su imagen. Se sacudió aquella sensación echándose a reír, lo atribuyó a los nervios y se atareó ultimando los preparativos de la cena.

  Llenó de velas y flores las habitaciones que había rehecho y, sobre la mesa de debajo de la ventana que daba al jardín lateral, colocó la vajilla y la cristalería para una cena meticulosamente preparada para dos comensales.

  El champán estaba enfriándose, la música sonaba suavemente y la luz era tenue. Lo único que le hacía falta era su amante.

 

  Seth vio las velas en las ventanas cuando aparcó en la rampa. El cansancio que se había sumado a su sentimiento de insatisfacción le hizo frotarse los ojos secos en la penumbra del coche.

Había velas en las ventanas.

Se vio obligado a admitir que, por primera vez en su vida adulta, había perdido el dominio de sí mismo y de¡ mundo que lo rodeaba. Ciertamente, no tenía dominio alguno sobre la mujer que había encendido aquellas velas y que lo esperaba entre su luz suave y parpadeante.

Se había interesado por DeVane por puro instinto... y, en parte, ese instinto era territorial. Nada era más impropio de él. Quizá por eso se sentía ligeramente... ajeno a sí mismo. Descontrolado. Grace se había convertido en el centro, en el punto focal de su vida. ¿0 en una obsesión?

¿Acaso no estaba allí porque no podía mantenerse apartado de ella?

Se había puesto a indagar en el pasado de DeVane porque aquel hombre despertaba en él cierto mecanismo de defensa instintivo. Quizá fuera así como había empezado todo, se dijo, pero su intuición policial seguía siendo muy fina. DeVane no era trigo limpio. Y, con un poco más de tiempo, unas cuantas pesquisas más, conseguiría relacionar al embajador con las muertes que rodeaban los diamantes.

De no ser por su condición de diplomático, pensó Seth, ya tenía suficientes indicios para interrogarlo. DeVane era aficionado al coleccionismo y atesoraba las cosas más raras y preciosas. Con frecuencia, objetos rodeados de cierto halo de magia.

Además, el año anterior Gregor DeVane había financiado una expedición para buscar las legendarias Estrellas. Un arqueólogo rival las encontró primero, y el museo de Washington se apresuró a comprarlas. DeVane había invertido más de dos millones de dólares en la búsqueda, y las Estrellas se le habían escapado entre los dedos. Tres meses después del hallazgo, el arqueólogo rival había sufrido un trágico y fatal accidente en las selvas de Costa Rica.

Seth no creía en las coincidencias. El hombre que había impedido a DeVane hacerse con los diamantes estaba muerto. Y también, según había descubierto Seth, el jefe de la expedición organizada por DeVane.

No, Seth no creía en las coincidencias.

DeVane llevaba casi dos años viviendo de manera intermitente en Washington D.C., y nunca se había encontrado con Grace. De pronto, sin embargo, justo después de que ella se viera implicada en el asunto de los diamantes, aquel hombre no sólo se presentaba en las mismas reuniones sociales que ella, sino que además parecía interesado en conquistarla.

La vida, sencillamente, no era así de transparente.

Un poco más de tiempo, se prometió Seth, frotándose las sienes para disipar el dolor de cabeza. Encontraría un vínculo sólido que relacionara a DeVane y a los hermanos Salvini, al prestamista, a los matones de la furgoneta y a Carlo Monturri. Sólo necesitaba un eslabón, el resto de la cadena caería por su propio peso.

Pero, de momento, tenía que salir del agobiante coche, entrar y afrontar lo que estaba pasando en su vida privada. Dejando escapar una breve risa, se bajó del coche. Su vida privada. ¿No era acaso ése en parte el problema? Él nunca había tenido vida privada, no había podido permitírselo. Y de repente, unos días después de conocer a Grace, su vida privada amenazaba con engullirlo por entero.

También necesitaba tiempo para eso, se dijo. Tiempo para apartarse, para ganar distancia y echar una mirada más objetiva a lo que le estaba pasando. Había permitido que las cosas se precipitaran. Eso habría que arreglarlo. Un hombre que se enamoraba de la noche a la mañana no podía fiarse de sí mismo. Era hora de reafirmarse de nuevo en la lógica.

Grace y él eran diametralmente distintos: en cuestión de orígenes sociales, estilos de vida y nietas. La atracción física acababa diluyéndose o se estabilizaba. Ya se la imaginaba alejándose de él en cuanto la excitación inicial pasara. Se pondría inquieta, se impacientaría por las exigencias de su trabajo. Y él no estaba dispuesto ni era capaz de seguirla a través de aquel torbellino social que formaba hasta tal punto parte de su intrincada vida. Sin duda, Grace buscaría a otro hombre que pudiera hacerlo. Una mujer bella, llena de vitalidad, deseada y halagada a cada paso, no se contentaría con encender una vela en la ventana muchas noches seguidas.

Él les haría un favor a ambos si echaba el freno, si daba marcha atrás. Mientras alzaba la mano hacia la brillante aldaba de bronce, procuró no prestar oídos a la vocecilla burlona que, dentro de su cabeza, lo llamaba mentiroso y cobarde.

Ella se apresuró a contestar a su llamada como si estuviera esperándolo. Se quedó parada en el umbral, con la suave luz filtrándose a través de su largo vestido de seda blanca. La energía que irradiaba de ella, pura y pagana, dejó sin aliento a Seth.

A pesar de que él mantenía los brazos pegados a los costados, Grace se acercó a él y le arrancó el corazón con un beso de bienvenida.

-Me alegro de verte -Grace pasó los dedos por sus pómulos, bajo los ojos ensombrecidos-. Ha sido un día muy largo, teniente. Entra y relájate.

-No dispongo de mucho tiempo. Tengo trabajo -él esperó, observando el destello de desilusión de su mirada. Lo cual lo ayudaba a justificar lo que se disponía a hacer. Pero luego ella sonrió y lo tomó de la mano.

-Bueno, no perdamos el poco tiempo que tienes quedándonos aquí parados. No has cenado, ¿verdad?

¿Por qué no le preguntaba ella por qué no podía quedarse?, se preguntó Seth, irritado sin razón aparente. ¿Por qué no se quejaba?

-No.

-Bien. Siéntate y toma una copa. ¿Puedes tomar una copa o estás de servicio? -ella entró en el cuarto de estar y sacó el champán de la cubitera plateada-. Supongo que, en todo caso, no importa que tomes una copita. Yo no se lo voy a decir a nadie -descorchó la botella hábilmente, produciendo un ruido amortiguado y festivo-. Acabo de sacar los canapés, así que sírvete -señaló la bandeja de plata que había sobre la mesita baja antes de alejarse con un suave frufrú de seda para servir dos copas-. Dime qué te parece. He dejado agotado al pobre Cade moviendo las cosas de un lado a otro, pero quería tener listo el cuarto de estar cuanto antes.

La habitación parecía salida de las páginas de una revista de papel cuché. Nada estaba fuera de su sitio, todo era bonito y reluciente. Los colores vivos se mezclaban con el blanco y el negro, con refinados adornos y cuadros que parecían haber sido elegidos con extremo cuidado y prolongada dedicación. Sin embargo, Grace lo había arreglado todo en cuestión de días... o, mejor dicho, de horas. En eso, supuso Seth, se notaba el poder de la riqueza y el buen gusto.

Aun así, la habitación no parecía rígida o fría. Parecía acogedora y cálida. Superficies suaves, bordes suaves, con detalles propios de Grace por todas partes: botellas antiguas de colores, un gato de porcelana acurrucado sobre una alfombra, un exuberante helecho en un macetero de cobre ... Y flores y velas.

Seth alzó la mirada y vio la barandilla de madera pulida que flanqueaba el descansillo de arriba.

-Veo que la has hecho reparar.

«Algo va mal», pensó ella mientras se acercaba para darle su copa.

-Sí, quería que lo hicieran cuanto antes. Eso, e instalar el nuevo sistema de alarma. Creo que te gustará.

-Puedo echarle un vistazo, si quieres.

-Preferiría que te relajaras mientras puedes. ¿Qué te parece si traigo la cena?

-¿Has cocinado tú?

Ella se echó a reír.

-Yo no te haría eso. Pero soy una experta encargando cenas... y presentándolas. Intenta relajarte un poco. Enseguida vuelvo.

Mientras ella salía, Seth miró la bandeja. Un cuenco de plata Heno de reluciente caviar negro, pequeños y elegantes bocaditos para comer con los dedos. Seth les volvió la espalda y, llevando su copa, se acercó al retrato de Grace.

Cuando ella volvió, empujando un carrito antiguo, él seguía mirando su rostro pintado.

-Estaba enamorado de ti, ¿verdad? El pintor.

Grace dejó escapar un suspiro cauteloso al advertir la frialdad de su tono.

-Sí, en efecto. Sabía que yo no le correspondía. A menudo deseé que fuera de otro modo. Charles es uno de los hombres más buenos y amables que conozco.

-¿Te acostabas con él?

Un escalofrío recorrió la espalda de Grace. Sin embargo, sus manos se mantuvieron firmes cuando puso los platos sobre la mesa adornada con velas y flores.

-No, no habría sido justo. Él me importaba demasiado.

-Y prefieres acostarse con hombres que no te importan.

Grace comprendió de pronto que había sido una ingenua. Qué estúpida, no haberse dado cuenta de lo que iba a pasar.

-No, pero no me acuesto con hombres a los que pueda hacer daño. A Charles le habría hecho sufrir si hubiera sido su amante, así que preferí ser su amiga.

-¿Y las esposas? -él se volvió lentamente y observó con los ojos entornados a la mujer de carne y hueso-. Como la de ese conde con el que te liaste. ¿A ella no te importaba hacerle daño?

Grace tomó de nuevo su vino y ladeó cautelosamente la cabeza. Nunca se había acostado con el conde al que se refería Seth, ni con ningún otro hombre casado. Pero nunca se había molestado en rebatir las habladurías. Y no pensaba hacerlo ahora.

-¿Por qué iba a hacerlo? Yo no estaba casada con ella.

-¿Y el tipo que intentó matarse cuando rompiste vuestro compromiso?

Ella se llevó la copa a los labios y tragó un sorbo de vino que le arañó la garganta como fragmentos de cristal.

-Eso fue muy dramático por su parte, ¿no te parece? Me parece que no estás de humor para ensalada César y entrecot Diane, ¿verdad, teniente? La buena comida no sienta bien durante un interrogatorio.

-Nadie te está interrogando, Grace.

-Oh, desde luego que sí. Pero has olvidado leerme mis derechos.

El gélido enojo de Grace ayudó a Seth a justificar su ira. No se trataba de los hombres. Seth sabía que no era la cuestión de los hombres, que tan calculadoramente le había echado en cara a Grace, lo que lo sacaba de quicio. Era el hecho de que no le importaban, de que, por alguna razón, nada parecía importarle, salvo ella.

-Es extraño que te moleste tanto contestar a preguntas acerca de ciertos hombres, Grace. Nunca te has molestado en ocultar tus... antecedentes.

-Esperaba algo más de ti -dijo ella en voz tan baja que él apenas la oyó. Luego movió la cabeza de un lado a otro y sonrió con frialdad-. He sido una tonta. No, nunca me he molestado en ocultar nada..., a menos que me importara. Esos hombres no me importaban, en su mayor parte. ¿Quieres que te diga que tú eres distinto? ¿Me creerías si te lo dijera?

Seth temía que sí. Le aterrorizaba pensarlo.

-No es necesario. Hemos ido demasiado deprisa, Grace. No me siento a gusto así.

-Entiendo. Quieres echar el freno -dejó a un lado la copa, sabiendo que pronto empezaría a temblarle la mano-. Parece que has dado un par de pasos de gigante mientras yo no miraba. Es cierto, debería haber jugado a ese juego de niña. Así estaría más preparada para lo inesperado

-Esto no es un juego.

-No, supongo que no -ella tenía su orgullo, pero también tenía corazón. Y quería saber qué estaba pasando-. ¿Cómo has podido hacer el amor conmigo así esta mañana, Seth, y comportarte así esta noche? ¿Cómo puedes haberme tocado como lo has hecho, como no lo había hecho nadie antes, y hacerme ahora tanto daño?

Seth comprendió que ello se debía al sentimiento que se había apoderado de él esa mañana. A la indefensión de su deseo.

-No pretendo hacerte daño.

-No, y eso sólo empeora las cosas. Nos estás haciendo a los dos un favor, ¿no es eso? ¿No es ésa la conclusión a la que has llegado? Romper antes de que las cosas se compliquen. Demasiado tarde -se le quebró la voz, pero logró rehacerse de nuevo-.Ya se han complicado.

-Maldita sea -Seth dio un paso hacia ella, pero se detuvo en seco cuando Grace echó la cabeza hacia atrás y fijó en él sus ardientes ojos azules.

-Ni se te ocurra tocarme teniendo todavía esas ideas en la cabeza. Tú sigue tu pulcro camino, teniente, que yo seguiré el mío. Yo no soy partidaria de echar el freno. O sigue adelante uno o se para por completo -furiosa consigo misma, alzó una mano para limpiarse una lágrima de la mejilla-.Y, según parece, nosotros nos hemos parado.

 

Seth permanecía inmóvil, preguntándose qué demonios estaba haciendo. Allí estaba la mujer que amaba y que, por un inesperado giro del destino, tal vez le correspondía. Tenía la oportunidad de vivir esa vida que nunca se había permitido: una familia, un hogar, una mujer... Estaba rechazando todas aquellas cosas con las dos manos, pero no parecía poder detenerse.

-Grace.... quiero que nos demos un poco de tiempo para pensar lo que estamos haciendo, adónde nos lleva esto.

-No, no es cierto -ella se apartó el pelo echando la cabeza hacia atrás con determinación-. ¿Crees que porque sólo hace unos días que te conozco no sé cómo funciona tu cabeza? He compartido más cosas contigo que con ningún otro hombre en toda mi vida. Te conozco -respiró hondo, temblorosa-. Lo que quieres es tomar de nuevo el timón, volver a sentir el botón de control bajo tu dedo. Todo esto se te ha escapado de las manos, y no puedes permitir que eso suceda.

-Puede que sea verdad -lo era, en realidad, se dijo Seth-. Pero eso no cambia nada. Estoy en medio de una investigación, y no estoy siendo todo lo objetivo que debería ser porque me he liado contigo. Cuando acabe...

-¿Cuando acabe, qué? -preguntó ella-. ¿Lo retornaremos donde lo habíamos dejado? No creo, teniente. ¿Qué pasará cuando estés en medio de otra investigación? ¿Y luego de la siguiente? ¿Te parezco alguien capaz de esperar hasta que tengas tiempo y ganas de continuar una relación intermitente conmigo?

-No -Seth irguió la espalda-. Soy policía. Mi trabajo es lo primero.

-No creo que te haya pedido nunca que eso cambie. En realidad, tu dedicación a tu trabajo me parece admirable, atractiva, incluso heroica -Grace esbozó una sonrisa breve y fina-. Pero eso es irrelevante, lo mismo que esta conversación -dio media vuelta y tomó de nuevo su vino-.Ya conoces la salida.

No, ella nunca le había pedido que cambiara nada. Nunca había cuestionado su trabajo. ¿Qué demonios había hecho?, se preguntaba Seth.

-Esto hay que hablarlo...

-Ése es tu estilo, no el mío. ¿De veras crees que puedes quedarte aquí, en mi casa ... ? -su voz comenzó a hacerse más chillona-. ¿En mi casa, dejarme plantada y esperar que mantengamos una conversación civilizada? Quiero que te vayas -dejó la copa sobre la mesa, derramando el vino-. Ahora mismo.

¿De dónde había salido aquel miedo?, se dijo Seth. Su busca empezó a sonar, pero no le hizo caso.

-No vamos a dejarlo así.

-Vamos a dejarlo exactamente así -puntualizó ella-. ¿Crees que soy estúpida? ¿Crees que no sé que has entrado aquí esta noche buscando pelea para que las cosas acabaran así? ¿Crees que no sé que, por más que te dé, tú intentas mantenerte alejado de mí y lo cuestionas, lo analizas y lo diseccionas todo? Pues analiza esto también. Estaba dispuesta a darte más, todo lo que me pidieras. Ahora ya puedes pasarte el resto de tu vida preguntándote qué has perdido esta noche -mientras el busca sonaba de nuevo, Grace pasó al lado de Seth y abrió la puerta de entrada-. Tendrás que contestar a la llamada del deber en otra parte, teniente.

Seth se acercó a ella, pero, a pesar de que deseaba tenderle los brazos, resistió la necesidad de hacerlo.

-Cuando acabe con esto, volveré.

-No serás bienvenido.

Seth sintió que se acercaba a una línea que nunca antes había cruzado.

-Eso no importa. Volveré.

Ella no dijo nada. Se limitó a cerrarle la puerta en las narices y a echar el cerrojo con un golpe seco y audible. Se apoyó contra la puerta, respirando con dificultad mientras la invadía el dolor. Era peor ahora que la puerta se había cerrado, ahora que le había dejado fuera de su vida. Las velas seguían ardiendo y las flores permanecían abiertas.

Comprendió que, todos los pasos que había dado ese día y el anterior, hasta el momento en que, al entrar en su casa viera bajar a Seth por las escaleras, hacia ella, la habían conducido a aquel instante de ciego sufrimiento.

Había sido incapaz de detenerse, pensó, de cambiar lo que era, lo que había sucedido antes o lo que vendría después. Sólo los tontos creían que controlaban su destino, como ella había creído una vez que controlaba el suyo

Había sido una necia por permitirse aquellas patéticas fantasías, aquellos sueños en los que Seth y ella se pertenecían el uno al otro, en los que compartían sus vidas, un hogar y unos hijos. Había creído que sólo estaba esperando a que Seth hiciera realidad anhelos que siempre escapaban de sus manos.

El poder místico de las piedras, pensó con una media risa. Amor, conocimiento, generosidad. Su hechizo había sido cruel con ella al mostrarle un atisbo turbador de todos sus deseos para arrancárselos luego y dejarla sola.

Cerró los ojos al oír que llamaban a la puerta. Cómo se atrevía a volver, pensó. Cómo se atrevía, después de ,aplastar todos sus sueños, sus esperanzas, sus necesidades. Y cómo osaba ella seguir enamorada de él a pesar de todo.

Pues no la vería llorar, se prometió a sí misma, y se irguió, pasándose las manos por las mejillas mojadas. No la vería arrastrarse. No la vería en absoluto, porque no le dejaría entrar.

Se dirigió resueltamente hacia el teléfono. A Seth no le haría ninguna gracia que llamara a la policía e informara de la presencia de un intruso en su casa, pensó. Le estaría bien empleado. Levantó el teléfono en el momento en que un ruido de cristales rotos la hizo volverse hacia las puertas de la terraza.

Le dio tiempo a ver que un individuo entraba por ellas y a oír cómo empezaba a pitar la alarma. Incluso tuvo tiempo de forcejear cuando unos gruesos brazos la rodearon. Luego sintió un paño sobre su cara y un ¡ntenso olor a cloroformo.

Y sólo tuvo tiempo de pensar en Seth antes de que el mundo girara y se volviera negro.

 

Seth estaba apenas a seis kilómetros de la casa cuando recibió otra llamada. Descolgó su teléfono y gruñó:

-Buchanan.

-Teniente, soy el detective Marshall otra vez. Acabo de enterarme de que ha llegado aviso de una alarma. Un supuesto robo en el 2918 de East Lark Lane, Potomac.

-¿Qué? -por un instante, su mente quedó en blanco-. ¿Grace?

-Reconocí la dirección por el caso de homicidio. Su sistema de alarma se ha disparado y no contesta a las llamadas de comprobación.

-Estoy a cinco minutos de allí -ya estaba dando media vuelta, haciendo chirriar los neumáticos-. Avise a los dos coches patrulla más cercanos. Inmediatamente.

-Ya estoy en ello.Teniente...

Pero Seth ya había tirado a un lado el teléfono.

El sistema de alarma era nuevo, se dijo, procurando calmarse y pensar con claridad. Los sistemas nuevos a menudo fallaban.

Grace estaba enfadada, no contestaba al teléfono, hacía caso omiso de aquel alboroto. Sería muy propio de ella. Seguramente estaría sirviéndose otra copa de champán, en actitud desafiante, maldiciéndolo a él. Tal vez incluso hubiera hecho saltar ella misma el sistema de alarma, sólo para que él volviera a toda prisa con el corazón en un puño. Sería muy propio de ella.

Pero eso tampoco era cierto, se dijo Seth mientras derrapaba al doblar una esquina. No era propio de ella en absoluto.

Las velas ardían aún en las ventanas. Seth intentó tranquilizarse pensando en eso mientras frenaba en la rampa de la casa y salía a todo correr del coche. La cena todavía estaría caliente, la música seguiría sonando, y Grace estaría allí, de pie bajo su retrato, furiosa con él.

Golpeó salvajemente la puerta antes de lograr refrenarse. Ella no contestaría. Estaba demasiado enfadada para contestar. Cuando el primer coche patrulla aparcó, Seth se volvió y mostró su placa.

-Revisen el lado este -ordenó-.Yo iré por el oeste.

Dio media vuelta y se dirigió al lateral de la casa. Advirtió el fulgor del agua azul de la piscina a la luz de la luna, y de pronto se filtró en su cabeza la idea de que nunca la habían usado juntos, nunca se habían deslizado en el agua fresca desnudos. Entonces vio los cristales rotos. Y el corazón, sencillamente, se le paró. Sacó el arma y cruzó la cristalera rota sin pensar en el procedimiento. Alguien estaba gritando el nombre de Grace corriendo de habitación en habitación, poseído por un pánico ciego. No podía ser él. Y, sin embargo, se halló de pronto en las escaleras, jadeante, frío como el hielo, aturdido por el miedo, observando a un policía que se agachaba para recoger un trapo.

-Huele a cloroformo, teniente -el agente vaciló, dio un paso hacia el hombre que se aferraba a la barandilla-. ¿Teniente?

Seth no podía hablar. Había perdido la voz. Su mirada borrosa se movió, posándose en el rostro del retrato. Lentamente, con gran esfuerzo, logró ampliar su visión y ponerse de nuevo la máscara de la serenidad.

-Registren la casa. Palmo a palmo -sus ojos se fijaron en el otro agente-. Pidan refuerzos. Enseguida. Luego revisen el jardín. Muévanse.

 

Grace volvió en sí lentamente, sintiendo una oleada de náuseas y un espantoso dolor de cabeza. Una pesadilla de oscuros márgenes volaba en círculos, como un buitre que esperara pacientemente lanzarse sobre ella. Cerró los Ojos con fuerza, giró la cabeza sobre la almohada y abrió con cautela los párpados.

¿Dónde estaba? La pregunta era absurda, estúpida. «No es mi habitación», pensó, y luchó por disipar la neblina que todavía enturbiaba su cerebro.

Sentía el roce del raso bajo la mejilla. Conocía su tacto fresco y resbaladizo. Raso blanco, como el vestido de una novia. Llena de perplejidad, pasó la mano por la gruesa y lujosa colcha de la enorme cama endoselada.

Olía a jazmines, a rosas, a vainilla. Todos ellos olores blancos, olores frescos y blancos. Las paredes de la habitación eran de color marfil y tenían una pátina sedosa. Por un instante, pensó que estaba en un ataúd, en un enorme y extraño ataúd, y su corazón empezó a latir más fuerte.

Se incorporó, casi temiendo que su cabeza chocara con la tapa y se hallara de pronto gritando y arañando, intentando liberarse. Pero no había nada, sólo el aire fragante, y Grace respiró hondo, temblorosa.

Ahora se acordaba: el cristal roto, aquel individuo fornido vestido de negro, sus gruesos brazos... Sintiéndose al borde del pánico, se obligó a respirar hondo varias veces. Con cuidado, boicoteada por el aturdimiento, pasó las piernas por encima del borde de la cama hasta que sus pies se hundieron en una gruesa y virginal alfombra blanca. Se tambaleó, le dieron arcadas, pero logró apoyar los pies con firmeza sobre aquel mar blanco, hasta llegar a la puerta.

Al ver que el picaporte se resistía, sintió que el miedo le aflojaba los miembros. Su respiración se hizo trabajosa mientras tiraba del pomo de cristal tallado. Luego se dio la vuelta, se apoyó contra la puerta y se obligó a inspeccionar lo que ahora comprendía era su prisión.

Blanco sobre blanco cegador. Una hermosa butaca reina Ana, tapizada en brocado blanco, finísimas cortinas de encaje que colgaban como fantasmas, montones de almohadones blancos sobre un diván curvo y blanco. Los rebordes dorados realzaban aquella avalancha de blanco, y los elegantes muebles de madera clara se asfixiaban bajo aquella nevada.

Se acercó primero a las ventanas y se estremeció al ver las rejas, los fragmentos de noche más allá de ellas, plateados por la luna. No veía nada familiar: una amplia v ondulada pradera de césped, flores y arbustos meticulosamente plantados, altos árboles que servían de escudo.

Al girarse vio otra puerta, se precipitó hacia ella y estuvo a punto de echarse a llorar al ver que el pomo giraba sin dificultad. Pero más allá había una lustrosa bañera de azulejos blancos, y las ventanas de cristal esmerilado también tenían rejas. Una claraboya inclinada se alzaba a unos cinco metros del suelo. Y en la larga y reluciente encimera había frascos, botellas, cremas, polvos... Las cosas que le gustaban, los perfumes, las lociones... El estómago se le hizo un nudo.

Secuestro, se dijo. Era un secuestro, alguien que creía que su familia pagaría por recuperarla a salvo.

Pero sabía que no era cierto.

Las Estrellas. Se apoyó, abatida, contra la jamba de la puerta, y apretó los labios para sofocar un gemido. Se la habían llevado por culpa de las Estrellas. Ellas eran el rescate.

Le temblaron las piernas al darse la vuelta y procuró calmarse, pensar con claridad. Tenía que haber una salida. Siempre la había.

Su alarma había saltado, recordó. Seth no podía haber estado muy lejos. ¿Habría recibido el aviso? ¿Habría vuelto? Poco importaba. Sin duda lo habría recibido enseguida. Fuera lo que fuese lo que había pasado entre ellos, Seth haría cuanto estuviera en su mano para encontrarla. Aunque sólo fuera porque era su deber.

Entretanto, estaba sola. Pero eso no significaba que estuviera indefensa. Dio dos pasos hacia atrás, tambaleándose, cuando la cerradura de la puerta chasqueó. Se obligó a detenerse y se irguió. La puerta se abrió y entraron dos hombres. A uno lo reconoció enseguida como su secuestrador. El otro era más bajo y enjuto y vestía un traje negro muy formal. Su expresión era tan dura como una roca.

-Señorita Fontaine -dijo con cultivado acento británico-. Haga el favor de acompañarme.

Un mayordomo, pensó Grace, y tuvo que tragarse una burbuja de histeria. Conocía muy bien aquel tipo de cosas, y asumió una expresión al mismo tiempo divertida y enojada.

-¿Por qué?

-El señor quiere verla.

Al ver que no se movía, el más grande de los dos se adelantó y, cerniéndose sobre ella, señaló la puerta con el pulgar.

-Qué encantador -di o ella secamente. Dio un paso adelante, calculando lo rápido que tendría que moverse. El mayordomo inclinó la cabeza suavemente.

-Está usted en el tercer piso -le dijo-. Aunque pudiera llegar a la primera planta usted sola, hay guardias. Flan recibido órdenes de no hacerle daño, a menos que sea inevitable. Si me permite, le aconsejo que no corra ese riesgo.

Se arriesgaría a eso, pensó ella, y a mucho más. Pero ¡lo hasta que hubiera tenido al menos una oportunidad de salirse con la suya. Sin apenas mirar al hombre que permanecía a su lado, siguió al mayordomo fuera de la habitación y a lo largo de un corredor suavemente iluminado.

La casa era vieja, pensó, pero había sido bellamente restaurada. Tenía al menos tres plantas, de modo que era grande. Un vistazo a su reloj la convenció de que había pasado menos de dos horas bajo los efectos del cloroformo. Tiempo de sobra para recorrer una larga distancia en coche.

Sin embargo, el paisaje que se divisaba a través de los barrotes no parecía campestre. Había visto luces, luces de ciudad, casas a través de los árboles. Un barrio, decidió. Pico y exclusivo, pero un barrio.

Donde había casas, había gente. Y donde había gente, había ayuda.

Fue conducida hacia los pisos inferiores por una amplia y curva escalera de roble pulimentado. Y vio al guardia en el descansillo, con la pistola enfundada, pero visible.

Más abajo había otro pasillo. Antigüedades, cuadros, obras de arte. Reconoció un Monet en la pared, un jarrón de porcelana de la dinastía Han en una peana, una cabeza de terracota Nok de Nigeria.

Su anfitrión, pensó, tenía un gusto excelente y ecléctico. Los tesoros que vela, pequeños y grandes, abarcaban siglos y continentes. Un coleccionista, se dijo sintiendo un escalofrío. Ahora la tenía a ella y esperaba canjearla por las tres Estrellas de Mitra.

Con lo que a Grace le pareció una formalidad fuera de lugar, dadas las circunstancias, el mayordomo se acercó a unas puertas dobles muy altas, las abrió y se dobló levemente por la cintura.

-La señorita Grace Fontaine.

No viendo otra alternativa inmediata, ella cruzó las puertas abiertas y entró en un enorme comedor cuyo techo estaba decorado con frescos e iluminado por tres resplandecientes lámparas de araña. Observó la larga mesa de caoba, los candelabros georgianos alegremente encendidos y espaciados a intervalos precisos a lo largo de la mesa, y fijó su mirada en el individuo que, puesto en pie, le dirigía una sonrisa encantadora.

El asombro y el miedo se superpusieron, solapándose.

-Gregor...

-Grace -muy elegante con su esmoquin adornado con diamantes, él se acercó a ella y tomó su mano entumecida-. Es un placer verte otra vez -la tomó del brazo y le dio una afectuosa palmada-. Creo que no has cenado.

 

Seth sabía dónde estaba ella. No tenía ninguna duda, pero tuvo que reprimir el deseo impulsivo de correr a la elegante mansión de Washington y destrozarla con sus propias manos, él solo.

Podía conseguir que la mataran.

Estaba seguro de que el embajador Gregor DeVane había matado antes.

La llamada que había interrumpido su escena con Grace le había confirmado que otra mujer que antaño había estado relacionada con el embajador, una bella científica alemana, había sido encontrada muerta en su casa de Berlín, al parecer víctima de un robo.

La difunta era una antropóloga muy interesada en el culto a Mitra. El año anterior, había mantenido una relación amorosa con Gregor DeVane durante seis meses. Eras su muerte, no habían podido encontrarse sus notas de estudio acerca de las tres Estrellas de Mitra.

Seth sabía que DeVane era el responsable, lo mismo que sabía que era él quien había secuestrado a Grace. Pero no podía demostrarlo, y no tenía muchas posibilidades de convencer a un juez para que expidiera una orden de registro contra la casa de un embajador extranjero.

Una vez más, se hallaba parado en el cuarto de estar de Grace. Una vez más, miraba fijamente su retrato, imaginándosela muerta. Pero, esta vez, no pensaba como policía.

Se volvió al sentir acercarse a Mick Marshall.

-Aquí no encontraremos nada que lo relacione con el caso. Dentro de doce horas, los diamantes le serán entregados al museo. Ese hombre va a usarla para asegurarse de que eso no ocurra. Tengo que impedírselo.

Mick alzó la mirada hacia el retrato.

-¿Qué necesita?

-Nada. Nada de policías.

-Teniente... Seth, si tienes razón y la tiene ese hombre, no podrás sacarla solo. Tienes que organizar un equipo. Necesitas un negociador.

-No hay tiempo. Los dos lo sabemos -sus ojos ya no eran planos y fríos, no eran los ojos de un poli. Estaban llenos de tormentosa pasión-. La matará -su corazón estaba recubierto por una pátina de hielo, pero latía con fiero calor-. Ella es muy lista. Hará lo que sea necesario para mantenerse con vida, pero, si comete algún error, él la matará. No necesito un perfil psiquiátrico para entender cómo funciona la mente de ese tipo. Es un sociópata obsesionado con complejo de dios. Quiere esos diamantes y lo que cree que representan. Ahora quiere a Grace, pero, si ella no sirve a sus propósitos, acabará como las otras. Eso no va a ocurrir, Mick.

Se metió la mano en el bolsillo, sacó la placa y se la tendió. Esta vez no actuaría conforme a las normas, no podía permitirse respetar las reglas.

-Guárdamela, no la pierdas. Puede que quiera recuperarla.

-Vas a necesitar ayuda -insistió Mick-.Te harán falta hombres.

-Nada de polis -repitió Seth, y puso la placa sobre la mano reticente de Mick-. Esta vez, no.

-No puedes ir solo. Es un suicidio, profesional y literalmente.

Seth lanzó una mirada al retrato.

-No estaré solo.

 

No temblaría, se dijo Grace. No dejaría que él viera lo asustada que estaba. Por el contrario, se apartó el pelo del hombro con gesto despreocupado.

-¿Siempre haces que secuestren y droguen a tus invitados, Gregor?

-Has de perdonar esa torpeza -apartó cortésmente una silla para ella-. Era necesario actuar deprisa. Confio en que no estés sufriendo efectos secundarios.

-No, aparte de un tremendo enojo -ella se sentó y paseó la mirada por el plato de champiñones marinados que un sigiloso sirviente le puso delante. Recordó dolorosamente la bulliciosa comida en casa de Cade-.Y de la pérdida de apetito.

-Oh, debes al menos probar la comida -él se sentó a la cabecera de la mesa y tomó su tenedor. Era pesado, de oro, y en otro tiempo se había deslizado entre los labios de un emperador-. Me he tomado muchas molestias para que prepararan tus platos favoritos -su sonrisa seguía siendo encantadora, pero sus ojos se tornaron fríos-. Come, Grace. Detesto que se desperdicien las cosas.

-Dado que te has tomado tantas molestias... -ella se obligó a probar un bocado, intentando que no le temblara la mano y que su estómago no se revolviera.

-Espero que tu habitación sea cómoda. He tenido que ordenar que la preparasen con mucho apresuramiento. Encontrarás ropas adecuadas en el armario y en la cómoda. Sólo tienes que pedirlo, si deseas algo más.

-Preferiría que no hubiera rejas en las ventanas, ni cerrojos en las puertas.

-Precauciones temporales, te doy mi palabra. Una vez te sientas a gusto aquí... -su mano cubrió la de Grace y la apretó con ferocidad cuando ella intentó apartar la suya-... y deseo enormemente que así sea, esas medidas no serán necesarias.

Ella no hizo ningún gesto mientras él le estrujaba la mano. Cuando dejó de resistirse, los dedos de DeVane se aflojaron, la acariciaron una vez y se retiraron.

-¿Y cuánto tiempo piensas retenerme aquí?

Él sonrió, tomó la copa de vino de Grace y la tendió hacia ella.

-Toda la eternidad. Tú y yo, Grace, estamos destinados a compartir la eternidad.

Por debajo de la mesa, la mano dolorida de Grace tembló y empezó a ponerse pegajosa por el sudor.

-Eso es mucho tiempo -empezó a dejar su copa sobre la mesa sin haber bebido, pero, advirtiendo el destello de ira de la mirada de DeVane, bebió un sorbo-. Me siento halagada, pero confusa.

-Es absurdo que finjas no entender lo que pasa, Grace. Tú tuviste la Estrella en tu mano. Sobreviviste a la muerte y viniste a mí. He visto tu rostro en tus sueños.

-Sí -ella sentía cómo se le iba retirando poco a poco la sangre, como si escapara de sus venas. Mirándolo a los ojos, recordó sus pesadillas: una sombra en el bosque. Observándola-. Yo también te he visto a ti en los míos.

-Tú me traerás las Estrellas, Grace, y su poder. Ahora comprendo por qué he fracasado. Cada paso que he dado ha sido sólo uno más en el camino que nos ha traído hasta aquí. juntos poseeremos las Estrellas. Y tú serás mía. No te preocupes -dijo al ver que ella daba un respingo-. Vendrás a mí por tu propia voluntad, como una novia. Pero mi paciencia tiene un límite. La belleza es mi debilidad -continuó, y pasó la punta de un dedo por el brazo desnudo de Grace, jugueteando distraídamente con el grueso brazalete de plata-.Y la perfección es mi mayor deleite. Tú, querida, posees ambas cosas. Naturalmente, no tendrás alternativa, en caso de que se me agote la paciencia. Mi servicio está... muy bien adiestrado.

El miedo era un destello brillante y gélido, pero la voz de Grace sonó firme e impregnada de asco.

-¿Y se mostrará ciego y sordo ante una violación?

-No me gusta esa palabra durante la cena -él se encogió levemente de hombros e hizo una seña para que les sirvieran el siguiente plato-. Una mujer con tus apetitos pronto tendrá hambre. Y, con tu inteligencia, sin duda comprenderás la conveniencia de un compromiso amigable.

-No es sexo lo que quieres, Gregor -ella no soportaba mirar el tierno salmón rosa que había en su plato-. Es obediencia. Y a mí se me da fatal ser obediente.

-No me has entendido -él pinchó un trozo de salmón y comió con delectación-. Pretendo convertirte en una diosa que no tenga que rendir cuentas ante nadie. Y lo tendré todo. Ningún mortal se interpondrá entre nosotros -sonrió de nuevo-.Y menos aún el teniente Buchanan. Ese hombre se está volviendo una molestia. Husmea en mis asuntos, donde no tiene derecho a husmear. Lo he visto... -la voz de DeVane se convirtió en un susurro en el que se percibía un atisbo de temor-. De noche. En mis sueños. Vuelve. Siempre vuelve. No importa cuántas veces lo mate -sus ojos se aclararon y bebió un sorbo de vino de color oro fundido-. Ahora está removiendo viejos asuntos y buscando otros nuevos.

Grace podía sentir el latido del miedo en el pulso de su garganta, en sus muñecas, en sus sienes.

-Empezará a buscarme muy pronto.

-Seguramente. Me ocuparé de él cuando llegue el momento, si llega. Podría haber sido esta misma noche, si no te hubiera dejado tan repentinamente. Oh, ya he pensado qué se hará con el teniente. Pero prefiero esperar a tener las Estrellas en mi poder. Es posible... -DeVane tomó pensativamente su servilleta y se limpió los labios-. Puede que le perdone la vida una vez tenga lo que me pertenece. Si tú lo deseas. Yo puedo ser magnánimo... en determinadas circunstancias.

Ella tenía el corazón en la garganta, constriñéndola, ahogándola.

-Si hago lo que quieres, ¿le dejarás en paz?

-Es posible. Ya lo discutiremos. Pero me temo que he desarrollado una aversión palpable por ese hombre. Y todavía estoy enojado contigo, querida Grace, por rechazar mi invitación a causa de un hombre tan sumamente vulgar.

Ella no vaciló, no podía permitírselo. Su mente giraba en un torbellino, atemorizada por Seth. Hizo que sus labios se curvaran suavemente.

-Gregor, perdóname por eso. Me quedé tan... desilusionada porque no insistieras más... A una, a fin de cuentas, le gusta que la cortejen con mayor determinación.

-Yo no cortejo. Yo tomo lo que deseo.

-Eso salta a la vista -ella hizo un mohín-. Ha sido terrible por tu parte tratarme de esa manera y darme un susto de muerte. Puede que no te perdone por ello.

-Ten cuidado con tus juegos -su voz sonaba baja y amenazadora, pero también, pensó Grace, interesada-. Yo no soy ningún crío.

-No -ella le pasó la mano por la mejilla antes de levantarse-. Pero la madurez tiene tantas ventajas... -sentía flojas las piernas, pero aun así recorrió despacio la habitación abovedada, lanzando rápidas miradas a las ventanas y las puertas. Buscando una salida-. Tienes una casa preciosa. Tantos tesoros... -ladeó la cabeza, confiando en que el desafío que se disponía a lanzarle mereciera la pena-. Me encantan las... cosas. Pero te advierto, Gregor, que no seré el juguetito de ningún hombre -se acercó lentamente a él, pasándose la punta de un dedo por el cuello, entre sus pechos, mientras la seda de su vestido susurraba a su alrededor-.Y, cuando me acorralan, araño -apoyó seductoramente una mano sobre la mesa y se inclinó hacia él-. ¿Me deseas? -jadeó, ronroneando mientras miraba los ojos enturbiados de DeVane y deslizaba los dedos hacia el cuchillo de su plato-. ¿Quieres tocarme? ¿Poseerme? -sus dedos se cerraron sobre el mango con fuerza-. Ni en toda la eternidad -dijo al tiempo que le asestaba una puñalada rápida y desesperada.

Pero él se movió para atraerla hacia sí, y el cuchillo se hundió en el hombro en vez de en su corazón. Ella se giró mientras él dejaba escapar un grito de dolor y rabia. Agarrando una de las pesadas sillas, la estrelló contra un ventanal, provocando una lluvia de cristales. Pero, al saltar hacia delante, unos brazos la agarraron con fuerza desde atrás.

Grace se resistió con todas sus fuerzas, jadeando. La seda de su vestido se rasgó. Luego, se quedó paralizada cuando el cuchillo que había usado se apretó contra su garganta. No se molestó en luchar contra los brazos que la sujetaban mientras DeVane acercaba la cara a la suya. La ira enloquecía los Ojos del embajador.

-Podría matarte por esto. Pero sería demasiado poco y demasiado rápido. Estaba dispuesto a convertirte en mi igual. Habría compartido eso contigo. Ahora, tomaré de ti lo que se me antoje. Hasta que me canse de ti.

-Nunca conseguirás las Estrellas -dijo ella con firmeza-. Ni a Seth.

-Tendré exactamente lo que se me antoje. Y tú me ayudarás a conseguirlo.

Ella se disponía a sacudir la cabeza, pero dio un respingo al sentir que la punta del cuchillo se clavaba en su cuello.

-No haré nada para ayudarte.

-Oh, claro que sí. Si no haces exactamente lo que te diga, levantaré el teléfono. Con una sola palabra mía, Bailey James y M.J. O'Leary morirán esta noche. Con una sola palabra -DeVane advirtió el miedo febril que apareció en los ojos de Grace, el terror indefenso que llevaba acompañándola toda la vida-. Hay hombres que sólo esperan que pronuncie esa palabra. Si lo hago, habrá una terrible y trágica explosión en casa de Cade Parris, esta noche. Otra en un pequeño bar de barrio, justo antes del cierre. Y, como colofón, una tercera explosión destruir el hogar del teniente Buchanan y a su único ocupante. Su destino está en tus manos, Grace. Tú decides.

Ella deseó decirle que mentía, que aquello no era más que un farol, pero, al mirarlo a los ojos, comprendió que no vacilaría en cumplir sus amenazas. No, en realidad, estaba deseando cumplirlas. Las vidas de aquellas personas no significaban nada para él. Pero para ella lo eran todo.

-¿Qué quieres que haga?

 

Bailey estaba intentando contener su pánico cuando sonó el teléfono. Lo miró fijamente, como si fuera una serpiente que de pronto hubiera cobrado vida. Pronunciando una oración en silencio, levantó el aparato.

-¿Diga?

-Bailey…

-¡Grace! -sus nudillos se volvieron blancos mientras se giraba. Seth sacudió la cabeza de un lado a otro y levantó la mano, pidiéndole precaución-. ¿Estás bien?

-De momento, sí. Escúchame atentamente, Bailey, mi vida depende de ello, ¿entiendes?

-No. Sí -tenía que ganar tiempo, se dijo. Eso le habían dicho-. Grace, tengo tanto miedo por ti... ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estás?

-No puedo hablar de eso ahora. Tienes que conservar la calma, Bailey. Has de ser fuerte. Siempre has sido tranquila. Como cuando nos examinamos de historia del arte en la facultad y a mí me daba tanto miedo el profesor Greenbalm, y tú en cambio estabas tan campante. .. Ahora tienes que conservar la serenidad, Bailey, y seguir mis instrucciones.

-Lo haré. Lo intentaré -miró con impotencia a Seth mientras él le indicaba por señas que alargara la conversación-. Dime sólo si estás herida.

-Aún no. Pero no dudará en hacerme daño. Me matará, Bailey, si no haces lo que quiere. Dale lo que pide. Sé que te estoy pidiendo mucho. Quiere las piedras.

Tienes que traerlas. No puedes traer a Cade. No puedes llamar a... a la policía.

«Tira del hilo», se dijo Bailey. «Que siga hablando».

-¿No quieres que llame a Seth?

-No. Él no importa. Sólo es un poli como otro cualquiera. Tú sabes que no importa. Tienes que esperar exactamente hasta la una y media. Sal de casa entonces y ve a Salvini. Deja a M.J. al margen de esto, como hacíamos antes. ¿Entendido?

Bailey asintió, con los ojos fijos en los de Seth.

-Sí, entendido.

-Una vez llegues a Salvini, pon las piedras en un maletín. Espera allí. Recibirás una llamada con nuevas instrucciones. No te pasará nada. ¿Recuerdas cuánto te gustaba escabullirte del colegio mayor por la noche y salir a pasear en coche sola después del toque de queda? Piensa que es lo mismo. Exactamente lo mismo, Bailey, y no te pasará nada. Si no, él me lo quitará todo. ¿Entiendes?

-Sí. Grace...

-Te quiero -logró decir Grace antes de que la línea quedara muerta.

-Nada -dijo Cade con voz crispada, mirando el equipo de rastreo-. Ha trucado la señal. Aparece por todo el tablero. No daremos con ella.

-Quiere que vaya a Salvini -dijo Bailey suavemente.

-Tú no vas a ir a ninguna parte -dijo Cade, interrumpiéndola, pero Bailey puso una mano sobre su brazo y miró a M.J.

-No, lo decía con intención. ¿Tú lo entendiste?

-Sí -M.J. se llevó los dedos a los ojos e intentó pensar, superando el miedo-. Intentaba decirnos todo lo que podía. Bailey y Grace nunca me dejaban al margen de nada, de modo que lo que quiere es que yo también vaya. Quiere que salgamos de aquí, pero intentaba engañar a ese tipo hablando de las piedras. Bailey jamás se saltaba el toque de queda.

-Os estaba mandando señales -dijo Jack-. Intentando deciros todo cuanto pudiera.

-Sabía que lo entenderíamos. DeVane debe de haberle dicho que nos pasaría algo si no cooperaba -Bailey le tendió la mano a M.J.-. Quería que contactáramos con Seth. Por eso dijo que no importabas..., porque nosotras sabemos que sí le importas.

Seth se pasó una mano por el pelo. No tenía más remedio que confiar en la intuición de aquellas dos mujeres. No le quedaba más alternativa que confiar en el instinto de supervivencia de Grace.

-Está bien. Quiere que sepa lo que está pasando, y quiere que salgáis de la casa.

-Sí. Quiere que salgamos de la casa, cree que estaremos más seguras en Salvini.

-Estaréis más seguras en comisaría -le dijo Seth-.Y allí es donde vais a ir.

-No -la voz de Bailey permaneció en calma-. Ella quiere que vayamos a Salvini. Lo dejó muy claro.

Seth la observó un momento mientras sopesaba sus opciones. Podría haber hecho que las pusieran bajo custodia policial. Ése era el paso más lógico. O podía dejar que las cosas siguieran su curso. Lo cual era un riesgo. Pero era un riesgo necesario.

-A Salvini, entonces. Pero el detective Marshall se ocupará de montar un dispositivo de vigilancia. No os moveréis hasta que se os diga lo contrario.

M.J. dio un respingo.

-¿Esperas que nos quedemos de brazos cruzados mientras Grace está en peligro?

-Eso es exactamente lo que vais a hacer -dijo Seth con frialdad-. Ella está arriesgando la vida para que vosotras estéis a salvo. No pienso defraudarla.

-Seth tiene razón, M.J. -Jack alzó una ceja cuando M.J. lo miró con mala cara-. Adelante, cabréate, pero te superamos en número. Bailey y tú seguiréis las instrucciones.

Seth notó con sorpresa que M.J. cerraba la boca y asentía bruscamente con la cabeza.

-¿Qué era ese rollo del examen de historia del arte, Bailey?

Bailey respiró hondo.

-El profesor Greenbalni se llamaba Gregory.

-Gregory... -Gregor-. Casi, casi -Seth miró a los dos hombres que necesitaba-. No tenemos mucho tiempo.

 

Grace dudaba mucho que pudiera sobrevivir a aquella noche. Había tantas cosas que no había hecho... Nunca les había enseñado París a Bailey y M.J., como soñaban. Nunca vería hacerse grande el sauce que había plantado en la colina de su casa de campo, inclinándose delicadamente sobre su pequeño estanque. Nunca tendría un hijo.

Se sentía atenazada por el miedo y la injusticia de todo aquello. Sólo tenía veintiséis años, e iba a morir. Había visto su sentencia de muerte en los ojos de DeVane. Y sabía que él pretendía matar también a quienes amaba. No se contentaría con menos. Tenía que segar todas las vidas que habían tocado lo que su mente enferma consideraba suyo.

Lo único a lo que Grace podía aferrarse era a la esperanza de que Bailey la hubiera entendido.

-Voy a enseñarte lo que podías haber tenido -con el brazo vendado y un esmoquin nuevo, DeVane la condujo a través de una puerta disimulada en la pared y a lo largo de unas escaleras de piedra bien iluminadas, pulidas como ébano. Se había tomado un potente analgésico. Tenía la mirada vidriosa y enfebrecida.

Aquéllos eran los ojos que, en sus pesadillas, miraban a Grace desde el bosque. Y, mientras él bajaba por las relucientes escaleras negras, Grace sintió que un recuerdo profundamente escondido en su memoria afloraba a la superficie.

La luz de las antorchas, pensó, aturdida. Abajo, con las antorchas brillando y las Estrellas fulgurantes en su engarce de oro, sobre un altar blanco. Y la muerte esperando.

La áspera respiración del hombre que caminaba a su lado. ¿La de DeVane? ¿La de otra persona? Era un sonido ardiente, secreto, que le daba escalofríos. Una habitación, pensó luchando por retener aquella resbaladiza cadena de recuerdos. Una habitación escondida, en blanco y oro. En la que ella permanecería encerrada por toda la eternidad.

Se detuvo en el último recodo de la escalera, no tanto por miedo como por perplejidad. Allí no, pensó frenéticamente. En otra parte. No ella, sino parte de ella. No él, sino alguien parecido a él.

Los dedos de DeVane se clavaron en su brazo, pero ella apenas sintió el dolor. Seth..., un hombre con los ojos de Seth, vestido como un guerrero, cubierto de polvo y abolladuras de la batalla. Él iría a por ella, y a por las Estrellas.

Y moriría por ello.

-No -la escalera comenzó a girar a su alrededor, y se agarró a la fría pared para conservar el equilibrio-. Otra vez no. Esta vez, no.

-No tienes elección -DeVane tiró de ella, haciéndola bajar los últimos peldaños. Se detuvo ante una gruesa puerta y le hizo una seña impaciente al guarda para que se apartara. Agarrando a Grace del brazo, sacó la pesada llave y la introdujo en una vieja cerradura que, por alguna razón que no alcanzaba a entender, a Grace le hizo pensar en la madriguera del conejo de Alicia.

-Quiero que veas lo que podía haber sido tuyo. Lo que estaba dispuesto a compartir contigo.

La empujó bruscamente, y Grace entró tambaleándose en la habitación y parpadeó, asombrada.

No, no era una madriguera, se dijo, deslumbrada y atónita. Era la cueva de Alí Babá. El oro relucía en montañas, las joyas brillaban formando ríos. Cuadros que reconoció como obras de los grandes maestros se apretujaban en las paredes, entre las cuales se amontonaban estatuas y esculturas, algunas tan pequeñas como huevos Fabergé colocados sobre soportes de oro, otras alzándose hasta el techo. Pieles y mantos de seda, sartas de perlas, tallas y coronas se amontonaban en cada rincón disponible. Los altavoces escondidos emitían una alegre melodía de Mozart.

Grace comprendió que aquélla no era en absoluto la cueva de un cuento de hadas. Era simplemente el cuarto de juegos de un niño mimado, retorcido y avaricioso. Allí DeVane podía esconder sus posesiones al mundo, guardarlas para él solo y regodearse en ellas, imaginaba Grace. ¿Cuántos de aquellos juguetes habría robado?, se preguntó. ¿Por cuántos había matado?

Ella no moriría allí, se dijo. Ni tampoco Seth. Si aquella era de verdad la historia que se repetía, no consentiría que volviera a ocurrir lo mismo. Lucharía con todas sus armas.

-Tienes una buena colección, Gregor, pero la presentación podría mejorarse -su primera arma era el suave desdén, impregnado de ironía-. Hasta las cosas más bellas pierden su impacto visual cuando se amontonan con tanto desorden.

-Es mío. Todo esto. Una vida entera de esfuerzo. Toma -como un niño consentido, él agarró un cáliz de oro y se lo tiró para que lo admirara-. La reina Ginebra bebió de ese cáliz antes de ponerle los cuernos a Arturo. Él debería haberle arrancado el corazón por eso -Grace giró la copa en su mano y no sintió nada. Estaba vacía no sólo de vino, pensó, sino también de magia. Y esto -tomó unos pendientes de diamantes y se los tiró a Grace a la cara-. Otra reina, María Antonieta, los llevaba mientras su pueblo tramaba su muerte. Tú también podrías haberlos llevado.

-Mientras tú tramabas la mía -con deliberada sorna, ella desdeñó el ofrecimiento y se dio la vuelta-. No, gracias.

-Tengo una flecha con la que cazaba la diosa Diana. Y el cinturón que llevaba Juno.

Su corazón vibraba como un arpa, pero Grace se limitó a reír.

-¿De veras crees eso?

-Son míos -furioso por su reacción, él se abrió paso entre su colección y apoyó una mano sobre el frío altar de mármol que había hecho construir-. Pronto tendré las Estrellas. Serán el vértice de mi colección. Las pondré aquí con mis propias manos. Y lo tendré todo.

-Las Estrellas no te ayudarán. No te cambiarán –ella no sabía de dónde brotaban aquellas palabras, ni el conocimiento que las alentaba, pero vio que los ojos de DeVane brillaban, sorprendidos-. Tu sino está sellado. Nunca serán tuyas. Esta vez, no está destinado a ser así. Son para la luz y el bien. Nunca las verás aquí, en la oscuridad.

Él estómago de DeVane dio un vuelco. Había energía en las palabras de Grace, en sus ojos, cuando debería haber estado acobardada. Aquello le crispaba los nervios.

-Al amanecer las tendré aquí. Te las enseñaré -se acercó a ella, jadeando-. Y te tendré a ti. Te retendré tanto tiempo como desee. Haré contigo lo que quiera.

Grace sintió su mano fría en la mejilla y pensó, asustada, en una serpiente, pero no se apartó.

-Nunca tendrás las Estrellas, y nunca me tendrás a mí. Aunque nos abraces, nunca nos tendrás. Era cierto antes, y más cierto es ahora. Y eso te reconcomerá día tras días, hasta que de ti no quede nada más que tu locura.

Él la golpeó tan fuerte que la lanzó contra la pared.

-Tus amigas morirán esta noche -le sonrió como si estuvieran hablando de cosas sin importancia-.Ya las has mandado al infierno. Voy a dejar que vivas mucho tiempo para que lo pienses despacio.

Agarrándola del brazo, abrió la puerta y la sacó a rastras de la habitación.

 

-Tendrá cámaras de vigilancia -dijo Seth mientras se preparaban para escalar el muro trasero de la mansión de DeVane en Washington-. Seguramente tendrá guardias patrullando por el jardín.

-Entonces, habrá que tener cuidado -Jack revisó la punta de su cuchillo, lo guardó en su funda y examinó luego la pistola que llevaba en el cintur¿)n-.Y no hacer ruido.

-No nos separaremos hasta que lleguemos a la casa -Cade revisó mentalmente el plan-.Yo busco la alarma y la desactivo.

-Si eso falla, lo mandamos todo al diablo. Quizá tengamos suerte en medio del barullo que se armará. Atraerá a la policía. Si las cosas no salen bien, tal vez nos encontremos con algo más que una denuncia por allanamiento de morada.

Jack masculló una maldición.

-Vamos a sacarla de ahí -le lanzó a Seth una rápida sonrisa mientras empezaba a trepar por la tapia-. Espero que no haya perros. Odio que haya perros.

Aterrizaron sobre la hierba suave del otro lado. Era posible que su presencia fuera detectada desde ese instante. Era un riesgo que estaban dispuestos a correr. Como sombras, se movieron entre la noche estrellada, deslizándose entre la densa oscuridad, en medio de los árboles.

Seth veía la casa entre los árboles, el fulgor de las ventanas iluminadas. ¿En qué habitación estaba ella? ¿Estaría asustada? ¿Herida? ¿La habría tocado él?

Enseñando los dientes, ahuyentó aquellos pensamientos. Tenía que concentrarse únicamente en entrar, en encontrar a Grace. Por primera vez en años, sentía el peso del arma en su costado. Sabía que pretendía usarla. Ya no pensaba en las normas, en su carrera, en la vida que había construido paso a paso, cuidadosamente.

Vio pasar a un guardia delante de él, unos metros más

allá del lindero de setos. Jack le tocó el hombro y le hizo una seña. Seth lo miró a los ojos y asintió con la cabeza. Unos segundos después, Jack se abalanzó sobre el hombre desde atrás, y, con un rápido giro, le golpeó la cabeza contra el tronco de un roble y arrastró su cuerpo entre las sombras.

-Uno menos -jadeó, guardándose el arma que acababa de recolectar.

-Harán rondas cada cierto tiempo -comentó Cade-. No sabemos cuánto tardarán en echarlo de menos.

-Entonces, vamos, adelante -Seth dirigió a Jack hacia el norte y a Cade hacia el sur. Manteniéndose agachados, corrieron hacia las luces.

 

El guardia que escoltó a Grace a su habitación guardaba silencio. Al menos ciento cincuenta quilos de puro músculo, calculó Grace. Pero ella había visto cómo se deslizaban los ojos del guardia sobre su escote. Sabía utilizar su físico como un arma. Alzó la cara hacia él y dejó que sus ojos se llenaran de lágrimas.

-Tengo tanto miedo... Estoy tan sola... -,se arriesgó a ponerle una mano en el brazo-. Tú no me harás daño, ¿verdad? Por favor, no me hagas daño. Haré lo que quieras -él no dijo nada, pero sus ojos se clavaron en la cara de Grace cuando ella se humedeció los labios con la punta de la lengua, muy despacio-. Lo que quieras -repitió con voz sugerente-. Eres tan fuerte, tan... valiente -¿hablaría inglés?, se preguntó. Aunque ¿qué importaba? El mensaje estaba bastante claro. Al llegar a la puerta de su prisión, ella dio la vuelta y le lanzó una mirada abrasadora al tiempo que dejaba escapar un profundo suspiro-. Me da tanto miedo estar sola... Necesito a alguien -alzó la punta de un dedo y se tapó los labios-. Él no tiene por qué enterarse -susurró-. Nadie tiene por qué saberlo. Será nuestro secreto.

A pesar de que le daba asco, tomó la mano del guardia y se la llevó al pecho. El roce de aquellos dedos le produjo un escalofrío que le heló la piel, pero procuró sonreír seductoramente cuando él bajó la cabeza y se apoderó de su boca.

«No pienses, no pienses», se decía mientras él la manoseaba. «No eres tú. No es a ti a quien está tocando».

-Vamos dentro -confió en que él tomara su súbito estremecimiento como una muestra de deseo-. Entra conmigo. Estaremos solos.

Él abrió la puerta sin dejar de mirarla ávidamente.

Podía ganarlo todo, pensó Grace, o perderlo todo. Dejó escapar una risa provocativa cuando él la abrazó en cuanto la puerta se cerró a su espalda.

-Oh, no hay prisa, guapo -se echó el pelo hacia atrás, escapándose de su abrazo-. No hay por qué precipitarse. Quiero refrescarme un poco para ti.

Él siguió sin decir nada, pero sus ojos se entornaron con expresión impaciente y recelosa. Sin dejar de sonreír, Grace tomó el pesado frasco de cristal con pulverizador del tocador. Un arma de mujer, pensó fríamente mientras se rociaba suavemente la piel.

-Me gusta utilizar todos mis sentidos -sus dedos se crisparon sobre el frasco mientras se acercaba a él, contoneándose.

De pronto alzó el frasco y le roció de perfume los ojos. Él dejó escapar un siseo asombrado y se frotó instintivamente el picor de los ojos. Grace le rompió el frasco en la cara con todas sus fuerzas al tiempo que le asestaba una patada en la entrepierna.

Él se tambaleó, pero no cayó al suelo. Tenía sangre en la cara y, bajo ella, su piel se había vuelto de un blanco macilento. Buscaba a tientas la pistola. Asustada, ella le dio otra patada. Esta vez, él cayó de rodillas, pero siguió buscando el arma que llevaba en el costado.

Sollozando, Grace agarró un taburete tapizado en blanco y lo estrelló contra su cara ensangrentada. Luego, alzándolo, se lo rompió en la cabeza. Intentó hacerse con su arma frenéticamente, pero tenía las manos pegajosas y le resbalaban sobre el acero y el cuero. Cuando al fin logró agarrarla con las dos manos, vio que el individuo estaba inconsciente y de pronto el aliento escapó de sus pulmones en una salvaje risotada.

-Supongo que no soy una de ésas -demasiado asustada para tener precauciones, le quitó las llaves y probó una tras otra hasta que la cerradura se abrió. Entonces echó a correr como un cervatillo que huyera de los loa bos entre la luz dorada del corredor.

Una sombra se movió junto a la escalera y, dejando escapar un débil gemido, ella alzó la pistola.

-Es la segunda vez que me apuntas con un arma.

La visión de Grace se emborronó al oír la voz de Seth. Él salió de entre las sombras.

-Tú. Has venido...

No llevaba armadura, pensó, aturdida. Iba vestido de negro de la cabeza a los pies. Tampoco era una espada lo que llevaba, sino una pistola. No era un recuerdo. Era real.

Su vestido estaba roto, lleno de sangre. Su cara, arañada, y sus ojos vidriosos por la impresión. Seth había

matado a dos hombres para llegar hasta allí. Y, al verla así, le pareció que dos no eran suficientes.

-Ya ha pasado todo -resistió el deseo de correr hacia ella, de estrecharla entre sus brazos. Parecía que ella se haría añicos si la tocaba-.Vamos a sacarte de aquí. Nadie te hará daño.

-Va a matarlas -ella hizo un esfuerzo por respirar-.Va a matarlas, haga lo que haga yo. Está loco. No están a salvo de él. Ninguno de nosotros está a salvo. Ya te mató antes -acabó en un susurro-. Lo intentará otra vez.

Seth la agarró del brazo para sujetarla y le quito suavemente la pistola.

-¿Dónde está, Grace?

-Hay una habitación detrás de un panel de la biblioteca, bajando las escaleras. Igual que antes.... hace tantos años. ¿Te acuerdas? -ella se llevó una mano a la cabeza, desorientada-. Está allí, con sus juguetes, todos esos juguetes que brillan. Lo apuñalé con un cuchillo de la cena.. .

-Bien hecho -¿aquélla sangre era suya? Seth no veía ninguna herida, salvo los arañazos de su cara y de sus brazos-.Vamos, ven conmigo.

Seth la condujo escaleras abajo. Allí estaba el guardia que Grace había visto antes. Pero ya no estaba de pie. Apartando la mirada, rodeó el cuerpo e hizo una seña. Estaba ya más calmada. Sabía que el pasado no siempre se repetía. Algunas veces cambiaba. La gente lo hacía cambiar.

-Está allí atrás, la tercera puerta a la izquierda -se sobresaltó al ver que algo se movía. Pero era Jack, que se había apartado del marco de una puerta.

-Está despejado -le dijo Jack a Seth.

-Llévatela fuera -sus ojos lo decían todo cuando empujó suavemente a Grace en brazos de Jack. «Cuida de ella. Confío en tí».

Jack la apretó contra su costado para dejar libre la mano con la que sujetaba el arma.

-¿Estás bien, cielo?

-No -ella movió la cabeza de un lado a otro-. Va a matarlas. Tiene explosivos, algo, no sé, en la casa, en el bar... Tenéis que detenerlo. El panel. Os lo enseñaré -se desasió de Jack y avanzó con paso vacilante hacia la biblioteca-. Por aquí -giró una voluta de la barandilla labrada-. Vi cómo lo hacía -el panel se abrió deslizándose suavemente.

-Jack, sácala de aquí. Llama a la policía. Yo me ocuparé de él.

Ella estaba flotando bajo la superficie de un agua cálida y densa.

-Tendrá que matarlo -dijo débilmente mientras Seth desaparecía por la abertura-. Esta vez, no puede fallar.

-Seth sabe lo que hace.

-Sí, siempre lo sabe -la habitación comenzó a girar a su alrededor enloquecidamente-. Jack, lo siento -logró decir antes de desmayarse.

 

Seth comprobó que DeVane no había cerrado la puerta. Arrogante bastardo, tan seguro de que nadie entraría en su recinto sagrado... Empuñando el arma, Seth abrió la pesada puerta con sigilo y parpadeó una sola vez ante el resplandor brillante del oro.

Entró y fijó la mirada en el hombre sentado en un trono en medio de aquel esplendor.

-Se acabó, DeVane.

DeVane no pareció sorprendido. Sabía que Seth acudiría.

-Arriesgas mucho -su sonrisa era fría como la de una serpiente; sus ojos rezumaban un odio demente-. Lo hiciste una vez. Te acuerdas, ¿verdad? Has tenido sueños, ¿no es cíerto? Ya viniste a robarme una vez, a llevarte las Estrellas y la chica. Entonces llevabas una espada, pesada y sin adornos.

Una vaga sensación se agitó súbitamente en la cabeza de Seth. Un castillo de piedra, un cielo tormentoso, una estancia llena de riquezas. Una mujer a la que amaba. En un altar, un triángulo que sostenían las manos del dios, adornado con diamantes tan azules como estrellas.

-Te maté -DeVane se rió suavemente-. Les dejé tu cuerpo a los cuervos.

-Eso fue hace mucho tiempo -Seth dio un paso adelante-. Esto es ahora.

La sonrisa de DeVane se hizo más amplia.

-Estoy fuera de tu alcance -alzó una mano, empuñando una pistola.

Se oyeron dos disparos, tan seguidos que parecían uno solo. La habitación tembló, retumbó, se aposentó y volvió a brillar en todo su esplendor. Seth se acercó despacio y bajó la mirada hacia el hombre que yacía boca abajo sobre un montón de oro.

-Ahora sí -murmuró Seth-. Ahora sí estás fuera de mi alcance.

Grace oyó las detonaciones. Por un instante, todo dentro de ella se detuvo. El corazón, la mente, el aliento, la sangre. Luego volvió a ponerse en marcha, una oleada de emociones que la hizo saltar del banco en el que Jack la había tumbado. El aire salía y entraba trabajosamente en sus pulmones.

Sabía, porque lo sentía, porque su corazón seguía latiendo, que no era Seth quien había muerto. De lo contrario, ella lo habría sentido. Un trozo de su corazón se habría desprendido del resto, rompiéndose en mil pedazos.

Aun así, aguardó con los ojos fijos en la casa, porque tenía que verlo. Las estrellas giraban en el cielo, la luna lanzaba su luz por entre los árboles. En algún lugar, en la distancia, un pájaro nocturno empezó a cantar con esperanza y alegría.

Él salió entonces de la casa. Entero. El llanto constriñó la garganta de Grace. Se tragó las lágrimas. Le escocían los ojos y se enjugó las lágrimas. Tenía que ver con claridad a Seth, al hombre al que había aceptado que amaba.

Él se acercó con mirada oscura y fría y paso firme. Grace advirtió que ya había recuperado su aplomo. Ya lo había guardado todo en algún compartimento donde no interfiriera con lo que tenía que hacer a continuación.

Grace se abrazó y se agarró con fuerza los antebrazos con las manos. Nunca sabría que aquel gesto, aquel volverse hacia si misma y no hacia él, fue lo que impidió que Seth le tendiera los brazos. De modo que él se detuvo a unos pasos de distancia y miró a la mujer a la que había aceptado que amaba y a la que había rechazado.

Ella estaba pálida. Seth percibió los rápidos estremecimientos que recorrían su cuerpo. Sin embargo, no le parecía frágil. Ni siquiera en ese momento, con la muerte suspendida entre ellos, era frágil. Su voz sonó firme y serena.

-¿Se acabó?

-Sí, se acabó.

-Iba a matarlas.

-Eso también se acabó -su deseo de tocarla, de abrazarla, era sobrecogedor. Sentía que sus rodillas estaban a punto de ceder. Pero ella se dio la vuelta, se apartó de él y miró hacia la oscuridad.

-Necesito verlas. A Bailey y a M.J.

-Lo sé.

-Tendrás que tomarme declaración.

Dios. Su aplomo vaciló lo suficiente como para que Seth se llevara los dedos a los ojos irritados.

-Eso puede esperar.

-¿Por qué? Quiero acabar con esto cuanto antes. Quiero dejarlo atrás -Grace se irguió de nuevo y se giró lentamente. Y, al mirarlo, vio que tenía las manos junto a los costados y los ojos límpidos-. Necesito dejarlo todo atrás.

Estaba claro lo que quería decir, pensó Seth. Él formaba parte de ese todo.

-Grace, estás herida y en estado de shock. Una ambulancia viene de camino.

-No necesito una ambulancia.

-No me digas qué demonios necesitas -la furia se agitaba dentro de él, zumbaba en su cabeza como un nido de avispas-. He dicho que la maldita declaración puede esperar. Estás temblando. Por el amor de Dios, siéntate.

Extendió un brazo para agarrarla, pero ella se apartó, alzando la barbilla.

-No me toques. No... me toques -si la tocaba, se derrumbaría. Si se derrumbaba, se echaría a llorar. Y, llorando, suplicaría.

Sus palabras eran como un cuchillo en las entrañas; el azul desesperado de sus ojos, un puñetazo en plena cara. Seth sintió que le temblaban los dedos y, metiéndose las manos en los bolsillos, dio un paso atrás.

-Está bien. Siéntate, por favor.

¿Había pensado de veras que no era frágil? Parecía como si fuera a hacerse añicos en cualquier momento. Estaba pálida como una sábana y tenía los ojos enormes. Su cara estaba manchada de sangre y llena de arañazos.

Y no había nada que él pudiera hacer. Nada que ella le permitiera hacer. Oyó el gemido distante de las sirenas y pasos tras él. Cade, con expresión preocupada, se acercó a Grace y le echó sobre los hombros una manta que había sacado de la casa.

Seth vio que ella se volvía hacia Cade y que su cuerpo parecía volverse fluido y flotar en los brazos que su amigo le tendía. Oyó un sollozo antes de que ella lo sofocara contra el hombro de Cade.

-Sácala de aquí -ardía en deseos de abrazarla, de acariciarla el pelo, de llevársela con él-. Sácala de aquí, joder.

 

Volvió a entrar en la casa para hacer lo que había que hacer.

Los pájaros cantaban su melodía matinal cuando Grace sal¡ó a su jardín. El bosque estaba verde y tranquilo. Y a salvo. Había sentido la necesidad de irse allí, a su refugio en el campo. De estar sola.

Bailey y M.J. lo entendían. Pasados unos días, pensó, iría al pueblo, las llamaría, les preguntaría si les apetecía subir, llevar a Cade y a Jack. Pronto necesitaría verlas. Pero aún no soportaba la idea de volver. Aún no.

Todavía sentía los disparos, el sobresalto que la había atravesado mientras Jack la sacaba de la casa. Había sabido que era DeVane y no Seth quien había muerto. Sencillamente, lo había sentido.

Esa noche no había vuelto a ver a Seth. Había sido fácil evitarlo en la confusión que siguió. Contestó a todas las preguntas que le hizo la policía local, hizo declaraciones ante los funcionarios del gobierno. Había aguantado bastante bien, pero luego les había pedido suavemente a Cade o a Jack que la llevaran a Salvini, con Bailey y M.J.Y las tres Estrellas.

Mientras paseaba por los bancales llenos de flores, lo trajo todo a la memoria, y al corazón. Las tres paradas en la semioscuridad de una habitación casi vacía, ella con el vestido roto y lleno de sangre. Cada una de ellas había tomado un vértice del triángulo, había sentido el flujo de su poder, había visto el fulgor de una luz imposible. Y había comprendido que todo había acabado.

-Es como si ya hubiéramos hecho esto antes -había murmurado Bailey-. Pero entonces no fue suficiente. Se perdió, y aquí estamos de nuevo.

-Ahora sí que es suficiente -M.J. había alzado la mirada, mirando a las otras a los ojos-. Como un ciclo completo. Una cadena con los eslabones forjados. Es raro, pero perfecto.

-Un museo en vez de un templo, esta vez -Grace había sentido una mezcla de arrepentimiento y alivio cuando dejaron las Estrellas en su sitio-. Una promesa cumplida y, supongo, algunos destinos colmados -se había vuelto hacia ellas para abrazarlas. Otro triángulo-. Siempre os he querido, os he necesitado. ¿Podemos ir a alguna parte? Las tres solas -sus ojos se habían llenado de lágrimas-. Necesito hablar.

Se lo había contado todo, había derramado su corazón y su alma hasta quedar vacía de miedo y de dolor. Y, suponía que, porque eran ellas, se había curado un poco.

Ahora curaría sola.

Podía hacerlo allí, lo sabía, y, cerrando los ojos, respiró profundamente. Luego dejó la cesta jardinera en el suelo y empezó a ocuparse de las flores.

Oyó llegar un coche, el chasquido de las ruedas sobre la grava, y su frente se frunció. Sus vecinos eran pocos y dispersos, y raramente la molestaban. No quería más compañía que la de sus plantas, y se levantó, con las flores flotando a sus pies, decidida a librarse de quien fuera.

Su corazón dio un brinco cuando vio que era el coche de Seth. Se quedó mirando en silencio mientras él se detenía en medio del camino, salía y echaba a andar hacia ella

Parecía salida de una brumosa leyenda, pensó Seth, con el pelo agitándose en la brisa, la larga falda de vuelo de su vestido ondulando suavemente y un mar de flores a su alrededor. Él tenía los nervios de punta. Y su estómago se retorció al ver un arañazo en la mejilla de Grace.

-Estás muy lejos de casa, Seth -dijo ella sin inflexión cuando él se detuvo a dos pasos de distancia.

-Es difícil encontrarte, Grace.

-Yo lo prefiero así. Aquí no quiero compañía.

-Eso está claro -Seth observó el paisaje, la casa encaramada a la colina, los profundos secretos del bosque-. Esto es precioso.

-Sí.

-Y está muy apartado -su mirada se fijó en los ojos de Grace tan repentinamente, con tanta intensidad, que Grace estuvo a punto de sobresaltarse. Y muy tranquilo. Te mereces un poco de paz.

-Por eso estoy aquí -ella alzó una ceja-.Y tú ¿a qué has venido?

-Necesitaba hablar contigo. Grace...

-Pensaba verte cuando volviera -se apresuró a decir ella-. No hablamos mucho esa noche. Supongo que estaba más alterada de lo que creía. Ni siquiera te di las gracias.

Seth comprendió que aquella voz fría y cortés era más dolorosa que si lo hubiera maldecido a gritos.

-No tienes que darme las gracias por nada.

-Me salvaste la vida y, creo, también a las personas que quiero. Sé que rompiste las normas para encontrarme, para apartarme de él. Te estoy muy agradecida.

Las palmas de las manos de Seth se volvieron pegajosas. Grace estaba haciéndole ver todo aquello otra vez, sentirlo de nuevo. Toda aquella rabia y aquel terror.

-Habría hecho cualquier cosa para apartarte de él.

-Sí, creo que lo sé -ella tuvo que apartar la mirada. Le dolía demasiado mirarlo a los ojos. Se había prometido a sí misma, había jurado no volver a sufrir-. Me pregunto si alguno de nosotros tuvo elección en lo que pasó en tan corto e intenso espacio de tiempo. 0 -añadió con el fantasma de una sonrisa- si prefieres creer, lo que pasó hace siglos. Espero que no hayas..., que tu carrera no se resienta por lo que hiciste por mí.

Los ojos de Seth se volvieron oscuros y planos.

-Mi trabajo no corre peligro, Grace.

-Me alegro -él tenía que irse, se dijo. Tenía que irse enseguida, antes de que ella se derrumbara-. Tengo intención de escribir una carta a tus superiores. Y tal vez te interese saber que tengo un tío en el Senado. No me extrañaría que, cuando se despeje el humo, consigas un ascenso por esto.

Él notaba la garganta áspera. No podía aclarársela.

-Mírame, maldita sea -cuando la mirada de Grace volvió a clavarse en su cara, Seth cerró los puños para no tocarla-. ¿Crees que eso me importa?

-Sí, lo creo. Importa, Seth. Por lo menos, a mí. Pero, de momento, voy a tomarme unos días de descanso, así que, si me disculpas, quiero acabar con el jardín antes de que se me eche encima el calor.

-¿Crees que esto va a acabar así?

Ella se inclinó, recogió sus tijeras y cortó unas flores marchitas. Se amustiaban tan pronto, pensó. Y aquello le produjo una dolorosa punzada en el corazón.

-Creo que ya le pusiste fin.

-No te alejes de mí -la agarró del brazo, la hizo girarse hacia él, sintiendo un arrebato de miedo y de furia-. No puedes alejarte de mí. No puedo... -se interrunipió y alzó la mano para posarla sobre el arañazo de su mejilla-. Oh, D¡os, Grace. Te hizo daño.

-No es nada -ella se retiró rápidamente, casi sobresaltándose, y Seth dejó caer la mano-. Los arañazos se quitan. Y él está muerto. Tú te encargaste de eso. Está muerto. Todo ha acabado. Las Estrellas están donde les corresponde, y todo ha vuelto a la normalidad. Todo es como estaba destinado a ser.

-¿De veras? -Seth no se acercó a ella. No podía soportar que se apartara de él otra vez-.Te hice daño y no me vas a perdonar por ello.

-No del todo -dijo ella, intentando quitarle hierro al asunto-. Pero salvarme la vida es suficiente para que...

-Basta -dijo él con voz al mismo tiempo crispada y serena-. Déjalo -abatido, dio media vuelta y echó a andar por entre las flores con paso vacilante. No sabía que pudiera sufrir así, aquel hielo en el vientre, aquel pálpito en el cerebro... Habló mirando hacia los bosques, hacia las sombras y el fresco verdor de los árboles-. ¿Tienes idea de lo que sentí cuando supe que te tenía? Oír tu voz por teléfono, el miedo que sentí...

-No quiero pensar en eso. No quiero recordarlo.

-Yo no dejo de recordarlo. Ni de verte. Cada vez que cierro los ojos, te veo allí de pie, en el pasillo, con el vestido manchado de sangre y marcas en la piel. Sin saber... sin saber qué te había hecho. Y recordando... recordando a medias otro tiempo en que no pude detenerlo.

-Se acabó -repitió ella otra vez porque empezaban a flaquearle las piernas-. Olvídalo.

-Podrías haberte escapado sin mí -continuó él-.Te libraste de un guardia dos veces más grande que tú. Habrías podido salir sin mi ayuda. Es posible que no me hubieras necesitado en absoluto. Y me he dado cuenta de que ése fue mi problema desde el principio. Creía, estaba seguro de que yo te necesitaba mucho más de lo que tú me necesitabas a mí. Y eso me daba miedo. Es absurdo, pero así es -prosiguió, girándose de nuevo hacia ella-. Una vez conoces el miedo real, el miedo de saber que puedes perder lo que más te importa en la vida en un abrir y cerrar de ojos, nada puede tocarte –la apretó contra su pecho, demasiado desesperado para temer su reacción.Y, tomando aire, tembloroso, enterró la cara en su pelo-. No me rechaces, no me pidas que me vaya.

-Esto no está bien -era doloroso que la abrazara. Sin embargo, deseaba seguir entre sus brazos, sintiendo el sol cálido sobre su piel, con la cara de Seth apretada contra su pelo.

-Te necesito. Te necesito -repitió él, y la besó con desesperación.

Una oleada de emoción embargó a Grace, envoía viéndolos en su torbellino como una tormenta desatada, dejando su corazón tembloroso y débil. Cerró los ojos, deslizó los brazos alrededor de Seth. La necesidad sería suficiente, se dijo. Ella haría que les bastara a los dos. Había tanto dentro de ella que deseaba darle que no podía pedirle que se marchara.

-No te pedir¿ que te vayas -le acarició la espalda, intentando disipar su tensión-. Me alegro de que estés aquí. Quiero que te quedes -se apartó y se llevó la mano de Seth a la mejilla. Vamos dentro, Seth. Vamos a la cama.

Él le apretó los dedos. Luego le alzó suavemente la cabeza. De pronto le dolió darse cuenta de que ella creía que eso era lo único que quería de ella.

-Grace, no he venido hasta aquí para acostarme contigo. No he venido para retomarlo por donde lo dejamos.

¿Por qué se había resistido tanto a ver lo que había en la mirada de Grace?, se preguntaba. ¿Por qué se había negado a creer lo que de manera tan manifiesta y generosa se le ofrecía?

-He venido a suplicarte. La tercera Estrella es la generosidad -dijo casi para sí mismo-. Tú no me hiciste suplicar. No he venido aquí buscando sexo, Grace. Ni gratitud.

Confundida, ella movió la cabeza de un lado a otro.

-¿Qué es lo que quieres, Seth? ¿A qué has venido?

Él no sabía si lo había comprendido del todo hasta ese instante.

-A oírte decir lo que quieres. Lo que necesitas.

-Paz -ella hizo un gesto-. Aquí la tengo. Y amistad. Eso también lo tengo.

-¿Eso es todo? ¿Es suficiente?

-Lo ha sido toda mi vida.

Él tomó su cara entre las manos antes de que ella pudiera retroceder.

-¿Y si pudieras tener más? ¿Qué querrías, Grace?

-Desear lo que no se puede tener conduce a la infelicidad.

-Dímelo -él mantenía los ojos fijos en los de ella-. Dímelo claramente por una vez. Di lo que quieres.

-Quiero tener una familia. Hijos... Quiero tener hijos y un hombre que me quiera..., que quiera tener una familia conmigo -sus labios se curvaron lentamente, pero la sonrisa no alcanzó sus ojos-. ¿Te sorprende que esté dispuesta a estropear mi figura? ¿A pasar unos cuantos años de m¡ vida cambiando pañales?

-No -él deslizó las manos por sus hombros, agarrándola con más fuerza. Notaba que ella estaba preparada para apartarse. Para huir-. No, no me sorprende.

-¿En serio? Bueno -ella movió los hombros para sacudirse el peso de sus manos-. Si vas a quedarte, vamos dentro. Tengo sed.

-Te quiero, Grace -Seth vio que su sonrisa se desvanecía, sintió que su cuerpo se ponía rígido.

-¿Qué? ¿Qué has dicho?

-Te quiero -al pronunciarlas, Seth se dio cuenta del poder de aquellas palabras-. Me enamoré de ti antes de conocerte. Me enamoré de una imagen, de un rea cuerdo, de un deseo. No sé si fue el destino, una elección, o el azar. Pero fue todo tan rápido, tan intenso, tan profundo, que me negaba a creerlo y a confiar en mis sentimientos. Y te rechacé porque tú hiciste ambas cosas. He venido a decirte eso -sus manos se deslizaron por los brazos de Grace y tomaron las manos de ella-. Grace, te estoy pidiendo que creas en nosotros otra vez, que confíes en nosotros de nuevo. Y que te cases conmigo.

-Tú... -ella tuvo que dar un paso atrás, tuvo que llevarse una mano al corazón-. Quieres casarte conmigo.

-Te estoy pidiendo que vuelvas conmigo hoy. Sé que es anticuado, pero quiero que conozcas a mi familia.

La presión que Grace sentía en el pecho estaba a punto de hacerle estallar el corazón.

-Quieres que conozca a tu familia.

-Quiero que ellos conozcan a la mujer que quiero, a la mujer con la que deseo compartir mi vida. La vida que llevo esperando empezar desde hace tanto tiempo -se llevó su mano a la mejilla y la sostuvo allí mientras sus ojos se clavaban en los de ella-. La mujer con la que quiero tener hijos.

-Oh -el peso de su pecho se liberó en una oleada, brotó fuera de ella... hasta que su corazón anegó sus ojos de lágrimas.

-No llores. Grace, por favor, no llores. No me digas que he tardado demasiado -le limpió torpemente las las grimas con los pulgares-. No me digas que lo he echado a perder.

-Te quiero tanto... -ella cerró los dedos alrededor de sus muñecas y vio que sus ojos se llenaban de emoción-. He sido tan infeliz esperándote... Estaba segura de que te había perdido. Otra vez. Sin saber por qué.

-Esta vez, no -él la besó suavemente, tocando su cara-. Nunca más.

-No, nunca más -murmuró contra sus labios.

-Dime que sí -le pidió él-. Quiero oírtelo decir.

-Sí, a todo.

Grace abrazó con fuerza a Seth en la mañana perfumada por las flores y sintió que el último eslabón de una cadena infinita encajaba al fin en su lugar.

-Seth...

Él tenía los ojos cerrados, apoyando la mejilla contra su pelo.Y su sonrisa afloró, lenta y serena.

-Grace...

-Estamos donde debemos estar. ¿No lo sientes? -ella respiró hondo-. Ahora todos estamos donde debemos -alzó la cara y encontró la boca de Seth esperándola.

-Y ahora -dijo él suavemente- empieza todo.

 

                                                                                            Nora Roberts  

 

                      

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